Las investiduras presidenciales del ex guerrillero Daniel Ortega en Nicaragua y del izquierdista Rafael Correa en Ecuador son, en vísperas del séptimo Foro Social Mundial (FSM), una gráfica ilustración de profundos cambios políticos en una América Latina que quiere apostar al altermundismo.
América Latina es hoy la región que más se asoma a la proclama emblemática del FSM, de "otro mundo es posible", a la luz de la oleada de pronunciamientos electorales que en 2006 pusieron en tela de juicio a la llamada globalización neoliberal y a la hegemonía estadounidense.
Sin embargo, a la hora de proyectar estas transformaciones en términos de un mayor protagonismo político de los movimientos sociales, los análisis se desplazan en un vasto campo donde toman la palabra tanto los escépticos como los entusiastas, que a menudo se ubican interesadamente en una u otra posición.
Las delegaciones latinoamericanas serán probablemente las menos numerosas entre los 150.000 activistas que, según se espera, llegarán desde más de un centenar de países a Nairobi entre los días 20 y 25 de este mes, en lo que será la primera versión del FSM en una sede africana.
La distancia y los costos para llegar a la capital de Kenya impedirán que organizaciones no gubernamentales y otros grupos representativos de la sociedad civil latinoamericana participen con un número alto de delegados a este séptimo encuentro nacido como alternativa al Foro de Davos, la cita anual de los grandes poderes empresariales y políticos en esa localidad de Suiza.
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No cabe duda, empero, que América Latina será citada con frecuencia en Nairobi como ejemplo concreto de una resistencia popular al modelo unipolar que se abrió paso en el mundo a comienzos de los años 90, tras el fin de la Guerra Fría, basado en el libre comercio a ultranza y en los equilibrios fiscales como fórmula mágica de la gestión económica.
Entre los eventos políticos del último año, la reelección del derechista Álvaro Uribe en Colombia, y el controvertido triunfo en México del conservador Felipe Calderón, representaron victorias de candidatos afines al gobierno estadounidense de George W. Bush.
Washington pudo alegrarse también de la derrota del nacionalista Ollanta Humala en Perú a manos del socialdemócrata Alan García, quien, sin embargo, puede reclamar un sitial en el amplio mapa regional de la centroizquierda.
Correa y Ortega cerraron un año que vio, además de las reelecciones de Hugo Chávez en Venezuela y del izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, los triunfos de la socialista Michelle Bachelet en Chile sobre el empresarios derechista Sebastián Piñera, así como la instalación del gobierno del líder indígena Evo Morales en Bolivia.
También en Haití, el país más pobre de la región, la victoria a comienzos de año de René Préval en las elecciones presidenciales fue un traspié para Bush, cuyo gobierno propició en febrero de 2004 el golpe que derrocó al mandatario constitucional Jean-Bertrand Aristide.
Marcadamente centroizquierdista, el mapa sudamericano incluye desde 2005 el gobierno de Tabaré Vázquez en Uruguay y desde 2004 el de Néstor Kirchner en Argentina, mientras en Paraguay el ex obispo Fernando Lugo, admirador de Chávez, se perfila como candidato con posibilidades para las presidenciales de 2008.
Convertido en líder de un movimiento hacia el "socialismo del siglo XXI", el presidente venezolano sumó a Ortega y Correa a su propuesta de la Alternativa Bolivariana de las Américas (ALBA), réplica a la Iniciativa para las Américas, lanzada en 1990 por el entonces presidente de los Estados Unidos, George Bush, padre del actual mandatario.
El ALBA cuenta también con las adhesiones de los presidentes Fidel Castro, de Cuba, y Morales, de Bolivia, mientras representantes de la llamada "izquierda pragmática", como Lula da Silva, contribuyeron a enterrar el ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas), proyecto insignia de la política de Washington hacia la región desde los años 90.
Más allá de los esquemas que sitúan a Lula, Bachelet y Vázquez como expresiones de una "izquierda pragmática" contra la "izquierda radical", personificada en Chávez, Morales y ahora Correa, predomina en casi todos los gobiernos la confrontación con el Fondo Monetario Internacional, como lo atestiguan los presidentes de Brasil y Argentina.
Se ha hecho recurrente, a la vez, denostar a Chávez, Morales y Kirchner como portaestandartes de un "neopopulismo", pero según el politólogo e historiador francés Eric Toussaint, es Lula quien aplica políticas asistencialistas hacia los pobres que lo hacen más populista que su homólogo venezolano.
El creciente giro a la izquierda de América latina está convirtiendo nuevamente a la región en un rico laboratorio de experimentos sociales y políticos, donde los análisis de los expertos, sobre todo europeos, se desbandan en un amplio abanico que no termina de aclarar el papel que están desempeñando los movimientos de la sociedad civil.
El caso de Chávez es prototípico de estas múltiples visiones. Hay quienes lo llaman "caudillo igualitario" y elogian al oficialista Movimiento 13 de Abril como motor de iniciativas de participación popular mediante experiencias locales de control del agua potable, autoconstrucción de viviendas, dotación de servicios básicos e impulso a la reforma agraria.
Pero del mismo modo, el líder venezolano es visto como un "caudillo personalista", que al tiempo de radicalizar la revolución bolivariana con la estatización de empresas estratégicas cae en la tentación de la "reelección indefinida" y del partido único, lo cual lo acerca más al fracasado burocratismo del "comunismo del siglo XX" que al "socialismo del siglo XXI".
En vísperas de la reelección de Lula, los italianos Toni Negri y Giuseppe Cocco, teóricos de los "movimientos sociales alternativistas", criticaban en declaraciones al diario argentino Página 12 los "colores exageradamente nacionales" de los gobiernos de Chávez y de Morales.
Elogiaron, en cambio, a los gobiernos de Brasil y de Argentina por asumir una postura responsable de confrontación con el FMI y el Club de París, la instancia que coordina los sistemas gubernamentales de endeudamiento externo, y por propiciar desarrollos del movimiento social en las áreas del sindicalismo y los derechos humanos.
Para Negri y Cocco, es deseable una convergencia de los dos mayores países sudamericanos, y en especial de Brasil, hacia el ALBA, donde Lula "se nutra de las iniciativas bolivarianas", al tiempo que "los colores exageradamente nacionales de una gran experiencia como la de Chávez, y tal vez de la de Evo (Morales) se destiñan".
La interlocución de los nuevos gobiernos de izquierda con los movimientos sociales no es fácil, como lo demuestran los sesgos regionales y localistas de los conflictos que enfrenta Morales en Bolivia o el persistente movimiento por la democratización de la enseñanza que desafía permanentemente a Bachelet en Chile.
Por el momento, cabe concluir que la globalización neoliberal está enfrentando oposiciones firmes en América Latina en cuestiones de macroeconomía, que recogen demandas del movimiento altermundista, como el cuestionamiento al libre comercio y la revisión del endeudamiento externo.
Como bien lo dijo Corea en su investidura como nuevo presidente de Ecuador el lunes "la noche neoliberal comenzó a quedar atrás", resta ahora, como desafío, que el amanecer pertenezca a los movimientos sociales.