Acostumbramos a ver la globalización como algo impersonal, determinado por las fuerzas económicas y tecnológicas y muchas veces fuera de nuestro control. Pero ese fenómeno tiene una fase humana, que se refleja en el día a día de millones de personas que dejaron su tierra natal en búsqueda de oportunidades: la migración internacional.
La magnitud de los flujos migratorios se expresa en números que impresionan. En los países de destino, los inmigrantes contribuyen de forma significativa al crecimiento económico. Según el Banco Mundial, contribuyen con aproximadamente tres mil billones de dólares, o sea una media del siete por ciento del Producto Interno Bruto de los países desarrollados.
Los migrantes también son esenciales para la sostenibilidad del sistema de previsión social y del dinamismo económico em sociedades envejecidas.
Los países en desarrollo se benefician de ese movimiento de personas. Remesas financieras de 180 mil millones de dólares al año favorecen directamente a millones de familiares en los países de origen de los migrantes. Esos recursos tienen un poderoso efecto macroeconómico, representando muchas veces un ingreso superior a las inversiones directas extranjeras y a la ayuda oficial al desarrollo.
Para algunos países más pobres, esas transferencias constituyen hoy la principal fuente de divisas extranjeras, alcanzando en algunos casos al 25% del PIB, lo que ha ayudado al esfuerzo de esos países a cumplir con las Metas de Desarrollo del Milenio.
La migración es, por lo tanto, un fenómeno global, que beneficia a todos los países, tanto los de origen como los de destino.
Sabemos, no obstante, que las causas principales de esa migración son las desigualdades entre las naciones y la falta de oportunidades en los países en desarrollo. Como la propia globalización, las migraciones internacionales son un fenómeno complejo y controvertido, que genera efectos a veces contradictorios.
Por ello es importante el tratamiento integrado de sus múltiples dimensiones: promoción y protección de los derechos humanos y del trabajo de todos los migrantes, responsabilidad compartida entre los países de origen, tránsito y destino, tratamiento de las causas de las migraciones, en sus vertientes económica, social y política.
Considero, por eso, extremadamente oportuno que la Conferencia Iberoamericana en Montevideo haya decidido abocarse a tratar ese tema.
La globalización derrumba barreras y preconceptos, pero también puede atizarlos. Nuestro principal objetivo debe ser promover el respeto de los derechos humanos y del trabajo de los migrantes, independientemente de estar o no documentados. Tenemos el desafío colectivo de asegurar la implementación de las leyes y compromisos internacionales que protegen los derechos fundamentales de los migrantes.
Cuestionamos nociones simplistas que estimulan el retorno en masa de migrantes irregulares y rechazamos medidas unilaterales que apuntan a restringir la inmigración.
Creemos que un proceso de liberalización comercial equilibrado, que atienda a los intereses de los países más pobres tendrá, por sí mismo, a atenuar el fenómeno de la migración por motivos económicos y sociales. Es por eso que Brasil, junto con sus socios del G-20, ha defendido la apertura del sector agrícola de los países ricos y la eliminación de sus subsidios y apoyos internos distorsionadores.
No deja de ser contradictorio, por otro lado, que los mismos países que defienden la liberalización de la mayoría de los sectores de servicios, sean los que aumenten las restricciones al movimiento de los trabajadores migrantes que prestan una mano de obra indispensable en los países de destino.
Estoy convencido de que la Declaración de Salamanca, que adoptamos en 2005, durante la XV Cumbre Iberoamericana, señala el camino a seguir. Tenemos el desafío de proponer políticas públicas de migración y desarrollo inspiradas en nuestra historia de intercambio de ideas y mestizaje de culturas. En esa tradición de tolerancia, encontramos un campo fértil para buscar respuestas creativas y sobre todo humanas al impacto de la deslocalización masiva de personas.
La experiencia pionera que Brasil viene desarrollando con los brasileños de origen nissei, en Japón, puede servir de modelo. El programa ofrece servicios, cursos e identificación de oportunidades de negocios para que esos migrantes se capaciten y puedan abrir micro y pequeñas empresas competitivas cuando se produzca su retorno a Brasil.
Estamos dando una respuesta a uno de los principales desafíos de la migración: la tendencia de los países desarrollados de privilegiar cada vez más a trabajadores cualificados, con el objetivo de deslocalizar fuerza de trabajo activa y bien formada de los países en desarrollo, donde son tan necesarios.
Más aún, con el objetivo de aumentar los efectos positivos de la migración para los países de origen, mi gobierno viene desarrollando un programa para facilitar y abaratar el envío de remesas para familiares. Más del 80% de las transferencias son hechss a un costo de casi cero, por canales oficiales y contabilizados, con la ventaja adicional de favorecer la inclusión de ciudadanos en el sistema bancario,
Esas son algunas de las ideas y propuestas que Brasil defendió en el Diálogo de Alto Nivel sobre Migración y Desarrollo, en Nueva York, en septiembre. Queremos construir asociaciones y compartir las mejores prácticas. La institucionalización de un foro de diálogo sería una importante contribución para que, también en el campo de la migración internacional, caminemos en dirección hacia una gobernanza verdaderamente global.
Por medio de una política consistente y clara para las migraciones internacionales, tenemos la oportunidad de demostrar nuestro compromiso con otro tipo de globalización, centrado en la persona humana y la solidaridad. La lucha por la justicia en el trato de los migrantes es parte de la lucha por un orden internacional más justo y por un desarrollo sostenible y equilibrado para todos.
* Luiz Inácio Lula da Silva es presidente de Brasil. Artículo del libro "Migraciones, un desafío global", de Editorial Comunica, publicado el 2 de noviembre.