El ciclo de alta desocupación iniciada en Argentina a mediados de los años 90 parece llegar a su fin. Empero, la creación de nuevos puestos laborales no logra aún hacer retroceder los índices de pobreza, indigencia y desigualdad a los niveles de ese entonces.
"La clave para entender esta aparente falta de correspondencia entre la caída del desempleo y la persistencia de valores insatisfactorios de otros indicadores sociales es la evolución de la informalidad laboral", explica el sociólogo Ernesto Krtiz, de la consultora Sociedad de Estudios Laborales (SEL).
En la actualidad, 44 por ciento de la población económicamente activa trabaja en la economía informal, sin seguro médico ni aportes para su jubilación. Con similar nivel de desocupación, en 1994 el porcentaje de personas ocupadas que se desempeñaban en la informalidad era de 30 por ciento.
"La informalidad está muy concentrada en empresas pequeñas, donde resulta difícil competir de otra manera que no sea mediante salarios bajos y 'en negro' porque tienen muy baja productividad", explicó Kritz a IPS. "Deberíamos al menos volver a ese 30 por ciento previo a la crisis", desafió el experto.
La desocupación en Argentina se había mantenido históricamente por debajo de 10 por ciento hasta mayo de 1994, cuando creció a 10,7 por ciento de los activos para no detenerse por casi una década. Era la época de auge de la política de corte neoliberal impulsada desde Washington e impuesta por el gobierno de Carlos Menem (1989-1999).
Es en mayo de 2002 cuando el porcentaje de personas sin trabajo pese a buscarlo trepa al récord de 21,5 puntos, como consecuencia del colapso económico, social y político que llevó a levantamientos populares y a la renuncia del presidente Fernando de la Rúa a la mitad de su mandato de cuatro años.
Desde ese máximo, el flagelo del desempleo comenzó una curva descendente. Así, ese indicador retrocedió casi a la mitad en el primer trimestre de este año, al ubicarse en 11,4 por ciento.
Más aún, como adelantó el presidente de Argentina, Néstor Kirchner, a los anuncios técnicos, la medición de mayo habría llegado a 9,8 por ciento de los activos, un resultado similar al nivel existente antes del proceso de privatizaciones y de apertura irrestricta de la economía.
Si bien hay un sector de desocupados no comprendidos en la estadística porque perciben ingresos a través del subsidio por desempleo, que de excluirlos llevaría a 12 por ciento ese indicador, Kritz observa "una tendencia claramente decreciente" en el problema. "Argentina está ante la posibilidad cierta de cerrar ese ciclo", vaticinó el director del SEL.
No obstante, el especialista señaló que la creación de puestos de trabajo, asociada al ritmo de crecimiento de la economía, no se tradujo en una mejora equivalente de otros indicadores sociales, como pobreza, indigencia, informalidad en el empleo y distribución desigual del ingreso.
Con igual nivel de desocupación, "los desequilibrios sociales son más elevados que en 1994", advirtió. Incluso cuando estos indicadores están también en un proceso de recuperación, su evolución es más lenta.
La pobreza, pese a retroceder de modo notable, aún afectaba a fin del año pasado a 33,8 por ciento de los 38 millones de argentinos, tras llegar al récord de 52,4 por ciento en el primer semestre de 2003, pero muy lejos del 20,4 por ciento existente en 1994.
Por su parte, los mismos datos aportados por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) la indigencia alcanzó en el mismo lapos a 12,2 por ciento, 15,4 puntos porcentuales menos que en el momento culminante de la crisis en 2003. Pero esa franca reducción no llega aún al nivel de 4,4 por ciento que había en 1994 cuando la desocupación inauguró los dos dígitos.
Respecto de la desigualdad, el SEL advierte en su informe de junio que, "no sólo es sensiblemente mayor que al comienzo del ciclo de alto desempleo en 1994, sino que es prácticamente igual que durante la crisis de 2001, cuando la tasa de desocupación había llegado a 21,8 por ciento".
Por eso Kritz sostiene que la clave está en la informalidad, que no cede aún con mayor ocupación. "Es un problema estructural de empresas pequeñas. Esto ya se advertía en 1994, cuando el indicador estaba en 30 por ciento pero se acentuó tras la crisis y todavía muchos tienen temor a registrar a los empleados", declaró.
Este fenómeno traba la creación de trabajo digno. Según datos del Indec, desde 2002 un empleado registrado obtuvo 92 por ciento de aumento salarial frente a 36 por ciento que logró el que permanece "en negro".
Hoy en Argentina, 80 por ciento de los hogares pobres es sostenido por un ocupado que se desempeña en el sector informal o tiene un salario muy bajo. El dato fue difundido este mes por el Ministerio de Economía.
A pesar de la recuperación económica y de la creación de empleo, el descenso de la pobreza está estancado por los bajos ingresos. Tener empleo ya no garantiza que un jefe o jefa de familia deje de ser pobre, concluye el estudio oficial.
De esa franja de trabajadores ocupados que permanece pobre, 41 por ciento está registrado y 51 por ciento trabaja "en negro". El resto brinda algún tipo de prestación laboral al Estado a cambio de un magro subsidio equivalente a unos 50 dólares al mes.
Estos datos revelan que no alcanza con el crecimiento económico sostenido desde 2003, y su correlato de creación de empleos, para mejorar los indicadores sociales y el gobierno de Kirchner comienza a advertirlo.
En las últimas semanas, algunos periodistas se quejaron de presuntas presiones del gobierno frente a la difusión de datos oficiales de distribución del ingreso que indican que la brecha entre ricos y pobres creció en el último año. Incluso las autoridades estudian cambios en la histórica medición.
Lo cierto es que en el primer trimestre de 2006 los más ricos percibieron 29,2 veces más ingresos que los más pobres y en el mismo período de 2005 los mejor posicionados recibían 26,9 veces lo que quedaba para los menos favorecidos en el reparto.
Esta brecha es más acentuada que en 1995, cuando señalaba una diferencia de 19 veces. La distribución actual muestra sí un avance de los sectores medios que recuperan ingresos, pero en un estructura social que aún distribuye en forma muy desigual