El brasileño Centro de Investigación René Rachou modificó genéticamente un mosquito para quitarle la capacidad de transmitir el parásito del paludismo o malaria.
Si ese mosquito logra multiplicarse en la naturaleza, desplazando a los originales, ayudará a controlar una enfermedad que afecta a entre 300 y 500 millones de personas al año, 90 por ciento en África, provocando un millón de muertes anuales.
Pero se trata de una perspectiva a largo plazo —"un mínimo de 10 años"—, señaló a Tierramérica Luciano Andrade Moreira, que coordina la investigación iniciada en 2003 en el Centro Rachou, de la Fundación Oswaldo Cruz, en Belo Horizonte, capital del oriental estado de Minas Gerais.
La modificación genética consiste en introducir en el genoma del mosquito una proteína que produce una enzima para bloquear al parásito de la malaria. Hace cinco años, investigadores estadounidenses descubrieron esa enzima en el veneno de abejas. Su función es impedir que el parásito salga del intestino del insecto.
Por ahora, sólo se logró alterar el mosquito Aedes fluviatilis, vector de la malaria en gallinas, y no el del género Anopheles, que provoca la enfermedad en humanos.
Esa elección inicial se debió a la facilidad de multiplicar ese mosquito en laboratorio y a similitudes entre los parásitos, además de cuestiones de seguridad, ya que un posible escape no sería riesgoso para la salud humana, explicó el investigador.
El próximo paso será hacerlo con el Anopheles aquasalis, que vive donde hay agua salobre. Pero, para que la estrategia sea efectiva, será necesario modificar el mosquito que más propaga la enfermedad en Brasil, el Anopheles darlingi, que aún no pudo ser multiplicado en laboratorios.
Después de crear los insectos transgénicos adecuados en laboratorio, será necesario comprobar si sobreviven en la naturaleza y se reproducen normalmente. Tendrán que proliferar con un desempeño por lo menos idéntico para ir sustituyendo a la población normal de mosquitos y reducir el contagio, observó Moreira.
El combate a la malaria por ese camino se investiga hace unos 20 años, buscando especies de mosquitos que más transmiten el plasmodio. Estados Unidos y algunos países europeos desarrollaron la técnica, concentrándose en los vectores africanos, más mortíferos.
Moreira la aprendió al hacer su doctorado en Estados Unidos y la aplicó a los mosquitos brasileños, en el primer proyecto de estas características en países en desarrollo.
Pero esta no será la solución definitiva de la malaria, que exige combinar "distintas estrategias", incluyendo las convencionales, como mejor asistencia médica, saneamiento y reducción de los mosquitos, admitió.
Es difícil que una vacuna resulte plenamente eficiente, porque el plasmodio "es versátil, se modifica y es distinto en África, Asia y Brasil", sostuvo.
La malaria amenaza la salud pública en 90 países, donde vive 40 por ciento de la humanidad.
En 2005 se registraron 591.000 nuevos casos en Brasil. El parásito más común en el país es menos letal que el africano; generó 88 muertes. La casi totalidad de los infectados viven en la Amazonia.
Un estudio similar, más volcado al dengue, se desarrolla en la Universidad de Sao Paulo.
Esas investigaciones contribuyen al conocimiento de la fisiología de los mosquitos, sus anticuerpos, ciclos de desarrollo y la interacción entre ellos y los parásitos. Eso puede tener otros beneficios, como una vacuna para bloquear la transmisión, si se identifica alguna proteína con esa propiedad, ejemplificó Moreira.
Esa vacuna, aplicada a una persona, no le impide infectarse, pero el mosquito que la pica pierde capacidad de contagio.
Un obstáculo será la resistencia de activistas antitransgénicos. Toda modificación genética preocupa, porque involucra riesgos, más aún si se trata de un insecto que se mueve, señaló Gabriel Fernandes, coordinador de la Campaña Por un Brasil Libre de Transgénicos.
"Hay otros métodos más seguros de control de la malaria", dijo a Tierramérica. Y el transgénico "no es una panacea". Aplicado a la agricultura, sólo generó dos tipos de productos efectivos, resistentes a herbicidas y a insectos, después de 30 años de investigaciones y 10 de uso comercial, arguyó.
Cuando llegue la fase de pruebas en el campo, se adoptarán todas las medidas de seguridad y control, como liberar los mosquitos transgénicos en un área restringida y con un cinturón de insecticidas para exterminarlos, explicó Moreira.
Por ahora, la cuestión no es de seguridad biológica, "porque el producto aún no existe" ni se comprobó su viabilidad, y el experimento se limita a laboratorios de contención, precisó Silvio Valle, coordinador del curso de bioseguridad en la Fundación Oswaldo Cruz de Río de Janeiro.
Antes se debe evaluar si se agotaron las medidas convencionales de combate a la malaria —que comprenden dimensiones económicas, ambientales, sociales y éticas— y si no hay alternativas menos costosas y más beneficiosas, expresó a Tierramérica..
* El autor es corresponsal de IPS. Este artículo fue publicado originalmente el 15 de julio por la red latinoamericana de Tierramérica.