El Papa Benedicto XVI encontrará un Brasil donde su Iglesia, que era hegemónica, pierde adeptos con celeridad desde los años 80, ante el crecimiento de grupos evangélicos pentecostales y sobre todo de los que se declaran sin religión.
El país vive una "diversificación del cristianismo", pero el principal "fenómeno social a estudiar" es el crecimiento de los "sin religión" que, por primera vez es masivo, dijo a IPS el sacerdote José Oscar Beozzo, teólogo, secretario ejecutivo del Centro Ecuménico de Servicios a la Evangelización y quien muchos años presidió el Centro de Estudios de Historia de la Iglesia en América Latina.
Esa parte de la población que dejó de asistir a los templos o de seguir cualquier religión, aunque sin ser necesariamente atea, pasó de 0,8 por ciento de los brasileños en 1970 a 7,4 por ciento en 2000, según datos del estatal Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE). La proporción se multiplicó casi por 10 en poco más de 30 años.
Ese proceso se desarrolla de forma muy desigual: se limita a menos de uno por ciento en el nororiental y pobre estado de Piauí y sube a 28 por ciento en el municipio de Queimados, en la periferia también muy pobre del área metropolitana de Río de Janeiro, destacó Beozzo.
En la historia de la Iglesia Católica brasileña hubo otros brotes de pérdida de fieles, pero en pequeños grupos, por ejemplo los intelectuales a fines del siglo XIX y los obreros anarquistas o comunistas en el siglo pasado. Pero "ahora son los pobres, que siempre fueron religiosos, los que salen en gran cantidad", observó.
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El catolicismo está también perdiendo muchos fieles a manos de las iglesias evangélicas, que absorbían a sólo 5,2 por ciento de la población brasileña en 1970, y pasaron a 15,4 por ciento en el censo demográfico oficial de 2000. Mientras, los católicos bajaron de 91,8 a 73,6 por ciento.
Esto es resultado de la crisis económica de los últimos 25 años, del "abandono y desencanto profundo" que sienten los habitantes de las periferias pobres, que "nada esperan ya del Estado ni de la Iglesia ni de Dios", según el historiador.
El Vaticano divulgó hace tres semanas que había 155,6 millones de católicos en Brasil en 2005, es decir 84,5 por ciento de la población nacional de 184 millones de personas. Pero sus datos se basan en los registros de bautismo de las diócesis católicas. Se conoce la costumbre muy difundida en este país de bautizar a los recién nacidos, sin que eso signifique una adhesión futura al catolicismo.
El IBGE estima que en 2007 la población brasileña ya es de 188 millones de personas.
La expansión de los evangélicos pentecostales y también de los movimientos carismáticos dentro del catolicismo y de las religiones evangélicas históricas, como la luterana y la presbiteriana, se suma a la multiplicación de los "sin religión" como fenómeno reciente en Brasil, resumió Beozzo. También las iglesias tradicionales se están "pentecostalizando", acotó.
Ese proceso está asociado a la rápida urbanización brasileña, con intensa migración interna, que pobló las periferias urbanas y la Amazonia. El estado de mayor diversidad religiosa es Rondonia, en el suroeste amazónico brasileño, cuya población se ha conformado sobre todo por migraciones en las tres últimas décadas.
Los pentecostales se mostraron "más ágiles, más libres" para hacer sus prédicas en pequeños templos, que pueden ser residencias, garajes y locales diversos, además de capacitar a un pastor en dos años, explicó Beozzo. La Iglesia Católica, con su estructura "pesada", insume ocho años para formar un sacerdote.
Las nuevas religiones pentecostales crecen por tres factores, en su opinión. El individualismo exacerbado de la sociedad capitalista actual rompió la tradición de la religiosidad familiar, en la que era "impensable una familia con cuatro religiones distintas dentro de un mismo hogar". Ahora la "religión es individual, la adhesión es personal", arguyó el historiador.
Además, las religiones ofrecen curas, y en la realidad "desesperante" en la que viven los pobres abandonados, nunca se sabe si las enfermedades son físicas o provocadas por "el miedo y la inseguridad" que pueden superarse mediante una acogida religiosa.
También el exorcismo, la identificación de un diablo a expulsar, facilita la conquista de los pobres que sufren numerosos males, como la pérdida del empleo, de la familia, los hijos en la drogadicción y otros problemas de origen difuso que les "parecen inexplicables".
La oferta religiosa diversificada de las últimas décadas, que lleva a que "las personas se sientan libres para escoger", explica esa tendencia declinante del catolicismo en Brasil, según Silvia Fernandes, consultora del Centro de Estadística Religiosa e Investigaciones Sociales (Ceris) y profesora de la Universidad Federal Rural de Río de Janeiro.
Pero el cambio de religión "es más frecuente entre los pentecostales y neopentecostales que entre los católicos", señaló a IPS. Un estudio de Ceris reveló que en 2004 sólo cuatro por ciento de los católicos adoptaron otra fe, mientras 85 por ciento de los pentecostales declararon haberlo hecho, lo que indica una intensa "circulación intraevangélica".
En Brasil "no hubo, históricamente, un catolicismo puro", sino muchos, asumiendo una identidad católica "muy cultural y fluida", sostuvo Fernandes, relativizando las pérdidas católicas también por el mantenimiento de "muchos elementos del catolicismo en el juego de los cambios de religión" y del "universo cristiano que compone la matriz religiosa brasileña".
La caída de la proporción de católicos en Brasil no se contuvo con las tres visitas realizadas por el papa Juan Pablo II desde 1980. Esa tendencia influyó en la decisión de Benedicto XVI de visitar este país entre el 9 y el 13 de este mes y de celebrar aquí, más precisamente en Aparecida, a 167 kilómetros de la sureña ciudad de São Paulo, la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe.
Brasil estuvo excluido en los últimos 28 años de la presidencia del Consejo Episcopal Latinoamericano y de otros órganos o mecanismos de decisión institucional por una política del Vaticano durante el pontificado de Juan Pablo II (1978-2005), recordó Beozzo.
El nombramiento el año pasado del cardenal brasileño Claudio Hummes, ex arzobispo de São Paulo, como prefecto de la vaticana Congregación del Clero, restableció el canal de comunicación que pudo ser determinante para instalar en Brasil el congreso episcopal.
Esto representa un cambio respecto de la política anterior "que no fue buena para el catolicismo en Brasil, ni para el Vaticano", concluyó Beozzo.