AMBIENTE-ANTÁRTIDA: El crucero del temor

El accidente de un crucero noruego en la Antártida, que encalló y derramó combustible en aguas heladas, reavivó el debate entre quienes propician una mayor actividad turística en esta zona y los partidarios de aumentar las regulaciones y restricciones.

"El turismo a la Antártida es una actividad lícita y no puede ser prohibida", aclaró a IPS Patricia Ortúzar, del Programa de Gestión Ambiental y Turismo de la Dirección Nacional del Antártico. No obstante, advirtió que el negocio debe estar severamente regulado para que se cumplan normas de seguridad.

La preocupación surgió a raíz del accidente protagonizado por el buque Nordkapp, que el martes de la semana pasada encalló en la zona de rocas Fosas del Neptuno, en costas de la isla Decepción, al noroeste de la península Antártica y unos 1.000 kilómetros al sudeste de Tierra del Fuego, la provincia más austral de Argentina.

El siniestro obligó a transferir combustible del tanque dañado a otra nave, maniobra en la cual se arrojaran al mar entre 500 y 750 litros de gasóleo, según la firma Hurtigruten que operaba el barco. Ello produjo una mancha contaminante de cinco kilómetros cuadrados de mar, que llegó a hasta la costa, en zona de hábitat de pingüinos, orcas y cormoranes (cuervo marino) entre otras especies.

El Tratado Antártico, firmado el 1 de diciembre de 1959 y en vigor desde 1961, establece que este continente de 14 millones de kilómetros cuadrados y con temperaturas que llegan a 30 grados bajo cero en las costas y hasta 70 grados bajo cero en su interior, debe ser utilizado sólo con fines pacíficos.
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Los 28 miembros consultivos del tratado establecieron en este compromiso que la Antártida, donde por ejemplo los vientos llegan a los 200 kilómetros por hora, debe servir para promover la cooperación científica internacional y no para albergar bases militares o prestarse a ensayos con armas.

El objetivo es la preservación de esta gigantesca reserva de agua cuya extensión se duplica en invierno por el hielo, y la protección de la diversa fauna que vive en sus costas.

Ortúzar explicó que en el marco del Protocolo al Tratado Antártico sobre Protección del Medio Ambiente de 1991, más conocido como Protocolo de Madrid, se aprobó hace dos años un nuevo anexo de "responsabilidad", que impone penalidades a operadores turísticos que incumplan normas o provoquen daños.

Pero ese anexo aún no está vigente por la falta de ratificación parlamentaria de los países firmantes. Cuando entre en vigor este mecanismo fijará penas pecuniarias a quienes provoquen daños y lo recaudado será administrado por la Secretaria del Tratado Antártico.

En tanto, la funcionaria recordó que existen directrices que los operadores deben seguir y que les exigen presentar una hoja de ruta, un plan de rescate previsto en caso de accidente y otras medidas de seguridad. El tema, admitió Ortúzar, está cada vez más presente en las periódicas reuniones de miembros del Tratado Antártico.

En el caso del buque Nordkapp, el titular de la Dirección Nacional del Antártico, Mariano Memolli, reveló que sus permisos estaban en regla, pero realizó maniobras en un pequeño istmo para entrar en la bahía y desembarcar pasajeros y ahí encalló. "La discusión a dar es si no hay mayor riesgo con cruceros grandes en las costas", alertó.

La limpieza, por el momento, fue asumida por el buque argentino Almirante Irizar, encargado de la logística de las bases de este país en la Antártida.

Según datos de la Asociación Internacional de Operadores Turísticos a la Antártida, una organización que se formó en 1991 para reunir a empresas del sector, desde los primeros viajes, de fines de los años 60, hasta ahora, los visitantes pasaron de algunos cientos a casi 30.000 por año.

Empero, el mayor crecimiento fue en los últimos 15 años. Mientras que en el verano austral 1992-1993 sumaron 6.700 los turistas que navegaron las costas de la península antártica y sus islas, 10 años después ascendieron a 16.000 y para esta temporada se proyectan cerca de 30.000 pasajeros distribuidos en 200 viajes.

Los visitantes llegan principalmente de Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, y en menor medida de Australia, Canadá, Suiza, Holanda y Japón. Uno de los sitios preferidos es justamente Decepción, una isla de origen volcánico con aguas termales donde los turistas pueden bañarse rodeados de nieve.

El recorrido suele llegar también a otras islas, como Paulet y 25 de Mayo, y a bases situadas en la península. En algunos casos, los cruceros pueden desembarcar pasajeros por algunas horas a fin de realizar caminatas sobre el hielo. La actividad principal siempre es el avistamiento de la fauna paradigmática del lugar.

Daniel Leguizamón, coordinador de la Comisión Organizadora del Año Polar en Tierra del Fuego, advirtió a IPS que el accidente del Nordkapp "va a avivar una discusión ya presente entre los países del Tratado Antártico", que últimamente estaba "aplacada" por la normalidad de la operatoria de los cruceros.

"Los que quieren la preservación total van a aprovechar esto para plantear una mayor restricción a la actividad, y otros seguirán insistiendo con aumentar los viajes", adelantó. Entre estos últimos, el principal impulsor del turismo a la Antártida es Estados Unidos, miembro pleno del Tratado Antártico, remarcó.

Leguizamón, que fue secretario de Turismo de la provincia de Tierra del Fuego, reconoció que los viajes desde Ushuaia, la capital provincial, a la Antártida aumentaron en una forma "impresionante" en los últimos 20 años, y que hay fuertes presiones para permitir que barcos con mayor capacidad operen en la zona.

La regulación establece que, si el crucero lleva más de 500 personas entre pasajeros y tripulantes, no debe desembarcar sino sólo hacer avistamientos. El límite se fijó para facilitar tareas de evacuación en caso de siniestro. Pero hay barcos más grandes ávidos de entrar en el negocio de este destino exótico, puntualizó Leguizamón.

Uno de ellos es el crucero Golden Princess, que transporta a 2.600 pasajeros y 1.123 tripulantes. El imponente barco, que arribó este lunes a Ushuaia, realiza recorridos por las aguas que rodean la Antártida, sin acercarse a las costas ni prometer desembarcos, al menos por ahora.

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