IRÁN-IRAQ: La convergencia de las crisis

El ala más derechista del gobierno de Estados Unidos ya perdió la batalla contra el inicio de negociaciones directas con Irán por la estabilización de Iraq, ya acordado entre los gobiernos de George W. Bush y Mahmoud Ahmadinejad.

Los funcionarios de línea dura se niegan a cualquier vinculación entre la crisis iraquí y la que tiene su epicentro en el desarrollo nuclear iraní. Por eso, procuran evitar que suba la presión hacia un diálogo más amplio con el régimen islámico en Teherán.

Pero las próximas negociaciones, acordadas la semana pasada, elevarán las posibilidades de que se entablen negociaciones también sobre el programa nuclear iraní y otros asuntos de interés bilateral.

La convergencia entre las dos crisis se debe, por un lado, a que Estados Unidos y los partidos políticos de Iraq necesitan ayuda para resolver la violencia entre comunidades religiosas. Por su parte, Teherán no oculta su aspiración a ampliar su espectro de acuerdos con Washington.

Las actitudes dentro del gobierno estadounidense ante el anuncio fueron contrastantes. La secretaria de Estado (canciller) Condoleezza Rice afirmó que el diálogo "podría ser útil"..

Al día siguiente, el consejero de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Stephen J. Hadley, sostuvo que se trataba de "un mero recurso iraní para desviar la presión que sienten en Nueva York", sede de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), cuyo Consejo de Seguridad se apresta a analizar el programa nuclear del país del Golfo.

Hadley sugirió, incluso, que no era necesario para Estados Unidos hablar formalmente con Irán. "Estamos hablando con Irán todo el tiempo. Nosotros hacemos declaraciones, ellos hacen declaraciones", ironizó.

Luego, altos funcionarios que hablaron con la prensa con la condición de mantener su identidad en reserva afirmaron que el diálogo era "un truco publicitario" iraní para evitar críticas.

Las diferencias se plantean entre quienes procuran aislar a Irán diplomáticamente o aprovechar su influencia en la comunidad chiita de Iraq para poner fin a sus violentos conflictos con la minoría sunita.

Al grupo encabezado por el vicepresidente Dick Cheney y el secretario (ministro) de Defensa Donald Rumsfeld, cuyas posiciones fueron expresadas por Hadley y los funcionarios anónimos, le importa mucho menos lo que le suceda en Iraq que el mantenimiento de la política de alentar un cambio de régimen en Irán.

En cambio, Rice y el embajador estadounidense en Iraq, Zalmay Khalilzad, están al parecer dispuestos a debilitar o romper la política de aislamiento de Irán, pues reconocen la desesperante situación de la lucha entre chiitas y sunitas y creen que el régimen islámico puede ser de ayuda.

Bush está alineado con Rice y Khalilzad contra Cheney y Rumsfeld, desde que accedió el año pasado a autorizar conversaciones con el gobierno iraní sobre la crisis iraquí.

A fines de diciembre o principios de enero, Khalilzad despachó un mensaje a las autoridades iraníes para proponerles cooperar en Iraq, según informó el diario británico en lengua árabe Al-Hayat.

Los liderados por Cheney y Rumsfeld no desafiaron entonces la decisión, pues confiaban en que Irán rechazaría una invitación a deliberaciones limitadas a la situación iraquí. No se equivocaron. La cancillería iraní contestó que no accedería a dialogar en esos términos.

Pero Khalilzad repitió la invitación en febrero, según un alto funcionario de inteligencia iraní consultado por Lindsey Hilsum, editor de noticias internacionales del británico canal 4 de televisión, quien publicó un informe al respecto el 12 de este mes en el diario londinense Sunday Times.

La oferta no fue rechazada esta vez. La voluntad iraní de estabilizar la situación en Iraq sin compromisos de ampliar la agenda de las conversaciones deja en evidencia la percepción predominante en Teherán: una confrontación militar con Washington sería muy peligrosa.

Desde el anterior rechazo iraní a la invitación de Khalilzad, el gobierno de Bush elevó la presión sobre Teherán orquestó una campaña para remitir el conflicto nuclear de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) al Consejo de Seguridad de la ONU, con miras a imponer sanciones.

Al acordar cierta cooperación con Estados Unidos en Iraq, los iraníes dejan en evidencia su interés de manejar el diálogo como un puente hacia la ampliación de las negociaciones diplomáticas.

El informante de inteligencia de Hilsum señaló que, al solicitar que las conversaciones se desarrollaran en un país neutral, Irán manifestaba su intención de abordar en ese diálogo también el conflicto nuclear.

"Si los estadounidenses dejan de causar problemas en la región (de Medio Oriente) y examinan su anterior comportamiento, pueden suceder muchas cosas", sostuvo el jefe de negociadores del programa nuclear iraní, Alí Larijani, figura cercana al líder espiritual del régimen chiita, ayatolá Alí Jamenei.

Pero el grupo de Cheney y Rumsfeld está determinado a evitar que el programa nuclear iraní se cuele en la agenda de las conversaciones.

El mismo día en que se hizo pública la inminencia de ese diálogo, el día 16, el subsecretario de Estado (vicecanciller) Nicholas Burns descartó públicamente cualquier ampliación de las conversaciones al conflicto nuclear.

Burns declaró que tales negociaciones serían "fútiles, dados los antecedentes" de Irán.

De todos modos, será imposible mantener las estrategias estadounidenses simultáneas de solicitar cooperación a Irán y procurar su aislamiento mediante la manipulación del conflicto nuclear.

Las discusiones sobre Iraq incluyen varias fórmulas políticas que tanto Estados Unidos como Irán podrían apoyar. Irán, por ejemplo, podría convencer a los partidos chiitas más combativos a alcanzar un acuerdo de convivencia con los sunitas.

Si Irán se involucra más en la negociación interna en Iraq, y la comunidad internacional se lo reconoce, a Estados Unidos se le dificultará resistir a la presión para reanudar el diálogo político y diplomático sobre las diferencias en materia nuclear.

Paradójicamente, la ayuda iraní fue impulsada por Abdul Aziz al-Hakim, el líder del principal partido de la coalición chiita de gobierno en Iraq.

Mientras, los partidos sunitas han rechazado la idea, a pesar de que necesitan apoyo iraní para la satisfacción de sus demandas políticas.

(*) Gareth Porter es historiador y experto en políticas de seguridad nacional de Estados Unidos. "Peligro de dominio: Desequilibrio de poder y el camino hacia la guerra en Vietnam", su último libro, fue publicado en junio de 2005. (

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