La movilización contra el capitalismo, la injusticia y la opresión exige convergencias intensas a partir de diferencias plenamente asumidas, dijo a IPS el sociólogo Boaventura de Sousa Santos, quien vaticina serias dificultades futuras para las reuniones del Foro Social Mundial (FSM).
Debido "al aumento del militarismo y de la paranoia por la seguridad" preveo "que en el futuro a muchos activistas se les va a impedir viajar, rechazándoseles visados de entrada a otros países, porque está en marcha una nueva forma de criminalización de la protesta social", dijo en entrevista con IPS.
De Sousa Santos es catedrático de la portuguesa Universidad de Coimbra, doctorado en sociología del derecho en la de Yale, Estados Unidos, y también profesor en la universidad de Wisconsin-Madison, Estados Unidos, entre otros cargos.
En su vasta intervención pública, ha defendido con vehemencia que los movimientos sociales y cívicos fuertes son esenciales en la democracia participativa. Y en ese aspecto se ha destacado como un activo participante del FSM, inaugurado en 2001 por movimientos sociales y otras expresiones de la sociedad civil contrarias al actual rumbo de la globalización.
IPS: —¿Cree que fue buena idea no hacer un encuentro del FSM este año, sino actos locales en todo el mundo, con riesgo de dispersión, pérdida de identidad y desmovilización en los próximos años?
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BSS: — Toda movilización política debe caminar al ritmo de sus activistas y dirigentes. En el caso del FSM lo que verdaderamente cuenta hoy es el ritmo de las organizaciones y movimientos que integran el Consejo Internacional (CI).
Hace años que algunas organizaciones decían que las energías invertidas en su preparación les impedían realizar adecuadamente sus agendas específicas de acción y que sería preferible celebrarlo como encuentro mundial cada dos años. Esa opción es la que ahora obtuvo el consenso del CI.
Veo esta fórmula como una prueba más del experimentalismo del que es capaz el Foro y por eso no la veo como mala idea. Nos permitirá identificar y evaluar otra dimensión del FSM hasta ahora poco practicada: su capacidad real de articulación entre iniciativas muy diferentes y dispersas.
Veo sobre todo una oportunidad para nuevos tipos de agregación y reinvención de la identidad. Lo importante es tener en mente que el FSM se realizará este año, pero de manera nueva, extremadamente descentralizada. Sería satisfactorio para mí si de la evaluación del Día de Acción Global resultase la decisión de empezar a realizarlo todos los años.
Pero preveo que se abrirán nuevos desafíos a corto plazo y que el Foro, aunque manteniendo su filosofía de base, pueda pasar por transformaciones más profundas.
—¿Por ejemplo?
—Articularse con otras iniciativas transnacionales y aprender con ellas. Pienso en el gran movimiento de educación popular y en "La Otra Campaña" de los neozapatistas mexicanos, tanto una como la otra con enormes virtudes y, en el caso específico de la segunda, una forma nueva de crear la contrahegemonía, una nueva cultura política y una nueva política de alianzas.
—El CI se divide entre mantenerse sólo como foro abierto y asumir formalmente posiciones políticas como FSM, basadas en consenso. Algunos de los que defienden esto último ven un cierto estancamiento y falta de perspectivas, sin la toma de posiciones…
—Todas las iniciativas políticas nuevas enfrentan dos dificultades específicas: el lenguaje que usan pertenece más al pasado que al futuro, incluso cuando parece lo contrario, y sus integrantes están divididos entre la experiencia pasada y la voluntad de innovar.
La novedad del FSM consiste en asociar una forma de organización nueva con la meta de crear una cultura política nueva. Por esa razón, defino al FSM como una forma de globalización contrahegemónica y no como altermundismo. Es una lucha tanto cultural como política, donde la cultural tiene un proceso de maduración mucho más lento que la política.
Las lógicas de estas dos luchas a veces chocan. La idea del FSM-espacio apunta más hacia la dimensión cultural y la del FSM-movimiento más hacia la dimensión política. Pero la polarización de las dos ideas es una herencia del pasado del pensamiento de la izquierda, ya que no permite ver que el espacio abierto es en sí mismo un movimiento, es un espacio en movimiento.
Por otro lado, ambas partes tienen concepciones eurocéntricas sobre procesos de decisión: la idea de que para asumir acciones políticas concretas es necesario decidir y eso nunca será posible por consenso. Ahora bien, los pueblos indígenas deciden por consenso y en esa base están organizando movimientos portentosos en América Latina. Sin embargo, ¿es posible imaginar lo mismo en movimientos y organizaciones creadas en el caldo de la cultura occidental aunque pertenezcan al sur global?
Defiendo que se tomen decisiones de acción política siempre que sea por consenso, en áreas donde se prevean bajos grados de conflictividad. El FSM está creando condiciones para acciones globales de confrontación política, pero no me parece que deba ser éste el que las asuma, porque tendrán que asentarse en fuertes raíces locales y nacionales y el Foro no las garantiza.
—¿No hay un problema de representatividad e incluso de democracia interna en el FSM, pues movimientos sociales que comprenden a millones de activistas en muchos países tienen la misma voz que organizaciones no gubernamentales locales de pocos miembros?
—El FSM no es un parlamento o un partido. Nuestras concepciones de representatividad y democracia fueron creadas teniendo en cuenta a las organizaciones. Los debates que se realicen con este propósito serán muy útiles porque así estaremos pensando en nuevas formas de organización y de legitimidad políticas.
Por ejemplo, ¿como sería un parlamento mundial o un partido global? La función histórica del FSM es abrir y no cerrar ese debate. El problema del FSM es no ser mundial, ni en términos de participantes ni de temas ni de orientaciones políticas. Pero, la combinación futura entre FSM-encuentro y Día de Acción Global puede ser una solución promisoria.
—El dramatismo que ganó el cambio climático, ¿no obliga el FSM a modificar sus prioridades, sus temas centrales?
—Sin duda. Lo importante es que el tema no esté en el FSM a la Al Gore, o sea como un problema que no tiene que ver con el capitalismo global, con los movimientos indígenas y campesinos, con la cuestión de la tierra y del agua, con la discriminación contra las mujeres.
Los debates sobre el cambio climático son la nueva frontera de la construcción de la contrahegemonía, una forma de mostrar a la ciudadanía común que la sociedad, tal como la conocemos, no sobreviviría.
—La repercusión del FSM, después del impacto de la novedad de los primeros encuentros, parece haberse reducido. ¿Qué falta para lograr una mayor incidencia en la política, en la vida de las personas y de las sociedades?
—El FSM tuvo un fuerte efecto sorpresa que le granjeó popularidad, incluso ante sus adversarios. De ahí la curiosidad inicial de los grandes medios de comunicación. El problema es que el efecto sorpresa no es reproducible. Una vez agotado, el impacto es de larga duración y eso no les interesa a los medios y es además potencialmente peligroso y debe ser silenciado.
Pero no hay que desmoralizarse por el silencio de los medios ni cometer el error de pensar que ese silencio es un indicador de pérdida de importancia. Al contrario, es la importancia potencial del Foro la que motiva el silencio.
—Las investigaciones sobre el perfil de los participantes muestran un FSM compuesto de una elite intelectual, con una mayoría universitaria y de capas medias. ¿Eso no contradice los ideales de inclusión social y de cambiar el mundo? —La transformación progresista raramente nació de acciones protagonizadas sólo por los excluidos. Las grandes luchas fueron siempre resultado de alianzas entre grupos más oprimidos y menos oprimidos y los que, no siendo directamente oprimidos, se solidarizaron con la suerte de aquéllos, al juzgar injusto que su bienestar se asentase en el malestar de los oprimidos.
El intelectual es un facilitador en la articulación de experiencias y acciones en las diferentes escalas, locales, nacionales, regionales y globales, que combinan distintas agendas transformadoras, como la indígena, la de las mujeres, los campesinos, los derechos humanos y la ecología.