José Cruz Rodríguez partió el 30 de diciembre de Cuba, pero nunca llegó a destino. «Estoy desesperado ( ), no tengo noticias de él», dice su hermano Roger, sin detallar cómo y hacia dónde viajó el familiar.
En un mensaje distribuido por correo electrónico, recibido por esta corresponsal, Roger Cruz Rodríguez suplica información, a quien pueda tenerla, sobre el paradero de José, de 30 años, "ya que mi mamá y mi papá están muy enfermos y esta situación los tiene peor".
"Lo comprendo, mi madre se quedaba prendida de la radio cada vez que sabía que yo me iba a tirar al mar", dijo a IPS Julio, un joven cubano que confesó haber intentado emigrar en seis ocasiones a través de la incierta y peligrosa vía marítima, con balsas fabricadas por él mismo.
"La última vez nos detuvieron los guardacostas y, como no tocamos tierra (extranjera), nos devolvieron a Cuba a todos los que íbamos en la balsa. Ahora estoy esperando que me den visa en la SINA" (Sección de Intereses de Estados Unidos, en La Habana), así que no publique mi nombre completo", pidió.
José y Julio podrían ser de cualquier país de América Latina y el Caribe, donde es posible escuchar similares historias de viajeros frustrados, en su mayoría jóvenes hombres y mujeres que buscan en la emigración la tabla de salvación para sus dificultades económicas.
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Con una población de 462 millones en 2005, esta región tiene una de las tasas de migración más altas del mundo, con unos 25 millones de personas fuera de sus lugares de origen, de los cuales casi 18 millones residen en los Estados Unidos, principal receptor de extranjeros en el mundo, según datos de la Comisión Económica para América Latina.
Otros cuatro millones se encuentran en países de la propia región y los restantes en otras zonas del mundo, con preferencia en Europa, según datos presentados por el investigador cubano Eduardo Aja durante un congreso internacional de economistas realizado la semana pasada en La Habana.
"Estas cifras se relacionan directamente con otras que muestran el alto nivel que alcanza la desigualdad en la región", alertó el académico de la Universidad de La Habana, durante un panel sobre el tema.
En su opinión, la migración internacional, en el caso de América Latina y el Caribe, "resulta causa y consecuencia de desigualdades sociales, al realizase en un escenario donde los flujos financieros y de comercio se liberalizan, a la par que la movilidad de las personas afronta fuertes barreras restrictivas".
"Lejos de existir una globalización de la migración, el tema es manejado por receptores y emisores según intereses políticos, económicos, nacionales y regionales, e incluso coyunturales, al margen de los derechos humanos y necesidades reales de quienes protagonizan estos procesos", indicó.
Al respecto, la XVI Cumbre Iberoamericana, realizada a comienzos de noviembre en Montevideo, instó al gobierno de Estados Unidos a tomar medidas "tendientes a la regularización de trabajadores procedentes de otros países" y poner fin a su política restrictiva en ese sentido.
"La construcción de muros no detiene la migración indocumentada, el tráfico de migrantes ni la trata de personas, incita a la discriminación y la xenofobia y favorece la aparición de grupos de traficantes que ponen en mayor peligro a las personas", opinaron los jefes de Estado y de gobierno de Iberoamérica.
Aja recordó que la cantidad de inmigrantes latinoamericanos indocumentados en Estados Unidos va ya de 11 millones a 12 millones. "Centroamérica y el Caribe, mantienen una tendencia creciente de este tipo de emigración hacia el país del norte, donde los mexicanos suman cerca de 6,2 millones y los centroamericanos casi 2,5 millones", indicó.
También el Caribe insular presenta un significativo índice de emigración en el área, tanto hacia Europa como a Estados Unidos. "Hacia este, persiste la migración irregular por vía marítima, no obstante las acciones realizadas por el Servicio de Guardacostas estadounidense", indicó el académico.
Estudios del Banco Mundial consideran que la migración en el área caribeña juega un importante papel en el desarrollo económico y social. En ese sentido, hacen hincapié en el monto de las remesas de dinero a familiares en países de origen, que pasaron de unos 400 millones de dólares anuales a comienzos de los años 90 a casi 4.000 millones en 2002.
Estos flujos de dinero representaron en promedio seis por ciento del producto interno bruto de la región entre 1998 y 2003, y sobrepasaron los montos de inversión extranjera directa (IED) y la asistencia oficial al desarrollo, remató Aja.
Pero Aja coincide con otros investigadores en que la migración representa una "fuga de cerebros" que debilita las habilidades y la capacidad de los países para su desarrollo. En ese sentido, se considera caso extremo el de Guyana, que "ha estado perdiendo maestros y enfermeros a niveles altos e insostenibles".
En esa nación, el índice de emigración de personas especializadas es de 89 por ciento del total, en tanto en Jamaica llega a 85,1 y en Haití a 83,6 por ciento. Estos dos últimos países tienen ocho de cada 10 titulados universitarios viviendo fuera de su país, según el Banco Mundial.
Las migraciones procedentes del Caribe anglófono se distinguen por visitas regulares a sus lugares de origen y el retorno definitivo después de un tiempo prolongado fuera de fronteras originales. "Mantienen residencia en dos naciones y sus remesas son continuas, independientemente de que se materialice el retorno", señaló.
Según un informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), citado por el académico, el número de profesionales, técnicos y afines latinoamericanos fuera de su país de origen llegaba a casi un millón en 2000.
Al respecto, Aja advirtió que, si bien este tipo de movimiento poblacional puede aliviar de manera inmediata las presiones sobre el mercado de trabajo y aportar transferencias de divisas de importancia para los países que las reciben, el impacto será negativo a largo plazo.
"La pérdida de la población joven, la descalificación de la fuerza de trabajo y la creciente y sistemática dependencia que se crea de las transferencias de divisas constituye una amenaza real para el desarrollo de los países emisores de nacionales", alertó el especialista.
En su opinión, "la emigración no puede constituir la única salida para poder vivir", de modo que "es preciso definir e instrumentar políticas de desarrollo que ofrezcan opciones reales, a largo plazo, al conjunto de la población".
"Se necesitan políticas de desarrollo alternativo a lo aplicado hasta hoy, que se sustenten en relaciones de colaboración entre los países de la región, que fortalezcan la formación de capital humano, en vez de propiciar su fuga y dilapidación", sentenció el experto.
Aja mencionó el caso de Cuba sólo para advertir que las relaciones migratorias de este país con Estados Unidos representan uno de los ejemplos más ilustrativos de que las migraciones se convirtieron para algunos países en un problema de seguridad nacional.
Fuentes del Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba estiman que 1,5 millones de sus connacionales residen en el extranjero. Alrededor de 1,3 millones viven en Estados Unidos, 70.000 en España y 50.000 en Venezuela, donde también habitan, temporalmente, varios miles de cooperantes cubanos.
Medios académicos calculaban el potencial migratorio de la isla a principios de este siglo entre 490.000 y 700.000 personas.
Acuerdos migratorios suscritos en 1994 y 1995 comprometen a Washington a conceder un mínimo de 20.000 visas anuales a ciudadanos de este país.
En cumplimiento de estos convenios, las autoridades estadounidenses devuelven a Cuba a todo emigrante interceptado en alta mar.
Pero si el llamado balsero, por la forma habitual de cruzar el estrecho de Florida, toca tierra puede acogerse a la denominada ley de ajuste cubano, vigente desde 1966, que les da la oportunidad de obtener residencia y trabajo a inmigrantes de este país cualquiera sea la forma en que ingresaron a territorio estadounidense.
Esa normativa es fuente de discordia entre los gobiernos de ambos países, pues La Habana considera que incentiva la emigración irregular entre sus ciudadanos.
Datos de la SINA indican que en el último año fiscal, del 31 de septiembre de 2005 al primero de octubre de 2006, esa dependencia entregó 21.195 visas de emigrantes, más de 1.000 por encima de las acordadas, a ciudadanos cubanos, y otros 7.823 documentos para visita temporal.
En ese mismo período, 2.810 personas fueron interceptadas en alta mar por guardacostas estadounidenses en el intento de llegar ilegalmente a ese país, en tanto otras 3.075 lograron pisar suelo estadounidense y acogerse a las leyes que protegen a los emigrantes irregulares cubanos.