«Tengo la felicidad de una muchacha de 15 años, pero con la sabiduría de una mujer de 66», dice Felicia Pérez, una cubana que recuperó los deseos de vivir tras participar en un curso de manualidades, del que salió como promotora de los valores urbanos y gestora de un taller de artesanía en su vecindario.
La historia de Pérez testimonia el impacto de experiencias sustentadas en la educación popular sobre la existencia cotidiana de las mujeres en Cuba, que no pocas veces ven su desarrollo limitado por el machismo prevaleciente, o padecen el menosprecio cuando se consagran a labores domésticas.
"La educación popular me demostró que todas las personas tienen un saber y este se respeta", confesó Pérez a IPS. "Me han enseñado que todo el mundo vale, y ahora no me siento inferior por ser ama de casa", acotó.
Esta mujer, residente en la ciudad de Guantánamo, ubicada 930 kilómetros al este de La Habana, ha reunido en sus clases de manualidades a vecinas de la tercera edad, que siempre desempeñaron trabajos domésticos o creyeron terminada su vida después del retiro laboral.
Se estima que en esta isla caribeña de 11,2 millones de habitantes, más de un millón de mujeres se dedican exclusivamente a los quehaceres hogareños.
En el Censo de Población y Viviendas, de 2002, el 97 por ciento de quienes declararon ocuparse de estas funciones fueron mujeres, la mayoría de ellas con bajos niveles educacionales.
En el pequeño espacio creado por Pérez, lejos del ámbito tradicional del hogar, este grupo de mujeres conversa sobre temas relacionados con la salud, la sexualidad, la familia y la historia de su ciudad, fundada en 1796.
La iniciativa forma parte del proyecto Celia, iniciado en 2003 por el gubernamental Grupo para el Desarrollo Integral de la Ciudad de Guantánamo, que aspira a estimular la participación de la población femenina en el mejoramiento de las condiciones de vida en esa urbe oriental.
En su origen, la experiencia estaba dirigida sólo al barrio La Caoba, una zona de prostíbulos antes del triunfo de la Revolución en 1959 y donde aún persistían problemas sociales como la delincuencia, la drogadicción y un elevado nivel de desempleo entre las mujeres, señaló a IPS Sandra Prieto, funcionaria del Grupo.
"Comenzamos en los corredores de las casas, sin materiales", relató Prieto. Con la colaboración de las personas dedicadas a la artesanía en la zona, consiguieron impartir los primeros talleres de manualidades, con el fin de "atraer a las mujeres y hablarles de la ciudad, de su historia, y de ese modo lograr un sentido de pertenencia en ellas."
El proyecto Celia aspira a revertir el "desconocimiento de los valores arquitectónicos y la poca cultura ciudadana y urbanística", apuntó Prieto, quien remarcó la influencia en este problema de las migraciones, que se incrementaron a partir de la crisis económica iniciada a comienzos de la década del 90.
El contacto con el programa de Educación Popular y Acompañamiento a Experiencias Locales del no gubernamental Centro Memorial Martin Luther King Jr.(CMMLK), le permitió al Grupo incorporar las herramientas de la educación popular, indispensables "para trabajar en la comunidad, para llegar a la gente", reconoció Prieto.
Pérez y Prieto participaron junto a unas 200 personas, la mayoría mujeres, en el primer encuentro nacional de la Red de educadoras y educadores populares, que sesionó entre el 12 y el 16 de este mes en la localidad de Caimito, poco más de 20 kilómetros al oeste de La Habana.
"La educación popular concientiza a las personas desde el punto de vista de la identidad, del amor a lo que nos pertenece, los presupuestos éticos y los principios de nuestra sociedad socialista", declaró a IPS Yolanda Brito, del proyecto comunitario Limón Limonero, en Jagüey Grande, unos 150 kilómetros al sudeste de La Habana.
"Esta concepción no es la única verdad, pero sí una de las formas que pueden ser viables y efectivas, un grano de arena en la construcción de cosas mejores para nuestro país", afirmó Brito, quien trabaja en la biblioteca municipal de su localidad.
El conocimiento de las ideas de la educación popular en los cursos del CMMLK también cambió radicalmente la vida laboral y familiar de Iluminada Brizuela, una de las mujeres involucradas en el taller Dorca del asentamiento de Las Tamaras, próximo a la ciudad de Bayamo, unos 730 kilómetros al este de la capital cubana.
"Soy otra, mi autoestima subió mucho, cambió mi forma de comunicarme con los demás", confesó Brizuela a IPS. "Antes, mi esposo me decía que no fuera a la bodega (tienda de alimentos normados) y yo no iba, ahora él lava la ropa, plancha, cocina y atiende a nuestra hija", relató.
Con 44 años, Brizuela integra un sector poblacional de alrededor de un millón de mujeres, conocido como "generación del emparedado", pues deben cuidar a sus padres y madres ancianos y criar a su descendencia, además de enfrentar otras responsabilidades familiares y profesionales, doblemente pesadas por la cultura machista.
Sin embargo, ella ha conseguido lidiar con las exigencias de su cargo como coordinadora zonal de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), la más extensa organización política comunitaria de Cuba, el trabajo en el taller Dorca, donde hace labores de corte y costura junto a otras nueve mujeres, y los quehaceres domésticos.
El proyecto Dorca, impulsado por una donación de máquinas de coser y materiales del Consejo de Iglesias de Cuba, que reúne a denominaciones cristianas del país, confecciona ropas y otros productos textiles para aliviar las necesidades de personas de menores ingresos, pensionadas y madres solteras.
"Hay muchas personas que, si les regalas una muda de ropa, se sienten muy felices", aseguró Brizuela, quien considera grande el beneficio en la comunidad de poco más de 1.000 habitantes, sobre todo para quienes no pueden pagar los precios de las estatales tiendas recaudadoras de divisas.