Rodrigo Baggio, creador de una de las mejores iniciativas brasileñas de inclusión social que ya se expandió a ocho países, no aceptó la invitación a un encuentro con el presidente estadounidense George W. Bush, en su visita del viernes a São Paulo.
Fue una cuestión de "afirmación ética", ante la falta de respeto con que actuaron los organizadores de la visita, imponiendo condiciones excepcionales para el encuentro e "invadiendo" una favela en la que el Comité para la Democratización de la Informática (CDI) tiene un centro, explicó Baggio a IPS.
Esa organización no gubernamental recibió hace más de un mes un pedido de la embajada de Estados Unidos en Brasil para que sugiriera cuál de las Escuelas de Informática y Ciudadanía del CDI en São Paulo podía ser visitada por una "autoridad estadounidense", sin mencionar de quién se trataba.
El CDI indicó la escuela de la favela (barrio pobre y hacinado) de Paraisópolis, de unos 84.000 habitantes. El 7 de febrero, el vecindario sufrió la "invasión" de 40 militares estadounidenses y de algunos policías brasileños, sin información previa ni aclaración del objetivo que perseguían, señaló Baggio.
Además del tratamiento irrespetuoso que supuso esa acción para la población local, fue un acto temerario que pudo haber provocado incidentes armados con narcotraficantes y bandas de delincuentes que actúan en el barrio, evaluó el activista. "No hubiéramos propuesto tal escuela de haber sabido que el visitante sería el propio presidente Bush", acotó.
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Descartada la visita de Bush a Paraisópolis, se eligió como proyecto social para visitar la Asociación Niños del Morumbi, que busca perspectivas para 4.000 niños y adolescentes pobres de varios barrios de São Paulo a través de las artes y los deportes, principalmente la música.
Baggio fue entonces invitado, junto a otros dos líderes sociales, a un diálogo con Bush durante la que sería la última actividad del mandatario en São Paulo en la tarde del viernes, después de los actos oficiales con su par brasileño Luiz Inácio Lula da Silva.
Pero el director ejecutivo del CDI recusó el honor y la oportunidad de hablar de su trabajo y sus ideas al gobernante de la mayor potencia mundial, debido a los incidentes que violaron "valores éticos" que defiende y por concluir que "no sería siquiera un pequeño diálogo".
Los organizadores del encuentro le exigieron hacer "un ensayo" previo, para preparar "las preguntas y respuestas" que él formularía al presidente. El CDI y Baggio personalmente son partidarios del diálogo, incluso en este caso, por tratarse del presidente de una nación, aunque su imagen esté vinculada a la guerra de Iraq, a la "violencia en el mundo" y a la omisión ambiental por no rechazar el Protocolo de Kyoto sobre cambio climático, dijo el activista.
Pero la forma de conducir la preparación, la "invasión" de Paraisópolis y la sugerencia de una "escenificación" del encuentro previamente ensayado lo llevaron a cancelar su participación.
Además, el discurso de Bush, destacando la ayuda de su país a inversiones sociales en América Latina, "contradice" la decisión de cerrar la oficina en Brasil de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, que sólo permanece en operación este año para "concluir proyectos" aún pendientes, observó.
La invitación a Baggio, sin embargo, representó un reconocimiento de la excelencia del trabajo del CDI, que diseminó 701 Escuelas de Informática y Ciudadanía en casi todos los estados brasileños y 179 en otros ocho países, seis de ellos latinoamericanos, además de Sudáfrica y el propio Estados Unidos. Cada año se capacitan allí 70.000 profesionales.
Empresario y profesor de informática en Río de Janeiro, Baggio empezó a usar computadoras para poner a dialogar a jóvenes de distintos grupos sociales en 1993. En 1995 fundó el CDI para llevar la tecnología a comunidades pobres, especialmente las favelas, aprovechando máquinas usadas y luego creando las escuelas informales, con apoyo de algunas empresas.
La expansión de la iniciativa —que utiliza principios de Paulo Freire, autor de la "pedagogía del oprimido" y de un método de alfabetización respetuoso de la cultura local— superó sus previsiones. Se crearon centros regionales para coordinar la red de escuelas y el proyecto ganó varios premios internacionales.
Cerca de 40 por ciento del presupuesto del CDI proviene de aportes extranjeros, incluso de fundaciones estadounidenses.
Un caso ejemplar del éxito de su acción es Ronaldo Monteiro, condenado a 12 años de prisión por el secuestro de un empresario en la década pasada. Detenido en un presidio de máxima seguridad, participó en uno de los cursos impartidos por CDI a encarcelados. Se hizo educador y luego coordinador de las clases.
Monterio creó entonces su propia organización no gubernamental destinada a movilizar a los presos a prestar servicios de informática, obteniendo ingresos para ayudar a sus familias. Tras ser liberado, siguió trabajando en su comunidad para reintegrar al mercado de trabajo a ex presos como él, estimulándolos a crear sus propias empresas. "Hoy su mayor apoyo proviene del empresario que había secuestrado", contó Baggio.
La transformación que provoca el CDI es también colectiva. En una favela del nororiental estado de Paraíba, una Escuela creada hace tres años resultó no sólo en la formación de trabajadores en informática, sino en la recuperación de la fuente tradicional de ingresos de la población local.
El hábito de echar basura a los manglares había causado la desaparición de los cangrejos, importantes en la alimentación y el comercio locales. Los alumnos de la Escuela usaron sus nuevos conocimientos de informática en una campaña de educación ambiental. En cuatro meses, la población dejó de contaminar el hábitat del manglar y los cangrejos regresaron.