Una comunidad campesina cercana a la peruana caleta Santa Rosa, 800 kilómetros al norte de Lima sobre el océano Pacífico, elabora un nuevo tipo de abono utilizando vísceras de pescado y otros desechos, hasta ahora arrojados al mar por pescadores artesanales. Con 160 toneladas de desperdicios de origen marino que contaminaban las aguas de la caleta, especialmente vísceras de pescado, los campesinos producen 80 toneladas de «ictiocompost».
El proyecto fue ideado por la bióloga Lila Suárez, quien convenció a los dirigentes campesinos de destinar un terreno eriazo para cavar dos pozos de reciclamiento de 300 metros cúbicos de capacidad.
Los desechos son transportados desde las playas en triciclos a un costo de 80 centavos de dólar por viaje, y vertidos en los pozos de maduración llenos de agua, a los que se agrega pajilla de arroz y otros residuos vegetales para promover la actividad microbiana que transforma la materia en abono biológico.