A los 62 años, el ingeniero Oded Grajew, nacido en Israel pero brasileño naturalizado, es un ícono del empresariado progresista que logró revolucionar la conducta de sus pares.
Preside el Consejo Deliberativo del Instituto Ethos de Empresas y Responsabilidad Social, que fundó en 1998 y cuyas "herramientas de gestión" (indicadores y guías), sirven a una red de 18 organizaciones latinoamericanas similares.
Ex socio de una industria de juguetes, lideró varias iniciativas nacionales desde los años 80, como el Pensamiento Nacional de las Bases Empresariales, la Fundación Abrinq por los Derechos de la Infancia y la Adolescencia, inicialmente vinculada a la Asociación Brasileña de Fabricantes de Juguetes (Abrinq), la Asociación de Empresarios por la Ciudadanía y el Instituto Ethos. Además, ideó el Foro Social Mundial.
Tierramérica conversó telefónicamente con Grajew, quien se encontraba en Sao Paulo.
Tierramérica: — ¿Es la responsabilidad social apenas una estrategia de las empresas para ganar más?
Oded Grajew: — No, es necesario cumplirla en serio para obtener sus beneficios. Si una empresa promueve un producto malo, en poco tiempo pierde su credibilidad y la dedicación de sus empleados.
La responsabilidad social entró a la lógica de las empresas y del mercado debido a la presión de la sociedad, las organizaciones no gubernamentales y los sindicatos. Las estadísticas comprueban la correspondencia entre responsabilidad social y rentabilidad. Además cuesta más trabajo disimular la mala gestión y el riesgo inherente. Y si trasciende es fulminante. Hay ejemplos, como Enron en Estados Unidos y Parmalat en Brasil.
— ¿Cree que la globalización va en contra de la responsabilidad social, al extremar la competencia y presionar por la reducción de costos, empleos y derechos laborales?
— La globalización aumenta esas presiones, pero todo se globaliza, además de la economía: la información, los derechos humanos, las redes sociales. Es emblemático el caso de Nike, cuando se descubrió mano de obra infantil explotada por sus proveedores en Asia. La información se difundió, hubo rechazo a sus calzados, sus acciones cayeron en la bolsa. La globalización agilizó la reacción pública. Reducir derechos también provoca reacciones, imponiendo límites. Danone en Francia y Ford en Brasil tuvieron que volver atrás en sus despidos masivos, tras el boicot a sus productos. Eso vale también para sindicatos, ONG, gobierno y partidos.
— ¿Cómo queda la responsabilidad social ante el recalentamiento planetario?
— El cambio climático pone todo en jaque. Obliga a repensar muchas cosas con urgencia: matriz energética, límites del consumo, pobreza, desigualdades, hábitos de vida. La responsabilidad social cuida también el impacto sobre las generaciones futuras.
— ¿Sería posible, por ejemplo, hacer algo similar a la campaña que usted impulsó en Brasil en relación al trabajo infantil, comprometiendo a empresas a no adquirir insumos de quienes no reducen las emisiones de gases invernadero o deforestan la Amazonia? — Claro. Por ejemplo, Ethos, Greenpeace y los principales consumidores europeos presionaron a la cadena McDonald's y se logró de ella y de sus proveedores —las transnacionales Cargill y Bunge— el compromiso de no usar soja producida con deforestación ilegal de la Amazonia. Hay ciudades brasileñas que tienen legislación vedando la compra de madera no certificada en licitaciones públicas.
— ¿Las exigencias ambientales traban a las empresas o representan oportunidades de negocios?
— El desarrollo sustentable es para que las generaciones futuras vivan mejor. Es una tontería decir que las exigencias ambientales traban el crecimiento económico; depende de qué crecimiento se quiere. Brasil creció mucho en el siglo XX, pero creando una sociedad extremadamente desigual. El desarrollo no sustentable expande la infraestructura física pero acaba con el ambiente. En cambio, el desarrollo sustentable genera otros negocios y empleos, como ocurre con las energías solar y eólica y los biocombustibles.
— ¿Que espera de este segundo gobierno del presidente Luiz Inácio Lula da Silva?
— Que deje consolidadas instituciones que aseguren una sociedad más justa sin depender de la buena voluntad de los gobernantes. Su primer gobierno benefició a los pobres, generó empleos formales y participación social, pero es frágil institucionalmente; su sucesor puede cambiar el rumbo. Es necesaria una reforma para recuperar la credibilidad de la política, disminuir la influencia del poder económico en las elecciones y la corrupción. Y una reforma tributaria, para crear un sistema más justo en que los pobres paguen menos impuestos.
* El autor es corresponsal de IPS. Este artículo fue publicado originalmente el 17 de febrero por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.