La violencia, la persecución y los abusos, que creyeron haber dejado atrás en sus países de origen, fueron empero los infaltables compañeros de ruta de 12 africanos tras ser abandonados a su suerte en el inmenso desierto del Sahara y que finalmente hallaron refugio en Portugal.
Sus relatos incluyen historias de asesinatos, persecuciones y violaciones. Una bitácora trágica que la creciente indiferencia de una buena parte de la opinión publica de los países ricos amenaza banalizar.
Los refugiados más locuaces son dos de los cinco procedentes de la ex colonia belga llamada Zaire en el pasado y hoy República Democrática del Congo (RDC), que se destacan de otros cinco de Costa de Marfil y dos de Liberia, que tampoco esconden su felicidad al dialogar con los periodistas en Lisboa.
Las interminables dunas del desierto son un recuerdo trágico, pero que ya pertenece al pasado.
"Aquí estamos seguros. Estoy en un país que sabe lo que son los derechos humanos", afirma sonriente Kalula D'Graci-Deo, una congolesa de 25 años que en mayo de 2004, al regresar de estudiar en Kinshasa, vio como los soldados se llevaban a su padre, un crítico del presidente Joseph Kabila.
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La joven, que ya había perdido a los demás miembros de su familia en la guerra civil y posterior violencia que asoló a su país entre 1996 y los primeros años de este siglo, se vio sola ante el mundo y decidió huir a Malí y de allí a Marruecos.
Tras una corta estadía en la noroccidental ciudad marroquí de Casablanca, fue capturada por la policía, que la subió a un autobús con otros refugiados, los que según la explicación oficial serían llevados a Oujda, en la frontera entre Argelia y Marruecos. Sin embargo, a medio camino, fueron obligados a bajar del vehículo y dejados en medio del desierto.
Abandonados en el desierto del Sahara, el grupo compuesto por unas 50 personas, se dividió entre rivales de países de lengua inglesa y francesa. "Los anglófonos me violaron. Así es nuestra vida", deploró Kalula.
Para el congolés Odinga-Mobutu Livino, de 36 años, todo comenzó hace ocho años, cuando Laurent Kabila, padre del actual mandatario de la RDC, derrota al dictador Mobutu Sese Seko, que gobernaba a sangre y fuego desde 1965, y toma el poder en junio de 1997 en la entonces aún Zaire.
"El presidente Kabila no perdonaba a sus enemigos. A mi padre lo mataron y mi familia fue obligada a huir", relata Odinga. El éxodo comenzó cuando embarcaron en una canoa rumbo a Brazzaville, capital de la vecina República del Congo, desde donde más tarde emigraron a Gabón.
Pero en Libreville no logró Odinga retomar su profesión de gestor bancario y debió contentarse con cuidar de los jardines en mansiones de los ricos, para más tarde lograr un trabajo como jefe de un equipo de estibadores de la misma capital de Gabón.
Esta nueva actividad se terminó en noviembre pasado, cuando el presidente de Gabón, Omar Bongo, fue reelegido y su patrón fue considerado contrario al régimen, al igual que todos sus empleados. Odinga, como extranjero, decidió no echar a la suerte su futuro y huyó a Marruecos, donde pidió asilo.
Mientras esperaba la respuesta de Rabat, debía permanecer en su casa. Empero, un día se vio ante la necesidad urgente de comprar medicamentos. En camino a la farmacia, fue detenido por policías, a quienes mostró su pedido de asilo.
"Los agentes rasgaron ese documento y me obligaron a entrar en un autobús", que le llevó junto a su primo y otros africanos hasta la frontera con Mauritania.
Sin embargo, "fuimos abandonados en el desierto, donde había minas (antipersonal) por todos lados, por las cuales muchos senegaleses perdieron los pies", relata Odinga, quien junto a los demás, sin agua y bajo un solo inclemente, comienzan a caminar en busca de alguna población o de alguna señal de vida "durante cinco días ardientes y cinco noche heladas".
Muchos no resistieron y perecieron durante la marcha, entre ellos su primo, "que murió porque yo me enfermé", reitera innumerables veces con visible amargura, en especial porque ni siquiera logró darle sepultura. "La arena se mueve siempre, no lográbamos encontrar a los muertos", narró.
Kalula y Odinga coinciden en que la experiencia de Marruecos fue extremamente hostil por parte de las autoridades, "en especial porque no les gustan los negros". Pero otra faceta muy distinta la presentan los habitantes de las aldeas y caseríos que iban encontrando a lo largo de la larga y penosa marcha.
"De vez en cuando, en medio del desierto aparecían casas desde donde salían mujeres que no eran indiferentes ante nuestro sufrimiento y nos ofrecían pan y dátiles, a pesar de su extrema pobreza", recuerda Kalula, que al momento de relatar este hecho no se inhibe ante los reporteros y deja escapar unas lagrimas de emoción al recordar estas bereberes del Sahara.
En un campamento en la frontera con Mauritania, Odinga logra acceder a un teléfono y relatar la tragedia a la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) en Ginebra, cuya respuesta fue si deseaban venir a Europa, a lo que él respondió: "sólo queremos seguridad, no interesa donde".
La odisea finalizó en los campos de refugiados de los enclaves españoles de Ceuta y Melilla, en la costa mediterránea africana, donde Madrid y Lisboa llegan a un acuerdo sobre 20 inmigrantes a los cuales están dispuestos a dar el estatuto de refugiado.
España se hizo cargo de ocho de ellos y Portugal de 12, reveló María Teresa Tito de Morais, presidenta de la organización no gubernamental Consejo Portugués para los Refugiados (CPR) en entrevista a IPS.
La activista afirmó que "Portugal no puede permanecer indiferente ante lo que está pasando en Ceuta y Melilla", donde España ha abierto campos de recepción en que los refugiados viven en condiciones tan precarias, que varios activistas defensores de los derechos humanos en todo el mundo los han calificado de "campos de concentración".
En cuanto a los 20 refugiados, se trata de "un caso puntual, basado en la cooperación entre Portugal y España, donde nosotros decidimos acoger a 12 de ellos, porque son personas que están bajo una situación de riesgo", explicó Tito de Morais.
A renglón seguido, recordó que los países ibéricos tienen "el problema común de combatir la inmigración irregular y muchos auténticos refugiados pueden estar entre ellos, por lo cual debemos ser extremamente cautelosos, en especial cuando enfrentamos directivas de la Unión Europea (UE), donde se propone que las fronteras deben ser cada vez más cerradas", explicó.
En diciembre, el jefe de Acnur, el portugués Antonio Guterres, señaló en Bruselas a su coterráneo José Manuel Durão Barroso, presidente de la Comisión de la UE, que es necesario combatir con firmeza el terrorismo, pero
"Los refugiados no son terroristas, son víctimas del terrorismo", enfatizó en la oportunidad, advirtiendo que tras los atentados de marzo de 2004 en Madrid y julio de 2005 en Londres, se corre "el riesgo del discurso populista", que ante la opinión pública, "mezcla seguridad, con refugiados y con inmigrantes".
El caso de Portugal, "que sigue el mismo ritmo del resto de la UE y por lo tanto no tiene actitudes más abiertas, está más tranquilo, porque no es un país de mucha demanda de asilo", explicó la presidente del CPR al recordar que el mayor número de solicitudes es recibida por Alemania, Francia y Gran Bretaña.
Portugal es uno de los 25 países de la UE que acoge menos refugiados y tiene el menor número de pedidos de ese estatuto, indicó el jueves el ministro de Interior, Antonio Costa.
"Sólo Estonia y Letonia tienen un número menor de pedidos de asilo y un número más reducido de refugiados. Hasta países con una dimensión inferior a la de Portugal, como Malta o Lituania, tienen no sólo más solicitudes, sino también un mayor número de refugiados", afirmó Costa.
Según Tito de Morais, los 12 refugiados, además de alojamiento en el centro de recepción ubicado en Lourdes, a 20 kilómetros de Lisboa, "tendrán acceso a apoyo jurídico, médico y psicológico, cursos de lengua portuguesa, informática y formación profesional, así como a un subsidio de emergencia de 30 euros (36 dólares) por semana".
El objetivo "es la integración de estas 12 personas en el mercado de trabajo y en la sociedad portuguesa", explicó la presidenta del CPR.
También hizo especial hincapié durante su diálogo con IPS en las "excepcionales características de reconocido humanista" de Guterres, primer ministro portugués de 1995 a 2002, quien al tomar posesión del cargo definió como "máxima prioridad" responder a las crisis de África, reforzar los medios disponibles para apoyar a los refugiados y consolidar el soporte financiero internacional".
Guterres decidió denunciar la grave degradación de las reglas de asilo en la UE. A través de su portavoz, Didrick Kramers, expresó en diciembre que la directiva del bloque "nos preocupa porque puede crear un nivel de autorizaciones de asilo aun menor".
Según las nuevas reglas, "el derecho al recurso fue prácticamente eliminado" y los solicitantes pueden ser obligados a ir a otro país, aunque su proceso esté en curso", añadió Kramers, en concordancia con lo reiterado por Guterres en varias oportunidades. Muchas veces la UE no distingue entre pedidos de asilo y visas de inmigración, apuntó.
En cuanto a Portugal, el llamado "factor Guterres" ha influido notoriamente en la prensa local, que antes informaba muy esporádicamente sobre este drama del mundo actual.
En general, lo frecuente era encontrar en la llamada "prensa rosa", frívola, poco texto y muchas fotografías de la actriz estadounidense Angelina Jolie repartiendo besos y caricias a niños refugiados desnutridos en su calidad de embajadora de buena voluntad de Acnur.