Las etiquetas de los alimentos que se venden en América Latina no indican si contienen o no transgénicos. Ya hay legislación al respecto en Brasil, pero no se cumple. En México es imprecisa y se espera una próxima en Chile.
Muchos de los alimentos consumidos en la región tienen transgénicos, como se conoce a los organismos genéticamente modificados (OGM), y la ciencia aún no tiene respuestas concluyentes sobre sus efectos para el ambiente y la salud.
Por eso defensores de los derechos de los consumidores consideran que el etiquetado de estos alimentos debe ser obligatorio.
Hasta 2004, más de 30 países habían adoptado o planeado normas de etiquetado obligatorio de transgénicos, según un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
En Brasil, un decreto presidencial de 2003 exige el etiquetado de todos los alimentos que tengan más de uno por ciento de ingredientes transgénicos con una T dentro de un triángulo. Pero en los supermercados aún no se ve ese símbolo.
"Los brasileños estamos consumiendo productos genéticamente modificados sin saberlo" y el gobierno "omite irresponsablemente" la tarea de obligar al etiquetado, señaló a Tierramérica Paulo Pacini, abogado del no gubernamental Instituto Brasileño de Defensa del Consumidor.
En 2000, la entonces ministra chilena de Salud Pública y actual presidenta electa, Michelle Bachelet, dictó un decreto de etiquetado obligatorio, pero no fue promulgado. Bachelet se comprometió a resolver el tema durante su gestión, que iniciará el 11 de marzo.
Una ley mexicana sobre bioseguridad de 2005 estipula la obligatoriedad del etiquetado, siempre que se trate de transgénicos cuyo contenido nutricional sea significativamente distinto al de otros alimentos.
Como el peso nutricional de los transgénicos es igual al de los productos convencionales, legisladores buscan modificar la norma para que se rotule sin considerar su carga alimenticia.
Los organismos genéticamente modificados fueron desarrollados en los años 80 para mejorar diversas características de las plantas, como velocidad de cosecha, aspecto y color, resistencia a plagas y a factores climáticos.
La técnica consiste en introducir en una semilla genes de otras especies, vegetales o animales.
Activistas, gobiernos, empresarios y científicos no logran ponerse de acuerdo sobre si debe informarse o no sobre la presencia de transgénicos, pero admiten que el etiquetado alejaría al consumidor.
En la Unión Europea, donde el rotulado es obligatorio, el público que ve la etiqueta tiende a no comprar esos productos. Varias encuestas realizadas en América Latina indican que los consumidores de esta región harían algo similar.
En Brasil, 74 por ciento de los entrevistados en 2001 por el Instituto Brasileño de Opinión Pública y Estadística dijo preferir alimentos no transgénicos, mientras 73,9 por ciento de los consultados en 2004 por el Instituto de Estudios de Religión opinó que los transgénicos "representan riesgo".
También en Chile, 58,5 por ciento de los consumidores optan por alimentos sin modificación genética, según una encuesta de la firma Ipsos en 2005.
En México la empresa Sigma Dos reveló que 98 por ciento de los consultados dijo que desconfía de los transgénicos y que los fabricantes de alimentos deberían informar si los usan o no.
Ambientalistas y algunos gobiernos, como los europeos, piden cautela ante el cultivo y consumo de transgénicos, pero productores y muchos científicos aseguran que son inofensivos y que deben generalizarse.
Según un reporte de 2005 de la OMS, es improbable que los alimentos transgénicos que ya están en el mercado presenten riesgos para los humanos, aunque, a futuro, "pueden acarrear potenciales riesgos directos para (su) salud y desarrollo".
"Hay certeza de que alimentos derivados de plantas genéticamente modificadas que se están comercializando son tan inocuos como sus contrapartes convencionales. Esto lo avalan 81 proyectos de investigación europeos" y la OMS, dijo a Tierramérica Esteban Hopp, coordinador del área de Biotecnología Vegetal del Instituto de Biotecnología de Argentina.
"Además, a partir de las más de 300 millones de hectáreas cosechadas y procesadas para alimentación humana y animal hasta ahora, se estima que se consumieron globalmente más de 100.000 millones de comidas con alto contenido de OGM, sin reportarse consecuencias para la salud", enfatizó.
Pero ya hay ejemplos documentados de transgénicos potencialmente peligrosos. En Estados Unidos, el maíz Starlink fue retirado del mercado en 2000 tras registrarse casos de alergia en consumidores.
Y el maíz transgénico Mon863, de la estadounidense Monsanto, autorizado para el consumo humano en México, provocó daños en ratas durante experimentos, según un documento reservado elaborado por la propia transnacional, pero difundido en 2005 por orden judicial.
El cultivo de transgénicos viene creciendo en el mundo desde 1996, cuando inició su comercialización. Entre ese año y 2005 se sembraron 471 millones de hectáreas, según el Servicio Internacional para las Adquisiciones de Aplicaciones Agro-biotecnológicas (ISAAA, por su sigla en inglés), firma estadounidense que promueve esos cultivos.
Los principales productores de transgénicos son Estados Unidos, Argentina, Brasil y Canadá, básicamente concentrados en soja resistente a herbicidas y en maíz y algodón resistentes a herbicidas e insectos. Las semillas de estos productos son casi enteramente creadas y comercializadas por Monsanto.
En los foros internacionales que discuten el etiquetado, como el Comité Internacional del Codees Alimentarius, Estados Unidos, Argentina y otros países se oponen tajantemente a cualquier norma internacional vinculante sobre la materia.
En mayo de 2005 en Malasia, durante la última reunión del Codex, que depende la Organización de las Naciones Unidas, el debate sobre el etiquetado terminó en un callejón sin salida y las partes acordaron volver a discutir el tema en el futuro.
"Si hay empresas y gobiernos tan seguros de que los transgénicos no producirán a la larga efectos secundarios, ¿por qué esta resistencia a etiquetarlos?", preguntó Aleri Carreon, coordinadora de la Campaña de Consumidores e Ingeniería Genética de Greenpeace en México.
Según el argentino Hopp, "el etiquetado debe proveer información al consumidor y no miedo, ni servir para discriminación política" de quienes venden alimentos derivados de OGM, sostuvo.
Para el científico, que considera que organizaciones como Greenpeace son fundamentalistas en lo relativo a los transgénicos, si un alimento no es seguro, no debería etiquetarse sino simplemente prohibirse.
* Con aportes de Marcela Valente (Argentina), Mario Osava (Brasil) y Daniela Estrada (Chile). Este artículo fue publicado originalmente el 18 de febrero por la red latinoamericana de Tierramérica.