Nos acercamos a la Cumbre Iberoamericana de Montevideo, la Decimosexta, con un expediente de enorme importancia sobre la mesa. En Salamanca, los Jefes de Estado y de Gobierno iberoamericanos, al definir en la Declaración Final los grandes retos de Iberoamérica, incluyeron por su alto contenido social, económico, político y de derechos humanos, el fenómeno de las migraciones internacionales.
Constituye a veces un lugar común identificar el fenómeno migratorio como una seña de identidad de muchas colectividades nacionales, regionales o multinacionales. La historia de la Humanidad es una historia de migraciones, voluntarias y forzadas, impuestas por la necesidad, por imperativos económicos y políticos, pero también, por el inquieto espíritu humano de búsqueda de lo nuevo, de deseo de apertura hacia nuevos horizontes. Todas las colectividades humanas somos, en mayor o en menor medida, producto de las migraciones previas.
Aunque un análisis riguroso de la incidencia de las migraciones en la conformación de las diferentes sociedades y comunidades, nos demuestra que se ha tratado y se trata de un fenómeno universal, importa conocer la diferente consolidación de los resultados del mismo en los distintos espacios geoculturales.
Es aquí donde hay que destacar que Iberoamérica, más que otras comunidades multinacionales del mundo, representa un lugar de encuentro de todos los orígenes donde, en general, se ha verificado y se verifica cada día un mestizaje especialmente creador e integrador.
Iberoamérica cuenta con la riqueza que le proporciona la existencia de las comunidades indígenas, afrodescendientes, eurodescendientes, e incluso de origen asiático. En nuestra Comunidad se ha verificado en las más altas cotas el resultado del mestizaje integrador, no sólo un mestizaje racial sino, sobre todo, cultural y de valores. Éste es un singular resultado de nuestras migraciones históricas y presentes y de él, estimo, se derivan muy prometedoras posibilidades.
Uno de los principales objetivos de nuestra Comunidad ha de ser llegar a conclusiones y soluciones concretas sobre un fenómeno que, en el ámbito iberoamericano, se distingue por ciertas características propias: su impacto demográfico —los migrantes iberoamericanos constituyen un 13 por ciento de los migrantes internacionales en el mundo—; la tendencia principal a dirigirse hacia los Estados Unidos, en América, y hacia España, en Europa; su ampliación y diversificación; la vigencia de la migración intrarregional; la feminización migratoria; la visibilidad de las remesas o la vulnerabilidad de los emigrantes, entre otras.
Debemos apostar por una lectura compartida de los movimientos migratorios y debemos avanzar en la definición de un modelo de gestión compartida de las migraciones, para hacer frente a sus consecuencias más indeseables y preservar todo lo de positivo que conllevan.
La Cumbre de Montevideo debe suponer un aunar posiciones para trabajar por una canalización ordenada de la inmigración, para ajustar las corrientes migratorias en origen y en destino. Nuestro trabajo ha de partir del siguiente principio: el establecimiento de flujos ordenados entre países es imprescindible para asegurar el ejercicio de los derechos de los inmigrantes, en las mismas condiciones que cualquier otro ciudadano, y promover su integración social.
La clandestinidad equivale a ausencia de derechos y marginalidad. Es en este terreno en el que se unen países de origen y de destino de los movimientos migratorios.
Tras las referencias de la Cumbre de Salamanca, Montevideo ha de representar el inicio cierto del diálogo iberoamericano sobre migraciones y la institucionalización de mecanismos para hacer avanzar a nuestra Comunidad en cuanto a políticas comunes.
La idea fuerza ha de ser la ordenación de los flujos y ello requiere que la gestión de las migraciones en los países receptores favorezca las llegadas legales, es decir, las contrataciones en origen. Debemos apostar por una ordenación conjunta de las migraciones entre países a partir de la cooperación, mediante convenios y otras fórmulas que promuevan los flujos legales, que son la mejor herramienta contra la inmigración clandestina.
Los gobiernos tienen la responsabilidad de asegurar que sus nacionales que emigran a otros países lo hagan en condiciones que faciliten su integración y les eviten vivir en la marginalidad. Tan sólo desde condiciones de legalidad es posible promover políticas efectivas de integración en los países de destino.
En este ámbito, hemos de poner en marcha también estrategias de codesarrollo, impulsando la participación de las personas inmigrantes en estas estrategias, implicándolas como agentes de desarrollo que contribuyen al avance social, económico y cultural de sus países de origen, diseñando un modelo de retorno digno y sostenible, e impulsando actuaciones sobre canalización y utilización racional de las remesas.
IBEROAMÉRICA, CLAVE EN LAS CONCERTACIONES UNIVERSALES
La Comunidad Iberoamericana de Naciones, Iberoamérica, es producto de uno de los más amplios y profundos procesos de miscigenación o mestizaje integral que ha vivido la Humanidad a lo largo de su historia. Proceso precedido necesariamente por intensos flujos migratorios de distinto sentido y dirección: entre la península ibérica y el continente americano, entre los propios países latinoamericanos, y, últimamente, desde Iberoamérica hacia España.
Pero también e históricamente, debemos destacarlo claramente, desde África hacia América Latina. Un porcentaje fundamental de la población latinoamericana está compuesta por afrodescendientes que constituyen una parte esencial de la identidad iberoamericana.
Resulta igualmente pertinente destacar la actualísima relevancia de los flujos migratorios africanos hacia España, como país iberoamericano de Europa. Me atrevo a afirmar que Iberoamérica está llamada a desempeñar un papel muy importante en las nuevas y necesarias concertaciones universales.
Nos corresponde, en primer lugar, esforzarnos para resolver nuestros propios y acuciantes problemas, no se trata de pretender dar lecciones a nadie. Pero estoy seguro de que en nuestros valores, en nuestro acervo iberoamericano, en nuestra idiosincrasia está el germen de algo muy importante.
Si logramos abordar el complicado y poliédrico fenómeno migratorio a un nivel iberoamericano, estableciendo pautas comunes sobre la optimización de las remesas, sobre la necesidad de conseguir acuerdos entre los países de origen, tránsito y destino para una adecuada regulación de los flujos que permita luchar contra los efectos perversos de la emigración ilegal, como la trata de seres humanos y la marginación; si, en definitiva, desde la experiencia de una Comunidad multinacional que de una manera prácticamente natural y no planeada ha consolidado las migraciones históricas en el resultado de un mestizaje integrador y creador, estoy seguro de que podremos realizar una aportación muy importante a una comunidad internacional lógicamente concernida y preocupada por la enorme intensificación en el planeta de una migración de causas eminentemente socio-económicas y políticas.
La Alianza de Civilizaciones podrá servir igualmente para exponer y difundir, desde la experiencia iberoamericana, soluciones a un problema y a una realidad compleja y cada vez más universal. Confío en que la Decimosexta Cumbre Iberoamericana, que pronto celebraremos en Montevideo, marque un hito en este camino.
* Miguel Ángel Moratinos es Ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación de España. Artículo del libro «Migraciones, un desafío global», de Editorial Comunica, publicado el 2 de noviembre.