El gubernamental Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) de Argentina advirtió sobre una degradación irreversible de los suelos y una caída en la producción agrícola a mediano plazo por la expansión de la soja, cultivo dominante en este país. La rentabilidad de la soja transgénica forzó una ampliación de su área sembrada desplazando a otros cultivos y a la ganadería, incluso en áreas no tradicionales para esa leguminosa.
La soja representa más de 50 por ciento de la producción de granos y las ventas de la legumbre, su harina y su aceite suman casi un cuarto de las exportaciones totales.
Según el INTA, la siembra directa y el uso de variedades modificadas tolerantes al herbicida glifosato “no constituyen una alternativa sustentable”, y al cabo de un tiempo provocan “degradación probablemente irreversible” del suelo.
El organismo admitió su rentabilidad y el beneficio del Estado, que recauda impuestos a la exportación. Pero si se consideraran sus «costos ambientales», la conclusión sería muy distinta.