Aldeanos afganos con vestimentas coloridas esperan con impaciencia, junto a niños sucios y descalzos, su turno para que los atienda un médico en una clínica improvisada, en una aldea diminuta de la meridional provincia de Kandahar.
Esa instalación está administrada por la coalición militar internacional que lidera Estados Unidos y que puso fin en diciembre de 2001 al régimen islamista del movimiento Talibán, que dominaba Afganistán desde 1996.
Los informes médicos habituales en la zona dan cuenta de una gran incidencia de infestación intestinal infantil. Sus vientres hinchados y la diarrea son señales de falta de higiene. El agua corriente es escasa en esta empobrecida zona de este país hundido en la miseria, la más afectada por una intensa y extensa guerra.
Al final del día, la capitana Maureen Sevilla y sus compañeros de la Guardia Nacional del sudoriental estado estadounidense de Carolina del Sur dispensaron varias cajas de vitaminas para ayudar a aliviar el problema.
Deben entregar a menudo esos complementos a los hermanos mayores de los enfermos, también muy chicos. A veces, a sus padres no se los encuentra en ningún lado.
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Los esfuerzos de Estados Unidos y de la coalición por ganar la confianza de la población, ofreciendo asistencia médica gratuita y asumiendo proyectos de reconstrucción que incluyen carreteras y escuelas, alentaron a la cooperación con las tropas internacionales.
Así, muchos afganos suelen revelar información sobre bombas al costado de las carreteras y la identidad de miembros de las milicias de Talibán, según comandantes estadounidenses.
Pero estos intentos no lograron contener la insatisfacción de otros muchos ante los escasos avances que perciben, seis años después de la invasión al país.
No obstante, las fuerzas de la coalición están complacidas con sus esfuerzos.
Tras el inicio de las tareas de asistencia a la salud, los aldeanos rápidamente cambiaron de idea sobre los soldados estadounidenses, a los que Talibán describía como "los malos", dijo el mayor Charles Blankman, asistente médico del ejército de Estados Unidos.
Blankman está destacado en una pequeña base militar cercana a la pista aérea de Kandahar. Los servicios médicos "le hicieron muy bien a las operaciones de contrainsurgencia. La gente les está muy agradecida", explicó.
Aunque limitados, estos programas son una señal para los civiles afganos sobre la voluntad de asistencia de su gobierno, agregó.
En todos los casos, la coalición intenta "ponerle un rostro afgano" a las clínicas, solicitando la ayuda de médicos y enfermeros de esa nacionalidad, continuó.
Los vehículos de la coalición habitualmente viajan con entre 30 y 40 oficiales de policía que se encargan de la seguridad, la búsqueda de explosivos y la entrega de alimentos, e incluso libros para colorear. Mientras, las tropas permanecen atrás, dijo Blankman.
La base de operaciones avanzadas de este oficial construye dos policlínicas por mes, dependiendo de la situación de seguridad de un área particular, pero es reticente a divulgar sus previsiones para evitar ataques de Talibán.
Es en este tipo de servicio comunitario que el coronel del ejército estadounidense Thomas McGrath, jefe del Comando Sur de Integración de Seguridad Regional Afgana, basado en la pista aérea de Kandahar, espera que los pobladores locales le proporcionen información sobre la insurgencia.
"Cuando la gente se siente segura, tiene más probabilidades de colaborar", dijo McGrath a IPS, recordando un reconocido principio de la doctrina contrainsurgente.
Hace poco, las fuerzas de la coalición distribuyeron folletos en un pueblo del este afgano urgiendo a la población a identificar a miembros del Talibán y establecieron una línea telefónica con ese fin.
En un par de días, los agentes recibieron 200 o 300 llamadas, aseguró McGrath. El éxito de la operación fue vinculado a la labor de asistencia, agregó: los lugareños quieren viabilidad económica, escuelas y hospitales.
"Lo gracioso es que los miembros de Talibán también llamaban para manifestar su enojo", relató.
Al día siguiente, milicias insurgentes, miles de cuyos integrantes fueron asesinados en los últimos seis meses, colocaron un artefacto explosivo cerca de la base militar estadounidense, en un esfuerzo por reafirmarse.
Sin embargo, en ciertos pueblos del sur de Afganistán, los aldeanos se negaron a compartir información con las fuerzas de la coalición. "No puedo porque ustedes se van a ir de aquí y ellos me cortarán la cabeza", argumentaban, según McGrath.
Los afganos viven con constante temor a Talibán, que hace poco ejecutó a oficiales de la policía en una plaza cercana "sólo para generar terror", dijo.
En algunos casos, los afganos pagaron a estas milicias a cambio de protección. El movimiento islamista, por su parte, reclama a los aldeanos alimentos y refugio, según un oficial de inteligencia de la fuerza aérea de Estados Unidos que habló a condición de no revelar su identidad.
En un esfuerzo por separar a los insurgentes de la población general —y, por lo tanto, obtener más información de inteligencia gracias a la sensación de seguridad de los civiles—, el ejército estadounidense también invierte en programas de censo biométrico en pueblos y aldeas, agregó McGrath.
La aplicación de la biometría, técnica que permite la identificación de las personas a través de mediciones estadísticas o matemáticas de datos físicos o de comportamiento, incluye la obtención de huellas digitales electrónicas, fotografías y descripciones.
Esto, junto con el registro de direcciones y números telefónicos, dificulta a los miembros de Talibán pasar desapercibidos en un área, explicó.
Las fuerzas de la coalición que ingresan a una nueva zona necesitan ganarse la simpatía de los ancianos de la localidad, que son quienes la controlan, antes que la del resto de sus vecinos, señaló a IPS el funcionario de inteligencia.
Una manera de congraciarse es a través de iniciativas de reconstrucción financiadas por el fondo del Programa de Respuesta de los Comandantes a la Emergencia, proyecto militar que proporciona fondos para que uniformados estadounidenses asistan a iraquíes y afganos con proyectos críticos de reconstrucción y asistencia.
Los proyectos del programa de los comandantes, asumidos por los afganos, incluyen la construcción de carreteras, escuelas, mezquitas, pozos de agua y clínicas, entre otros.
Los esfuerzos militares de la coalición por consolidar la legitimidad del prooccidental gobierno afgano ayudándolo a concentrarse en las necesidades y la seguridad de la población son valorados de diversa forma en todo el país.
Isa Mohammed, un granjero de 18 años casado que reside en la meridional provincia afgana de Zabul, cree que la vida es mejor ahora que bajo el régimen de Talibán, y mencionó en ese sentido la construcción de carreteras y hospitales en estos años.
Antes de la elección del presidente Hamid Karzai, el país carecía de un sistema económico racional. En contraste, los agricultores pueden ahora exportar uvas, almendras, trigo y otros productos básicos, dijo.
Pero otros afganos están desencantados por el estado del país varios años después de que el odiado régimen talibán cayera en 2001. Esto es particularmente así tras una serie de ataques con bombas ocurridos en las últimas semanas en Kabul, ciudad mucho más tranquila que el volátil sur.
Las congestionadas calles del centro son una señal del peligro inherente a la vida en Afganistán, una sociedad fuertemente armada donde los empleados de restaurantes revisan el porte de pistolas a la entrada y bandas criminales están dedicadas al secuestro extorsivo. La situación todavía no permite desarrollar una vida normal.
"Prefiero a Talibán para la paz", declaró Razia Kamal, una ginecóloga de 28 años que hacía las compras en el Centro Comercial Faryad con su hermana menor Raihana, de 20.
Sus padres escaparon a Pakistán hace años y volvieron hace poco, pero ella no está segura de permanecer en su país natal.
Cuando se le recuerda que si el Talibán volviera al poder reduciría severamente las oportunidades educativas y laborales para ella, Kamal respondió: "Las mujeres no están viviendo. ¿Qué educación hay para ellas? La vida es más importante que la educación".
Sabghat Ullah, de 28 años, propietario de un comercio de ropa, lamentó que los estadounidenses y otros extranjeros lleguen para estabilizar Afganistán pero que todavía el país no pueda liberarse del terror creado por Talibán.
"Dos días, dos explosiones. Ningún país lo está deteniendo", se quejó.
* Fawzia Sheikh realiza desde hace poco su labor periodística integrada ("embedded") en las tropas estadounidenses en Afganistán, con autorización de las autoridades militares en Washington.