VENEZUELA: Los pobres del opulento lago de Maracaibo

«Mi padre fue pescador, mi abuelo también, yo lo fui hasta que pude y vivimos aquí porque es bonito, pero con mucha necesidad», dice bajo el sol del mediodía Antonio Navarro, 72 años, en Plaza Bolívar, un palafito de seis por ocho metros, con piso de tabla y un busto del héroe en Congo Mirador, mísero poblado del petrolero lago de Maracaibo.

Crédito: Arnaldo Utrera
Crédito: Arnaldo Utrera
Las 120 casas de Congo Mirador, la mayoría muy pobres y de latón, algunas de un solo ambiente donde conviven familias y animales domésticos, son palafitos sobre troncos a cientos de metros del extremo sur del lago, en el noroeste de Venezuela.

"Muchos quisiéramos una ayuda del gobierno, pero no llega. Tenemos escuela, una iglesia (también de palafitos) y a veces viene un médico y Mercal (Mercados de Alimentos, con precios subsidiados), pero hace tiempo que no viene. Un viejo como yo no tiene más nada qué hacer, pero esto es lo mío y de aquí no me voy", dice Navarro a IPS.

A Congo Mirador se llega al cabo de dos horas en bote, si hay buen tiempo, desde Puerto Concha, extremo carretero en el sureste del Maracaibo. También desde Santa Bárbara, capital municipal a unas cuatro horas y a orillas del río Catatumbo, que nace en Colombia y es la principal fuente de agua dulce del lago, de 12.000 kilómetros cuadrados.

En la zona destella, unos 150 días al año, el relámpago del Catatumbo, la mayor tormenta eléctrica de nube a nube del planeta, con 1,6 millones de descargas anuales de entre 100.000 y 300.000 amperios, cada una de las cuales sería capaz de encender todos los bombillos de América del Sur, recuerda a IPS el estudioso Eric Quiroga.
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Además de su belleza, el fenómeno es considerado principal regenerador del gas ozono estratosférico, que filtra las radiaciones nocivas del sol, protegiendo la vida de la Tierra de

"Vienen turistas a ver el relámpago, sobre todo europeos y gringos (estadounidenses), pero la verdad es que llegan, toman fotos, se van y no dejan nada", se queja Ana Villasmil, madre y abuela, a las puertas de la diminuta "escuela bolivariana".

Al ser "bolivariana", apellido que el gobierno de Hugo Chávez asigna a distintos programas que impulsa, la escuela debería tener un comedor, aulas adecuadas, biblioteca y actividad docente y recreativa para atender a los alumnos mañana y tarde.

Pero esta escuela es un palafito de sólo dos ambientes, con 71 inscritos que reciben simultáneamente clases de primero a sexto grado de educación básica. El entretenimiento dirigido es un hecho extraordinario, como la jornada de juegos y tareas que le obsequiaron artistas y promotores de museos de Caracas, en una visita entre fines de octubre e inicios de noviembre.

La maestra, Francisca Hernández, es a la vez directora, administradora e instructora de educación física. Con frecuencia imparte clases sólo de lunes a miércoles, si reina mal tiempo o debe atender sus propios estudios en Santa Bárbara los jueves y viernes.

"Aquí muchas veces los niños se enferman de diarreas, y cuando una mujer va a parir la atiende una pariente o se va a casa de familiares en Santa Bárbara. A veces han llegado médicos de Barrio Adentro (un programa gubernamental de salud iniciado por Chávez en 2003) pero no son visitas ni atenciones constantes", explica Villasmil a IPS.

Mujeres y niñas se desplazan entre casas remando en canoas, y los más pequeños se dotan de improvisados botes, como la mitad de un tambor plástico para combustible, y se impulsan aplicando sus manos como remos. La mayoría de las personas son de baja estatura, de tez blanca aunque muy tostada por el sol y con la piel reseca por la escasa ingesta de agua. Los niños la beben siempre con avidez.

El lugar parece una alegoría del mestizaje venezolano: viven en palafitos, como los indígenas que habitaban el lago en tiempos de la conquista española, sus nombres (Congo, Ologá) fueron dados por los africanos traídos como esclavos hace siglos a estos parajes, y la mayoría de los habitantes son blancos, con abundancia de cabelleras rubias.

Villasmil vuelve a la carga: "Sobre todo los jóvenes, pero también algunas personas mayores quisiéramos estudiar, pero no hay manera. Aquí cuando los muchachos crecen y terminan el sexto grado pues se van a pescar, y las muchachas a tener hijos".

José del Carmen Guerrero, de 79 años, activista comunal y el más viejo habitante de Congo Mirador, deplora la infrecuencia de las "misiones", como se conoce a los programas de educación, salud, alimentación, atención a indigentes y becas para el trabajo que financia el gobierno nacional.

"El presidente Chávez dijo que esas misiones debían llegar a todos los rincones del país, pero en este rincón fallan mucho, no se ven, y los funcionarios de abajo (de menor rango) ponen demasiados obstáculos a nuestras peticiones", dice Guerrero a IPS.

Él asegura que les han ofrecido hasta construcción de viviendas mejores, "ahora que con los cambios en el clima sobre el lago se forman 'mangueras' (trombas a modo de tornados en miniatura), pero se vuelven promesas en saco roto".

"Sin gasolina, no podemos vivir. Estos son palafitos, usted no puede desplazarse sino en bote. Pero para conseguir la gasolina debemos navegar siete horas, ida y vuelta hasta las cercanías de Santa Bárbara, desafiando el mal tiempo cuando lo hay y los peligros y la inseguridad de la noche", señala Guerrero.

La burocracia de la empresa estatal Petróleos de Venezuela (Pdvsa) "nos hizo cumplir un montón de trámites y al final rechazó colocarnos aquí una estación de suministro de gasolina, que nos sirva a nosotros y a Ologá", agrega el veterano pescador.

Más que un poblado, Olegá es un puñado de casas con 270 habitantes en una lengua de costa lacustre, a unos 20 minutos en bote desde Congo Mirador. "Todos aquí vivimos de pescar, no hay otra actividad, ni nadie aquí es profesional en otra cosa", dice a IPS, mientras prepara sus aparejos, José Hernández.

"Aquí prácticamente pasamos hambre en los meses en que merma la pesca, y recibimos muy poca ayuda oficial, a veces de la gobernación (en manos del ex candidato presidencial opositor Manuel Rosales) pero no del gobierno nacional", afirma Alexis Vega, quien se precia de ser promotor deportivo en Ologá.

En la iglesia, tres paredes de latón sobre la arena con un techo y una cruz de cañas, se muestran, junto a una imagen de la Virgen del Carmen, dos trofeos ganados por equipos suyos en el fútbol de salón de algún torneo en estas riberas.

Vega expone una lista de necesidades: "No tenemos luz eléctrica (una pequeña planta a gasolina alimenta algunas bombillas durante unas pocas horas por noche), ni agua potable, cocinamos y nos bañamos con el agua de la lluvia, no tenemos un ambulatorio (hospitalillo), ni una buena iglesia ni un suministro de alimentos".

En la tiendecilla que expende unos pocos víveres, como harina, sal, granos y útiles de higiene, Evelyn Hernández, recién llegada de Maracaibo, la capital regional, obsequia al periodista una tacita de café. "Lo que pasa es que no hemos logrado organizarnos, no hay quien lo haga. Se podría hacer un sitio para recibir turistas y obtener ingresos", comenta.

Estos caseríos son plazas ideales para observar el imponente relámpago del Catatumbo, que estalla tras las nubes sobre sus palafitos, pero no hay instalaciones para recibir a los visitantes, quienes deben pernoctar colgando una hamaca casi a la intemperie o en el portal de una pequeña casa comunal en Congo Mirador.

Pero además "aquí no llegan las misiones. Unas pocas veces han venido médicos, pero no hay atención permanente, dependemos para lo demás de nuestros botes. Tampoco hay financiamiento de nada, nos tienen como si fuéramos un cero a la izquierda", se queja.

Guerrero había expuesto que "podríamos organizarnos en consejos comunales, pero me pregunto, ¿el gobierno trabajará con un consejo comunal de oposición? La mayoría de los habitantes de por acá son adecos (de Acción Democrática, partido opositor socialdemócrata)".

Vega subraya que "somos descendientes de los pescadores que llegaron aquí hará unos 200 años. Somos como los guardianes de ese relámpago que ya sabemos que produce ozono, y el ozono permite la vida. Merecemos vivir mejor, tenemos los mismos derechos que los demás venezolanos".

* Fotos de Arnaldo Utrera

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