Las políticas represivas contra las pandillas juveniles en Guatemala, El Salvador y Honduras sólo han contribuido a elevar la criminalidad, por lo cual urge enfrentar el fenómeno de manera integral, según organizaciones no gubernamentales centroamericanas.
Una investigación de la Coalición Centroamericana para la Prevención de la Violencia Juvenil (CCPVJ) advirtió que la mano dura impuesta en esos tres países provocó "un efecto adverso", con aumento de la violencia y los homicidios, a diferencia de lo ocurrido en Nicaragua, México y barrios de Washington, estudiados también de modo comparativo.
La cantidad de homicidios a manos de jóvenes en Guatemala, El Salvador y Honduras aumentó alrededor de 40 por ciento a partir de la implementación de los planes represivos, en el último trienio, precisó a IPS Jeannette Aguilar, una de las investigadoras y directora del Instituto Universitario de Opinión Pública (Iudop), con datos que aún faltan estudiar en detalle.
Eso es "es extremadamente alarmante", alertó la experta.
Desde hace más de tres años, los gobiernos del también llamado Triángulo del Norte pusieron en marcha planes represivos con nombres como Manodura, Súper Manodura, Cero Tolerancia y Escoba, que significaron una verdadera cacería de jóvenes acusados de integrar las "maras", como se les llama en esta zona a las pandillas.
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Pero también posibilitó que esas organizaciones se fortalecieran en las cárceles, desde donde hoy dirigen sus acciones violentas, como robos, secuestros y últimamente masivas extorsiones, según el informe del CCPVJ.
Datos de la policía de El Salvador indican que unos 60.000 jóvenes fueron encarcelados en los últimos tres años en ese país.
Según el Instituto de Medicina Legal, el promedio de asesinatos en El Salvador es de 55,5 por cada 100.000 habitantes, el doble del promedio de América Latina. La Organización Mundial de la Salud (OMS) precisa que una tasa por encima de 10 es considerada una epidemia.
También Honduras registró el año pasado una media de homicidios de 40,6 por cada 100.000 habitantes y Guatemala 37,5 en igual proporción.
En contraste, Nicaragua no llega a las ocho muertes violentas por cada 100.000 habitantes, mientras que Costa Rica, con uno de los gastos públicos más elevados en el área social de toda la región centroamericana, apenas muestra 6,2 homicidios por el mismo universo de población.
"La diferencia entre los niveles de violencia tiene que ver con la respuesta del Estado nicaragüense, que promueve los derechos de la niñez y la juventud así como estrategias policiales de prevención, en las que se privilegian acciones de acercamiento con los jóvenes y abordan de forma integral el fenómeno", reconoció Aguilar.
El estudio del que participó Aguilar fue presentado en el marco del foro internacional titulado "La Violencia Juvenil en la Región: un Diálogo Pendiente", que se realizó esta semana en San Salvador, con la participación de dirigentes políticos, jefes policiales, académicos, especialistas en el tema.
También intervinieron en el debate delegados de los organismos de cooperación internacional, de organizaciones de la sociedad civil y de gobiernos, entre quienes se destacó el senador estatal Jarret Barrios, del nororiental estado estadounidense de Massachusetts.
El Salvador, cuando sólo pasaron 14 años de la firma de los acuerdos de paz que puso fin a la guerra civil que dejó 75.000 muertos y más de 6.000 desaparecidos, afronta otra vez una espiral de violencia, aunque de muy distintas características.
Aguilar sostuvo que el enfoque represivo de las autoridades ha traído un proceso de mutación en las pandillas juveniles, modificando su estructura, haciendo más duros los requisitos para ingresar, métodos clandestinos, cambios en sus apariencias y movilización.
"Las pandillas están cada vez más profesionalizadas y con cierta vinculación de algunos de sus miembros con el crimen organizado", en franca respuesta a las acciones estatales del llamado "manodurismo", advirtió la especialista del Iudop.
Una tragedia que Gabriela Romero, una joven de 13 años que participó en la exposición de pintura "Juventud, Violencia y Migración" en el foro, "sueña con que se termine", mientras explica su cuadro salpicado de imágenes de armas y sangre, pero "también de esperanza".
Ante este panorama, el foro buscó "propiciar un abordaje comprensivo de la violencia juvenil, aportando desde el análisis académico" soluciones integrales, incluyendo buenas prácticas y experiencias que ya han dado resultado en otros países, puntualizó el sacerdote católico Antonio Rodríguez, director del Centro de Formación y Orientación en el distrito de Mejicanos, en las afueras de San Salvador.
"La idea es que la violencia juvenil hay que tratarla desde una perspectiva integral, de prevención, apoyado en los gobiernos locales, instituciones estatales y organizaciones no gubernamentales", explicó el religioso, quien también coordinó la presentación de las 14 pinturas de niños, niñas y jóvenes en esta conferencia.
En la localidad de San Martín, a unos 15 kilómetros de la capital, las autoridades locales y la ciudadanía implementaron desde hace más de dos años un plan municipal contra el porte de armas. Desde entonces, los homicidios disminuyeron en por los menos 20 por ciento.
Por su parte, el senador Barrios señaló que el problema de las pandillas afecta a toda la población, tras narrar que en su comunidad también existen, por lo cual se mostró a favor de que la ciudadanía participe en las soluciones, como lo han hecho en algunos sitios de Estados Unidos.
"El problema de las pandillas es bien serio en este país", pero advirtió que el arresto masivo de jóvenes no funciona en el largo plazo y eso ya fue demostrado, incluso en Estados Unidos", sostuvo Barrios, mientras indicó que es necesario "una mayor inversión social en el presupuesto para la prevención"
Una estrategia que Donaldo Leiva, un hondureño de 29 años y que perteneció a la "Mara Salvatrucha" por más de cinco años, asegura que es la única que puede ayudar a detener la violencia en la región.
Tras admitir que participó en robos, venta y consumo de drogas y en crímenes en la época que integró la pandilla Salvatrucha, ahora asegura que "estaba en un error".
La "Generación X", una organización de ex miembros de pandillas, le posibilitó "dar un giro de 180 grados en su vida, ofreciéndole una oportunidad para convertirse en un orientador para otros jóvenes que deseen retirarse de las pandillas", apuntó.