Quince años después de disolverse la Unión Soviética, las relaciones entre Rusia y Estados Unidos van «en rumbo equivocado», según un informe presentado en Washington esta semana por el influyente Consejo de Relaciones Exteriores.
"La dirección equivocada de Rusia: Lo que Estados Unidos puede y debería hacer", de 98 páginas, es producto del trabajo de un equipo del Consejo sobre Relaciones Exteriores (CFR por sus siglas en inglés), que incluyó a muchos importantes expertos y ex políticos estadounidenses especializados en asuntos rusos.
Además de los desacuerdos sobre más y más asuntos de política internacional —el último, que Moscú recibiera a líderes del Movimiento de Resistencia Islámica (Hamas), hoy al frente de la Autoridad Nacional Palestina—, Estados Unidos está preocupado por los acontecimientos internos de Rusia.
Y, particularmente, por lo que considera como una creciente concentración de poder en el Kremlin bajo el gobierno de Vladimir Putin.
"En un momento en que el presidente de Estados Unidos hizo de la democracia un objetivo de la política exterior estadounidense, el sistema político de Rusia se está volviendo, de modo constante, más autoritario", según el texto.
"Rusia es una sociedad menos abierta y menos democrática que hace unos años", señaló el informe, que probablemente fortalezca a miembros del gobierno de George W. Bush y del Congreso legislativo que reclaman una línea más dura con Moscú.
El equipo del estudio, presidido por ex candidatos a la vicepresidencia de los dos principales partidos, el gobernante Republicano y el opositor Demócrata, se desempeñó en medio de crecientes señales de controversia dentro del gobierno sobre la política a seguir con Rusia.
Según un informe del diario The Washington Post, el vicepresidente Dick Cheney convocó en enero a un grupo de especialistas independientes en Rusia a su oficina como parte de una evaluación iniciada hacia Moscú. También pidió al director de Inteligencia Nacional, John Negroponte, una evaluación de los futuros planes y políticas de Putin.
Un mes después, la secretaria de estado (canciller) Condoleezza Rice, especialista en Rusia y considerada la principal defensora de las buenas relaciones con Moscú dentro del gobierno, convocó a un grupo similar para discutir la trayectoria de Putin, en lo que fue tomado como una respuesta a las medidas de Cheney.
El Post describió ambos pasos como escaramuzas preliminares, adelantándose a la asunción de Rusia a la presidencia del Grupo de los Ocho (G-8) países más poderosos, a mediados de julio, por primera vez desde que se unió al exclusivamente occidental Grupo de los Siete (G-7) países más industrializados en 1998.
Los miembros del G-8 son Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Italia, Japón y Rusia.
Como Putin es visto como responsable de un rumbo que amenaza los intereses de Estados Unidos y de Occidente, Washington comenzó a considerar cómo tomar parte de la reunión cumbre del G-8 en San Petersburgo sin que parezca que está aprobando el liderazgo del mandatario ruso.
Republicano prominente y posible candidato presidencial en 2008, el senador John McCain incluso pidió a Bush que boicoteara la cumbre en protesta.
El equipo del CFR, presidido por el ex diputado Jack Kemp, candidato republicano a la vicepresidencia en 1996, y el ex senador John Edwards, postulante demócrata al mismo puesto en 2004, no llega tan lejos y reiteradamente enfatiza la importancia del compromiso "positivo" con Rusia.
"En una gran cantidad de asuntos —Irán, energía, sida e impedir que los terroristas adquieran armas de destrucción masiva— es vital tener a Rusia de nuestro lado", dijo Kemp, agregando que la cumbre ofrece "una oportunidad real de lograr políticas rusas más útiles. Pero si no vemos progresos, todo el mundo empezará a preguntarse qué está haciendo Rusia en el G-8".
La mejor manera de proceder en la cumbre, según CFR, es "dejar en claro que (la presidencia de Rusia) no está exonerada de críticas públicas a (sus) políticas y acciones" y, al mismo tiempo, "revivir de hecho" el G-7, dando a Estados Unidos y otros países occidentales "un mayor rol coordinador" dentro del G-8.
El tenor dominante del informe es de preocupación por la forma en que se han desarrollado las relaciones bilaterales en los últimos años, "claramente encaminadas en la dirección equivocada", asevera. "La controversia supera el consenso. La propia idea de una 'asociación estratégica' ya no parece realista".
"Las relaciones Estados Unidos-Rusia están marcadas por un creciente número de desacuerdos. La sociedad no alcanza (a desarrollar) su potencial", según el informe, que recomienda una política de "cooperación selectiva" y "oposición selectiva".
Además del retroceso antidemocrático de Putin, las mayores preocupaciones mencionadas en el estudio incluyen el uso de exportaciones de energía como arma, particularmente contra países de su "exterior cercano", propiamente Ucrania y Georgia.
"La reafirmación del control del gobierno sobre el sector energético de Rusia aumenta el riesgo de que esta arma sea usada de nuevo", según el informe.
De modo similar, hay crecientes diferencias con Washington en torno a la "guerra contra el terror" de Bush. En particular, los intentos de Moscú —junto con Beijing— de restringir el acceso estadounidense a bases militares de Asia central, y de comprometerse con Hamas forman parte de "un esquema preocupante", según el informe.
Los esfuerzos de Moscú por aplastar a la insurgencia separatista en la república autónoma de Chechenia no han ayudado.
Sin embargo, el informe señala que la cooperación binacional en varios frentes ha sido valiosa y continúa.
Esto incluye programas para incrementar la seguridad de los materiales nucleares y otras tecnologías delicadas y alentar el crecimiento del comercio y las inversiones estadounidenses en Rusia, así como la cooperación para frenar la presunta ambición de Irán de adquirir armas nucleares.
Rusia experimentó un progreso económico significativo bajo el gobierno de Putin, reconoce el documento. Debido en parte al aumento de los precios globales de la energía, la cantidad de personas que viven en pobreza se redujo de 42 millones a 26 millones entre 2000 y 2004, mientras el desempleo cayó de más de 10 por ciento hace seis años a alrededor de siete por ciento hoy, según el informe.
El texto ofrece una serie de recomendaciones. Entre ellas, aumentar —y no reducir, como propuso el gobierno— los fondos de la Ley de Apoyo a la Libertad para organizaciones no gubernamentales con miras a las elecciones rusas de 2008.
Propone asimismo trabajar estrechamente con los aliados europeos de Washington para presionar a Moscú a favor de una reforma de su régimen de comercio e inversiones y las garantías de que las empresas energéticas estatales "actuarán como verdaderas entidades comerciales" y no como instrumentos de la política gubernamental.
El informe llama a Washington a ofrecer un mayor apoyo a los estados de la periferia rusa, particularmente aquellos que desean desprenderse de la influencia de Moscú e incluyen en sus opciones de seguridad a aliados y socios.
Dirigido por Stephen Sestanovich, quien se desempeñó como embajador ante las repúblicas de la disuelta Unión Soviética en el segundo mandato de Bill Clinton (1993-2001), el equipo incluyó a otros funcionarios del ex presidente, como el ex subsecretario de Estado Strobe Talbott y el ex funcionario del Pentágono Walter Slocombe, y a ex colaboradores de Bush, como Dov Zakheim y Robert Blackwill.