Aunque ha dicho que no llegará a los 100 años en el poder, Fidel Castro podría desafiar los peores augurios que circulan sobre su vida, celebrar este 13 de agosto su cumpleaños 80 de pie y volver cuanto antes a gobernar Cuba sólo por el placer de ganar.
Todo indica que, con su vieja manía de convertir reveses en victorias, el mandatario cubano parece estar decidido a darse el gusto de volver a aparecer ante las cámaras de la televisión, sano y rozagante, hablar varias horas seguidas y demostrar al mundo que, además de "estar entero", él sigue teniendo las riendas.
Mientras muchos fuera de Cuba se preguntan por qué no intenta probar que sigue vivo, al contrario de lo que afirman sectores del exilio cubano en Estados Unidos, sus seguidores durante décadas están convencidos de que estará de regreso sólo cuando se encuentre lo suficientemente bien como para poder demostrarlo.
"Esté donde esté, como esté y con quien esté, Fidel Castro está allí para ganar", escribió en 1988 el colombiano y premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez.
Para el novelista y viejo amigo de Castro, "su actitud frente a la derrota, aun en los actos mínimos de la vida cotidiana, parece obedecer a una lógica privada: ni siquiera la admite, y no tiene un minuto de sosiego mientras no logra invertir los términos y convertirla en victoria".
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Así lo demostró desde el primer momento, cuando como abogado convirtió su defensa por encabezar el asalto al Cuartel Moncada, en 1953, en una denuncia de las condiciones socio-económicas de Cuba y de las atrocidades cometidas por la dictadura de Fulgencio Batista desde su golpe de Estado, un año antes.
"¡Ahora sí ganamos la guerra!", exclamaba tres años después al descubrir que, tras desembarcar en la isla junto a 81 hombres armados, apenas quedaba un pequeño grupo y siete fusiles. "Se volvió loco", reconoció haber pensado entonces su hermano Raúl, actual ministro de las Fuerzas Armadas y sustituto del presidente en todos sus cargos.
Nacido el 13 de agosto de 1926 en un punto del oriente de Cuba conocido como Birán, el tercer hijo de la familia Castro Ruz terminó la escuela jesuita, se hizo abogado, demandó a Fulgencio Batista por su golpe de Estado militar, y en 1959 bajó triunfante de las montañas de la Sierra Maestra para tomar el poder y mantenerlo hasta el día de hoy.
"Siempre ha sabido virar cualquier acusación. Lo acusan de algo y lo primero que viene es el silencio. Pero, cuando pasan los días, se aparece con una respuesta que nadie se esperaba. No hay nadie como él para el contraataque. Y no hay nadie que le diga a Estados Unidos lo que él le dice", comentó un maestro retirado cubano de 66 años.
Su papel en la arena internacional, en especial la oposición pública y sistemática a las decisiones de Washington y sus denuncias en cumbres mundiales han cimentado durante años su influencia y le han granjeado el respeto de no pocas personas dentro y fuera de Cuba.
Mientras sus partidarios intentan ponerlo a salvo de los errores cometidos por su gobierno en los últimos 47 años, asegurando que él "no sabía" y que cuando supo "lo enfrentó", otros piensan que el comandante está al tanto de todo, lo dirige todo y es el responsable final de lo que sucede en la isla caribeña, sea bueno o malo.
En la lista de acusaciones figuran los fusilamientos que sucedieron al triunfo de la Revolución, el 1 de enero de 1959, la reclusión de homosexuales y creyentes religiosos en campos militares de trabajo en la década de los 60 y la prisión sufrida por decenas de opositores políticos, acusados de servir a los intereses de Estados Unidos.
Sus defensores, en tanto, mencionan los beneficios sociales que trajo su gobierno para amplias capas de la población, como el derecho a la salud, a la educación y al empleo seguro, en un país sometido al bloqueo económico de Washington desde hace más de 40 años.
Cuando el 31 de julio una peligrosa intervención quirúrgica lo obligó a ceder "provisionalmente" todas sus responsabilidades, Castro lo anunció en una "proclama al pueblo", firmada de su puño y letra, convirtiendo así uno de los peores momentos de su vida en un nuevo desafío a los pronósticos.
La información no circuló primero fuera de Cuba, ningún rumor corrió por la isla, ni las calles fueron tomadas por el ejército para evitar reacciones sociales. "El día que pase, nos enteraremos cuando el gobierno quiera", dijo un reportero que se reconoció "cansado de recibir llamadas del extranjero para confirmar la muerte de Castro".
Observadores estiman que la forma en que se dio a conocer la enfermedad de Castro y la designación temporal de su hermano Raúl al frente del Partido Comunista, del Consejo de Estado y del comando del ejército, demuestra también el control que ejercen las autoridades.
"Yo no puedo inventar noticias buenas, porque no sería ético, y si las noticias fueran malas, el único que va a sacar provecho es el enemigo", dijo un segundo comunicado firmado por Castro el 1 de agosto, dirigido a la población y a los amigos que, desde otros países, se interesaban por su salud.
La referencia a "una crisis intestinal aguda con sangramiento (sic) sostenido", reconocida por Castro como causa de la operación de urgencia, despertó dudas sobre las razones del quebranto (agotamiento, exceso de trabajo).
"Más allá del estrés a que pudo estar sometido por exceso de trabajo, algo no anda bien en ese organismo", dijo a IPS una médica cubana que no quiso dar su nombre.
Pasados los primeros momentos de incertidumbre sobre lo que vendrá, la rutina volvió a Cuba, matizada por las telas que inundan las paredes deseando al presidente que cumpla "80 más", el anuncio de una "Cantata por la Patria" y los esfuerzos del diario oficial Granma por dar noticias, sin darlas.
Una breve crónica, sin firma, aseguró el sábado 12 que "un amigo" había visitado a Castro "hace apenas unas horas" para "despachar brevemente ciertos asuntos" y que lo había visto dar "pasos en la habitación" tras recibir fisioterapia, y conversar animadamente "sentado en un sillón".
Horas antes, medios de prensa en Estados Unidos aseguraban que "babalawos" cubanos (sacerdotes de la religión afrocubana Regla de Ocha o Santería), radicados en ese país, habían consultado sus oráculos y podían asegurar que Castro estaba muerto desde el mismo 1 de agosto, día en que apareció su segundo mensaje.
En estos días, la Agencia Católica de Información (ACI) divulgaba desde el Vaticano una profecía poco conocida en Cuba: la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba, había revelado a San Antonio María Claret, que la isla sufriría una dictadura de más de 40 años, que terminaría con la muerte del líder en su cama y el "derramamiento de sangre".
En Cuba, la Iglesia Católica, agrupaciones ecuménicas y practicantes de religiones afrocubanas se han limitado a orar, pedir a sus dioses y hacer sonar bien alto los tambores para que el presidente cubano se restablezca y el país pueda superar el momento en paz.
A diferencia de lo que sucedió en la sureña ciudad de Miami, donde muchas personas se lanzaron a las calles para festejar lo que consideraban la segura muerte de Castro, en este país ni siquiera sectores radicales de la oposición política hicieron públicos malos deseos para el comandante.
"Aché pati Fidel", fue el mensaje de suerte de una anciana, negra y santera. Convencida, como tantas personas aquí, de que Castro tiene la protección de los orishas (dioses de la Regla de Ocha), la mujer de 72 años aseguró que el presidente "saldrá de esta". Eso "dicen los caracoles", comentó.
El jefe de la diplomacia estadounidense para América Latina, Tom Shannon, reconoció el viernes 11 que "no hay ninguna figura política en Cuba que equivalga a Fidel Castro" y pronosticó que la isla caribeña podría estar ante un momento de cambio, pero también de "endurecimiento del régimen".