Obreros filipinos y nepaleses acusan a la empresa First Kuwaiti de haberlos sometido a trabajos forzados en Iraq en los últimos tres años.
Esta compañía kuwaití, que participa en un multimillonario negocio con el ejército de Estados Unidos y el principal contratista del Departamento (ministerio) de Defensa de ese país, Kellogg Brown y Root, necesita migrantes de países pobres para que trabajen en la reconstrucción de Iraq.
Uno de ellos es Ramil Autencio, quien relató su odisea sentado en el frente de su casa, una choza de dos habitaciones en el área metropolitana de Manila, construida con viejos retazos de madera y metal.
Una cortina hecha jirones cuelga de la entrada. A lo largo de un sucio callejón, que nace en una concurrida calle comercial, sus vecinos llevan una existencia similar a la de Autencio.
Sobre sus cabezas suenan las turbinas de los aviones comerciales que conectan a unos ocho millones de trabajadores filipinos emigrantes con la economía globalizada.
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Esa masa laboral constituye 10 por ciento de la población del país. En su mayoría, buscan ganar algo más de los 10 dólares al día que reciben por trabajar aquí.
Un perro callejero y unos pocos gatos dejan escuchar el apagado sonido de sus pisadas mientras la esposa de Autencio, Ángela, y sus dos hijos lo miran desenvolver cuidadosamente una bolsa plástica que contiene sus documentos.
Mientras habla en tagalog, idioma originario del sur de la isla de Luzón y una de las raíces del filipino moderno, Autencio sostiene cada uno de los papeles como si fueran textos sagrados que fortalecen su voluntad de compartir con otros lo que él vivió durante el invierno de 2004.
Fue un infierno, asegura.
Autencio relata que mientras se hacinaba con centenares de otros inmigrantes en Kuwait en el derruido edificio que él llama "Jaleeb" a la espera de un trabajo, firmó unos papeles, forzado por un supervisor, que puso su mano sobre los párrafos.
"Yo no leo ni árabe ni inglés, pero era eso o la cárcel", comenta.
Enfatiza, una y otra vez, que los papeles firmados en el aeropuerto, antes de salir de Filipinas, eran para trabajar en Kuwait. El no quería ir a Iraq.
Sin embargo, un día un aviso fue colocado en el Jaleeb advirtiendo a la gente que se preparara para viajar a Iraq. El nombre de Autencio estaba en la lista. El anuncio advertía:
"Los que no se presenten para tomar los ómnibus serán castigados con una reducción de 100 dólares en el salario. Además, las deducciones diarias de los salarios se harán hasta llegar a Iraq y los sueldos no se les pagarán hasta fin de mes. Si su nombre figura en la lista y usted quiere volver a Filipinas, igualmente tendrá que trabajar hasta pagar por sus gastos de viaje, equivalentes a 1.000 dólares".
"Estas personas no se presentaron para viajar a Iraq en la fecha que les correspondía, por lo que demoraron la partida de muchos de ustedes. Las salidas demoradas significan que ustedes cobrarán sus salarios con atraso. Pero no se pagarán sueldos en Kuwait. ¡Todos los sueldos se pagarán en Iraq! Si todos quieren cobrar puntualmente, deben asegurarse de no perder su ómnibus en la fecha establecida y ¡también asegurarse de que ningún otro se ausente!".
Autencio dice que no cobró un centavo cuando llegaron a Tikrit, donde trabajó en una base militar de Estados Unidos. Cuenta que le dijeron que el dinero lo estaba esperando en Kuwait, pero él y otros filipinos que lo acompañaban encontraron las condiciones de trabajo cada vez más intolerables.
Como si compartiera un secreto, Autencio muestra una hoja de papel amarillo con los bordes doblados por el uso. Es el papel que él hizo circular entre los otros trabajadores mientras planificaba el escape.
Más de 40 lo firmaron y aceptaron el plan. Consideraron que tendrían más posibilidades si se mantenían unidos.
Un soldado del ejército de Estados Unidos, de origen filipino, se compadeció de su situación y habló con el chofer de un camión de caja plana que se dirigía al sur. Durante tres noches viajaron hacia la frontera con Kuwait. De día, se ocultaban con apenas algo de comida o agua.
"Casi nos morimos de hambre", afirma Autencio.
La "carga" de filipinos desesperados que llegó a la frontera sin ningún documento paralizó por la sorpresa al policía que intentó detenerlos.
"Estábamos más molestos que antes porque uno de nosotros había muerto en el camino, así que no había nada que pudiera hacer para frenarnos", relata Autencio.
"Lo empujamos a un costado cuando pidió nuestros papeles. Eramos muchos más que él", recuerda.
El grupo logró llegar a la Embajada de Filipinas, donde el embajador los alojó de mala gana hasta que se pudo organizar el retorno.
Autencio también asegura que apenas le pagaron 300 dólares por su calvario de tres meses. Le inició un juicio a First Kuwaiti pero lo perdió: culpa a su abogado, a quien califica de incompetente. Un segundo abogado que contrató para seguir el caso desapareció.
Al-Absi, el gerente general de First Kuwaiti, asegura que las acusaciones de Autencio no son más que una historia de ficción.
"El me demandó ante un tribunal y perdió", dice. "No tiene ningún caso en nuestra contra."
* Ésta es la segunda de una serie de dos notas. La periodista filipina Lucille Quiambao colaboró con la investigación y traducción de este informe. Se puede contactar a David Phinney en la casilla de correo electrónico phinneydavid@yahoo.com.