Las elecciones del domingo en Brasil han tenido lugar en el pico de una crisis provocada por un escándalo aún no aclarado, lo que causa cierta histeria colectiva, inclusive en la prensa casi unánimemente en contra del oficialismo, y pone el acento en una aparente confrontación de clases.
Para suerte de las instituciones democráticas, los militares renunciaron al protagonismo político desde que dejaron el poder en 1985, tras 21 años de dictadura. Se descartan golpes de Estado, pero no la posibilidad de sobresaltos institucionales, ya que los resultados electorales pueden ser cuestionados en su legalidad o legitimidad.
Además de las secuelas políticas, serán inevitables prolongadas polémicas y análisis sobre los aspectos sociales, políticos e históricos revelados por estas elecciones, y también sobre el papel que tuvo el periodismo como un actor decisivo.
El Observatorio Brasileño de Medios, creado por periodistas, investigadores y organizaciones sociales, constató en los cinco principales diarios brasileños que el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, como candidato a la reelección, fue objeto de 71,3 por ciento de los 544 reportajes publicados entre el 23 y el 29 de septiembre, última semana de la campaña electoral.
Pero 58,2 por ciento de esos artículos fueron negativos, mientras el principal candidato opositor, Geraldo Alckmin, solo recibió tratamiento negativo en 22,1 por ciento de los 77 reportajes que le fueron destinados.
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Ese desequilibrio sería natural en plena cobertura del escándalo causado cuando miembros del gobernante e izquierdista Partido de los Trabajadores (PT) y estrechos colaboradores de Lula fueron denunciados o detenidos en flagrante delito cuando se aprestaban a adquirir un dossier elaborado por empresarios mafiosos para revelar la supuesta corrupción de candidatos opositores. Dos de ellos portaban el equivalente a 783.000 dólares.
Pero el desequilibrio de la cobertura antecede a este caso policial, y sólo se agravó un poco en las últimas semanas, según datos del Observatorio, dirigido por simpatizantes de la izquierda. Además, ha sido corroborado por el independiente proyecto Doxa del Instituto Universitario de Río de Janeiro, que investiga procesos electorales y opinión pública, y por otras evaluaciones.
El periodismo está enjuiciado, en un proceso que divide a sus profesionales y a analistas, como se ve en el Observatorio de la Prensa, iniciativa de la Universidad de Campinas —ciudad sureña a 100 kilómetros de Sao Paulo— que divulga una visión crítica de esta actividad a través de un sitio web, de la estatal Televisión Educativa y en publicaciones alternativas.
Simpatizantes y dirigentes del PT critican la cobertura periodística pues ésta sólo destaca la malograda operación del "núcleo de inteligencia" del comité de campaña del partido, olvidando el contenido del dossier con supuestas pruebas de la corrupción de candidatos del opositor Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB).
Marcelo Beraba, ombudsman (defensor del pueblo) de Folha de Sao Paulo, el diario de mayor tirada en Brasil, consideró correcto, "según criterios periodísticos", el destaque de la conspiración ante la importancia de las personas y del dinero involucrados, los datos que falta descubrir, como el origen de los recursos, y sus posibles consecuencias.
Pero ello no justifica el escaso esfuerzo destinado a investigar las denuncias contra los opositores, aunque con menor peso, ya que los diarios disponen de periodistas y espacio suficiente para las dos investigaciones simultáneas, admitió Beraba.
La revista semanal Isto É, que publicó una entrevista con los empresarios que pretendían vender el dossier al PT y que habían confesado negocios ilegales con casi un centenar de diputados, está formalmente denunciada, porque se sospecha que pagó por la entrevista y era parte de la conspiración.
Resulta sorprendente que este caso policial, en vísperas de las elecciones y ocupando diariamente la portada de diarios y noticieros televisivos, no haya destruido la popularidad de Lula, especialmente considerando que potencia los efectos de escándalos anteriores que habían expuesto la corrupción de dirigentes del PT y de ministros de su gobierno.
El aplastante apoyo que mantiene Lula entre los pobres, especialmente en el Nordeste donde las encuestas le conceden cerca de 70 por ciento de los votos, revela un país dividido en estas elecciones.
El hecho fomenta explicaciones sobre "la población menos informada" como la base electoral exclusiva con la que cuenta el presidente para su reelección, conquistada mediante programas "asistencialistas", como la Beca-Familia, que concede una pequeña ayuda financiera a 11 millones de familias muy pobres en todo el país.
Esas capas menos escolarizadas y en lucha por su supervivencia serían más tolerantes ante las violaciones éticas y la corrupción, según este punto de vista.
Pero esta opinión no es más que la expresión de "prejuicios" que impiden a la elite brasileña comprender estas elecciones y la realidad social del país, escribió Maria Inés Nassif, editora de opinión del diario Valor Económico en su último artículo del jueves, destacando la discriminación que sufren en este país los negros, en su mayoría votantes de Lula.
Datos de encuestas desmienten el desconocimiento de los más pobres de los escándalos, así como su despreocupación ética. La guerra electoral, que prácticamente abandonó el debate sobre programas de gobierno, tiende a generar muchos juicios errados al aparecer como una confrontación entre los valores éticos y los programas sociales a favor de los pobres.
Las cuestiones morales son absolutas para vastos sectores de la población, especialmente en las capas medias, como comprueba la historia. El golpe militar de 1964 fue fomentado por las marchas de familias católicas de clase media contra el comunismo y la corrupción, además de la agitación moralista de un partido que se denominaba Unión Democrática Nacional.
La popularidad de Lula se debe, según analistas más serenos, a un aumento del ingreso de las capas más pobres y a una reducción de las desigualdades económicas de la población, que se registra por primera vez en Brasil después de muchas décadas de agravamiento.
Además de la Beca-Familia, contribuyeron a ese resultado aumentos reales del salario mínimo y de los empleos formales, y otros programas, como los que favorecen la pequeña agricultura, el micro-crédito y los préstamos a jubilados con bajos intereses.
El apoyo de los pobres a Lula tiene explicaciones más complejas, no unidimensionales. Además de los beneficios sociales y económicos, está la cuestión de la representatividad y de la participación.
El presidente, un ex obrero industrial hijo de migrantes del Nordeste, no es solamente "uno de los pobres". Su gobierno creó consejos y promovió numerosas asambleas y conferencias para la formulación de políticas públicas para los afrodescendientes, las mujeres, los jóvenes, el ambiente y las ciudades, ampliando la participación de la sociedad en las decisiones, aunque muchos critiquen esas medidas por insuficientes.
En este sentido, la opción entre izquierda y derecha debería determinar la suerte de millones de votos en Brasil este domingo, aunque no corresponda a la clásica lucha de clases ni a otros conceptos ideológicos tradicionales.