«Antes no sabíamos cómo comercializar el café, ni quién lo compraba en el exterior; sólo sembrar y cortar», cuenta el caficultor guatemalteco Pablo Pérez.
Es representante de una asociación de pequeños productores del noroccidental departamento de Huehuetenango, integrada al programa Café y Caffè, que busca mejorar la calidad del producto para elevar los ingresos de los pequeños agricultores.
«Este proyecto nos ayuda con los precios. Antes, los intermediarios se quedaban con la mayor parte de las ganancias», explica Pérez a esta periodista.
El programa, lanzado el 6 de septiembre, es financiado por la cancillería de Italia y la Organización Internacional del Café, que aportan respectivamente casi 1,5 millones de dólares y 600.000 dólares.
Pérez, uno de los 170 pequeños productores guatemaltecos que participan del programa, explica que se les paga «un poquito más, 45 quetzales el quintal de grano maduro», es decir seis dólares por 46 kilogramos. «Pero se gana poco porque el fertilizante es caro».
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El precio usual es de entre 4,6 y 5,3 dólares el quintal. Y hace cuatro o cinco años, oscilaba entre 2,6 y 3,3 dólares, recuerda Manrique López, coordinador técnico local de Café y Caffè.
«Nuestra filosofía es utilizar el café como eje de desarrollo», afirma Massimo Battaglia, responsable del italiano Instituto Agronómico de Ultramar de Florencia, ejecutor del proyecto.
En dos años, Café y Caffè pretende favorecer a 2.000 pequeños caficultores de Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua y República Dominicana, reduciendo su vulnerabilidad socioeconómica y cultural, aumentando la sostenibilidad de los cultivos y promocionando el turismo rural en las áreas cafetaleras.
«El café tiene la ventaja de que se cosecha en lugares lindos. ¿Por qué no aprovechar esto?», se pregunta Battaglia en referencia al potencial turístico de Huehuetenango, una zona montañosa de 7.400 kilómetros cuadrados con variedad de climas y paisajes.
Guatemala, con 13 millones de habitantes, tiene 75.000 caficultores, y dos tercios de ellos son pequeños productores, explica Rodolfo González, gerente general de la Asociación Nacional del Café, que colabora con este programa y otorga las licencias para la exportación.
La indígena mam Lucía Ramírez, de la aldea Tuibosh, en Huehuetenango, es madre de seis hijos y corta café desde hace 18 años. Ahora «ya pagan mejor porque el café es de más calidad», asegura.
Los caficultores fueron capacitados en mejores técnicas de cosecha, proceso y secado del café, preservando los sistemas tradicionales de producción así como formas de reciclar los subproductos para convertirlos en otra fuente de ingresos.
Además, defender «el producto local es trabajar en la defensa del territorio», apunta Luca Fabbri, representante de la italiana Slow Food, fundación que presta asistencia desde 2003 a los pequeños caficultores de Huehuetenango.
Parte del café que se cultiva manualmente bajo sombra, a una altura de entre 1.500 y 2.000 metros, se exporta a Italia, donde es distribuido por las importadoras Pausa Café, Mokafe y Eataly en restaurantes y supermercados.
En la cosecha 2006-2007 se exportaron a Italia 1.500 quintales del Café Baluarte de las Tierras Altas de Huehuetenango.
«Los pequeños productores pueden hacer café de calidad cuidando el ambiente», enfatiza Iliana Martínez, representante de la cooperativa italiana Pausa Café.
Según Martínez, los caficultores aprenden a usar fertilizantes correctos, a limpiar sus parcelas y a reciclar los subproductos, y existe un control de calidad y cata por cada lote de producto.
López, también gerente general de la Comercializadora Baluarte de Huehuetenango, que trabaja con distintas asociaciones en la región, destaca que en este proyecto intervienen desde ministerios y productores hasta compradores y representantes de gobiernos locales.
«Detrás de todo producto, hay un territorio y hay gente», subraya. El pequeño productor debe formar parte principal de la cadena del café y recibir beneficios económicos, sociales, técnicos, comerciales y ambientales, opina.
Cincuenta y uno por ciento de los guatemaltecos viven en la pobreza, y ocho de cada 10 pobres están en áreas rurales. Aunque la agricultura genera 75 por ciento de los empleos, aporta apenas 23 por ciento del producto interno bruto.
* Este artículo es parte de una serie sobre desarrollo sustentable producida en conjunto por IPS (Inter Press Service) e IFEJ (siglas en inglés de Federación Internacional de Periodistas Ambientales). Publicado originalmente el 15 de diciembre por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.