Si tratas de complacer a tu anfitrión corres riesgo de que te desaire. Ése podría el consejo del ex presidente surcoreano Kim Dae-Jung a su sucesor en funciones, Roh Moo-Hyun, quien se apresta a visitar este mes Pyongyang, capital de Corea del Norte.
Ya pasaron siete años desde que Kim visitó al presidente norcoreano Kim Jong Il en Pyongyang, en circunstancias muy distintas a las de esta segunda cumbre bilateral, prevista para los días 28, 29 y 30.
Los surcoreanos, en general, aplaudieron la cumbre de 2000. Cada sonrisa, gesto y muestra de buen humor intercambiados por los líderes de la península —técnicamente en guerra desde la guerra de Corea (1950-1953)— fue motivo de satisfacción en Seúl.
Pero esta vez los surcoreanos se muestran más suspicaces. Algunos ven en la cumbre una posibilidad para garantizar la paz. Otros la perciben como una maniobra política en respaldo de Roh un presidente impopular.
"Sí, es bastante útil y necesario que los líderes de las dos Coreas celebren otra cumbre", dijo el ex viceministro de Unificación Song Young-Dae, hoy profesor de la Universidad Sookmyung. "De todos modos, el momento y el lugar acordados son inadecuados."
Hace siete años, Kim Jong Il prometió visitar la capital surcoreana para una segunda cumbre. Expertos en relaciones intercoreanas preveían que una visita así desataría protestas difíciles de tragar para el dictador norcoreano.
Pero empresarios surcoreanos confían, en general, en que la segunda cumbre les permitirá abrir negocios más promisorios en Corea del Norte.
"Queremos que la cumbre alivie nuestros tres dolores de cabeza: el alto costo del transporte transfronterizo, las malas telecomunicaciones y los extensos trámites aduaneros", dijo Kim Ki-Mon, gerente general de la firma relojera Romanson, que da trabajo a 400 norcorenos en su fábrica de la ciudad fronteriza de Kaeseong.
La primera cumbre fue un hito económico para las dos Coreas. En la del Norte, un país comunista que sobrevivió al fin de la Guerra Fría, los trabajadores se sintieron respaldados para lograr mejores salarios. Hace poco recibieron el aumento de cinco por ciento que reclamaban.
Además, cientos de surcoreanos cruzan todos los días la frontera para acampar en las cercanías del monte Kumgang, al que creen sagrado.
Pero aquella cumbre no cumplió con las expectativas que había despertado: una península coreana sin armas nucleares y la liberación de cientos de surcoreanos secuestrados y soldados prisioneros.
Pyongyang también se ha negado a reconocer la Línea Fronteriza Septentrional del mar Occidental. En las temporadas de captura de cangrejo de 1999 y 2002, las armadas de ambos países chocaron en el área en disputa, lo que dejó docenas de muertos y heridos de ambos lados.
Ahora, Corea del Norte exige la cancelación de los ejercicios militares conjuntos entre el Sur y Estados Unidos, que en su edición de este año coincidirían con la cumbre en Seúl.
Al igual que hace siete años, Corea del Sur parece segura de lo que ofrecerá al Norte: financiamiento en efectivo, alimentos y energía. Aun afrontando oposición en su país, Roh está dispuesto a prometer fondos para refaccionar una línea férrea cuyo mal estado conspira contra la logística norcoreana.
Expertos calculan que la factura por la reparación de la derruida infraestructura alcanzaría los 60.000 millones de dólares a pagar entre 2006 y 2015.
De acuerdo con las presiones opositoras surcoreanos, tendría más sentido gastar menos en defensa y más en ayuda para que Corea del Norte modernice sus vías férreas, que canalizan 90 por ciento de las cargas del país y 60 por ciento del servicio de pasajeros.
Mientras, Tokio endureció sus reclamos por la docena de secuestrados mantenidos en Corea del Norte y por las pruebas misilísticas. Al mismo tiempo, Seúl muestra un significativo silencio por los prisioneros y secuestrados.
Corea del Sur es hoy el principal donante de alimentos para los 23 millones de habitantes del Norte y de combustible para sus fábricas.
"La segunda cumbre parece un inminente fracaso, pues no tiene una agenda de discusiones clara. Ambos gobiernos son incapaces de presentar la suya, lo que torna incierta la razón de su convocatoria", dijo el profesor Song.
La cumbre tendría sentido, según observadores, si redunda en los reclamos de las negociaciones sextipartitas (en las que participan las dos Coreas, China, Estados Unidos, Japón y Rusia) para que Pyongyang se desembarace de su programa de armas nucleares.
Corea del Norte fue aplaudida por la comunidad internacional por el cierre en ulio de su reactor nuclear en Yongyon, a cambio de asistencia internacional, incluidas 950.000 toneladas de crudo pesado aportadas por el Sur.
Esto elevó las posibilidades de que Pyongyang acceda a sustituir la tregua vigente por un acuerdo de paz definitivo con Estados Unidos. Pero un compromiso público que anule sus ambiciones nucleares es poco probable.
"Eso no sucederá a menos que el Norte cumpla con su deseo de establecer relaciones diplomáticas plenas con Estados Unidos y si el régimen no designa a un sucesor para Kim Jong Il", dijo al diario Donga el decano de la Facultad de Derecho de la japoesa Universidad Geio.
"El presidente Roh quiere alcanzar un logro relevante antes de abandonar el poder en febrero próximo", agregó Masao. "Y Kim quiere ayudar al partido gobernante en Corea del Sur, que es pro-Norte. Si Kim permite a Roh exhibir alguna concesión en materia nuclear, podría lograr aun más de Seúl."