GUATEMALA: Justicia comercial muestra sus frutos

Las condiciones de vida y trabajo de miles de pequeños productores guatemaltecos mejoraron con el comercio justo, que establece nuevas reglas de juego y de mercado.

Mujeres guatemaltecas cosechan albahaca. Crédito: Emilio Manjón
Mujeres guatemaltecas cosechan albahaca. Crédito: Emilio Manjón

«Antes teníamos mucha necesidad. La asociación ayudó a nuestro pueblo a exportar productos y en capacitación», dice Francisco Ijón, auxiliar de comercialización de la Asociación Chajulense, entidad que abrazó los criterios del comercio justo para sus 1.800 caficultores de las occidentales regiones indígenas de Quiché y Huehuetenango, donde la pobreza reina.

Certificada por la Fairtrade Labelling Organizations International (FLO), la Asociación Chajulense exporta café a Europa y Estados Unidos y comenzó a diversificar su producción con la oferta de miel y cardamomo. En 2006 exportó 675.000 kilogramos de café orgánico, cultivado sin productos agroquímicos.

Según datos oficiales, 56 por ciento de los 12,7 millones de habitantes de Guatemala viven en la pobreza, y ocho de cada 10 pobres están en áreas rurales. Aunque el sector agrícola genera 75 por ciento de los empleos, aporta apenas 23 por ciento del producto interno bruto.

Las reglas del comercio justo son diferentes a las que rigen el intercambio internacional actual y a las que proclaman los defensores del libre comercio.

La FLO otorga el sello de comercio justo Fairtrade tras fiscalizar que las organizaciones de productores cumplan con una serie de criterios, como el pago de un salario digno y condiciones de trabajo saludables, respeto al ambiente, erradicación del trabajo infantil, equidad de género y reinversión en el desarrollo de las comunidades.

Uno de sus beneficios fue acercar el transporte automotor a los cafetales: el trabajo era duro hasta los años 90, cuando «los productores que no tenían bestias cargaban el café a pura espalda y debían caminar mucho. Ahora los vehículos llegan a mitad de camino», relata Ijón.

Veintitrés organizaciones de Guatemala exportan con el sello Fairtrade, la mayoría pequeños productores de café y en menor medida de miel. Se asegura un precio mínimo garantizado que cubre los costos de producción, aspecto clave para la devaluada caficultura centroamericana: 1,26 dólares por libra (450 gramos) de café tradicional certificado y 1,41 dólares para las variedades orgánicas.

A ese precio se añade un pago adicional —cinco centavos de dólar por libra para el café tradicional y 10 centavos para el orgánico— destinado al desarrollo de las organizaciones, sus miembros y comunidades, explica Verónica Pérez, encargada local de Comunicación de FLO, entrevistada para este artículo.

El salario mínimo mensual es de 178 dólares en la actividad agrícola y de 183 dólares en otros sectores. Los productores de la Asociación Chajulense cobran alrededor de 90 dólares por quintal (43,3 kilos) y entregan entre 10 y 25 cada mes, precisó Ijón.

«El comercio justo abrió el mercado a los pequeños productores, algo que no ocurre con el convencional», subraya Baltazar Francisco Miguel, gerente general de la Asociación Barrillense de Agricultores, integrada por 580 caficultores orgánicos de Huehuetenango y Quiché que exportan a Canadá, Europa, Japón y Estados Unidos.

Según Miguel, sus afiliados pueden lograr entre 25 y 100 por ciento más ingresos que en el mercado convencional y, además, reciben créditos de los compradores, algo muy difícil de obtener en la banca privada nacional.

«Los pequeños productores quieren una compensación por su trabajo. La gente es humilde, pobre y analfabeta, pero produce algo que se llama café, y quiere ganar para vivir decentemente», recalca Gerardo Alberto de León, gerente de la Federación de Cooperativas de Café de Guatemala (Fedecocagua), con más de 20.000 miembros en el país, 65 por ciento de ellos adheridos al comercio justo.

Fedecocagua fue la primera organización que en 1973 exportó café en la dinámica del comercio justo a Holanda y Alemania.

En Guatemala, Belice, Costa Rica, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Panamá hay ya 90 organizaciones certificadas por FLO que exportan café, miel, ajonjolí (sésamo), azúcar, banano, cacao, fruta deshidratada, maní y marañón (anacardo), informa Kieran Durnien, encargado de enlace de FLO en América Central.

Para Ron Van Meer, consultor empresarial para América Latina de Fairtrade Original, organización que abastece a Holanda de productos del mercado justo, el intercambio convencional «distorsiona las relaciones entre productores y consumidores».

«No se trata de optimizar las ganancias, sino de un tipo de comercio que tome en cuenta factores como el ser humano, el ambiente, el no uso del trabajo infantil, es decir, un comercio con justicia, sostenible en el tiempo», dice Van Meer al ser entrevistado.

Las ventas en este tipo de mercado crecieron 32 por ciento entre 2004 y 2005, según estadísticas de FLO, que certificó 586 organizaciones de productores en 50 países de África, Asia y América Latina.

En Guatemala, el comercio justo se desarrolló más en la agricultura, pero también funciona en la artesanía popular, donde es mayoritaria la participación femenina.

Mayan Hands (Manos Mayas) agrupa a unas 230 mujeres indígenas de 11 comunidades en las sureñas regiones de Xela, Sololá, Chimaltenango y Baja Verapaz, que elaboran productos textiles para exportar a Estados Unidos.

Mayan Hands tiene ventas anuales de un millón de quetzales, 131.578 dólares. Nació en 1989, por iniciativa de la antropóloga Brenda Rosenbaum.

«Pagamos probablemente tres veces más que el mercado convencional», subraya su directora, Deborah Chandler. La asociación garantiza el trabajo, aporta los materiales y cada enero entrega una bolsa de útiles escolares para los hijos de las artesanas, que ganan entre 32 y 197 dólares mensuales, según las horas de labor y el tipo de telar.

«Las mujeres dicen siempre que aún más importante que el dinero es que saben que van a tener trabajo todos los meses», recalca Chandler en una entrevista.

La situación del sector artesanal es más difícil que la del agrícola, pues ofrece productos que no son de consumo diario, y afronta la competencia de las baratas y abundantes artesanías asiáticas.

Mayan Hands es miembro de la estadounidense Federación de Comercio Justo, y sus productos se venden en tiendas solidarias, iglesias, asociaciones de tejedoras y grupos de paz y justicia.

«Necesitamos mercados que se rijan por otros criterios. No queremos limosnas, sino precios justos. Es preciso concientizar a los consumidores», afirma la alemana Harriet Gottlob en La Casa del Amaranto, una tienda solidaria que dirige en el centro de Guatemala.

En los estantes se ofrecen coloridas mermeladas de mango y mandarina del Quiché, miel de Petén y amaranto molido por familias del altiplano, café orgánico y semillas de chan, jabones vegetales, champú de linaza y aceites esenciales de tomillo y pino.

* Este artículo es parte de una serie sobre desarrollo sustentable producida en conjunto por IPS (Inter Press Service) e IFEJ (siglas en inglés de Federación Internacional de Periodistas Ambientales). Publicado originalmente el 28 de abril por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.

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