PAKISTÁN: Cazador y presa en la guerra antiterrorista

Luego de que islamistas pakistaníes desafiaron una orden del presidente Pervez Musharraf de expulsar a los extranjeros inscriptos en escuelas religiosas musulmanas, aumentan las dudas sobre el futuro papel de este país en la «guerra contra el terrorismo».

Musharraf adoptó la medida tras divulgarse que las llamadas "madrasas" pakistaníes estuvieron vinculadas con los atentados con bomba del 7 de julio en Londres.

Tres de los cuatro acusados directos de los ataques eran ciudadanos británicos de origen pakistaní.

El rechazo a la disposición del mandatario provino de la provincia de la Frontera Noroccidental, limítrofe con Afganistán y gobernada por el partido fundamentalista Muttahida Majils-e-Amal (MMA), socio del gobierno provincial de la vecina Balochistán.

El MMA llegó al poder con promesas de aplicar la "sharia" (ley islámica) y obligar a un repliegue estadounidense en la región. El partido se opone a la participación de Pakistán en las operaciones lideradas por Estados Unidos contra el remanente del movimiento islamista Talibán en el territorio afgano.
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Para Washington y sus aliados es de vital importancia que Musharraf sepa manejar la situación en esas dos provincias, donde se sospecha están ocultos terroristas, incluyendo al líder de la red Al Qaeda, el saudita Osama bin Laden, considerado autor intelectual de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos.

Como país receptor de armas en la primera línea de la guerra contra el terrorismo iniciada por Estados Unidos, así como de miles de millones de dólares en ayuda financiera de Washington, y tras ser considerado su más estrecho aliado extra OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), las opciones de Pakistán son limitadas, y se ve en la dificultad de equilibrar intereses contrapuestos.

Las manos de Musharraf están atadas por la dudosa legitimidad de su gobierno, ya que es un militar que lleva seis años en el poder, afirmó el analista político Rahat Saeed, editor de la revista en urdu Irtaqa.

El presidente pakistaní "adoptó el humor electoral. Su período expira en 2007. Está cabalgando sobre un tigre y tiene que quedarse en el poder para así garantizar que nadie le haga lo que él hizo a sus predecesores", dijo el analista a IPS.

Musharraf llegó al poder tras derrocar al primer ministro Nawaz Sharif en 1999. Su gobierno militar acusó de corrupción a Sharif y a la ex primera ministra Benazir Bhutto (1988-1990 y 1993-1996), y les prohibió participar de las elecciones que organizó en octubre de 2002, y en las que resultó vencedor.

"El artículo 6 de la Constitución pakistaní se cierne sobre la cabeza de Musharraf, ya que prevé la pena de muerte para aquel que derroque a un gobierno electo, de lo cual es culpable. Él no puede correr el riesgo de responder por sus acciones ante sus sucesores. Necesita quedarse en el poder y ser reelecto en 2007, sea como sea", añadió Saeed.

Por esto Musharraf no parece dispuesto a entrar en una directa colisión con los partidos integristas islámicos como el MMA, cada vez más populares en Pakistán.

El viernes, el ministro del Interior, Aftab Ahmed Khan Sherpao, anunció que por lo menos 60 por ciento de los cerca de 1.500 estudiantes extranjeros en las madrasas del país ya habían sido deportados. Se cree que el resto permanece en la Frontera Noroccidental.

La orden de expulsión debía cumplirse antes del 31 de diciembre, y parece poco probable que el gobierno adopte medidas severas contra el MMA.

El ministro de Asuntos Religiosos de la Frontera Noroccidental, Amanullah Haqqani, había pedido a Musharraf que revisara su decisión arguyendo que Pakistán era un país prestigioso en el mundo islámico por ser receptor de un gran número de estudiantes extranjeros.

Se estima que en Pakistán hay unas 12.000 madrasas que imparten enseñanza religiosa a niños y jóvenes islámicos ortodoxos y de clases bajas. Washington las considera semilleros de terroristas.

Analistas atribuyen el espectacular aumento de las madrasas al antiguo apoyo que le dieron varios gobiernos musulmanes e incluso Estados Unidos para que prepararan "mujaidines" (guerreros islámicos), dispuestos a pelear contra las tropas de la Unión Soviética que ocupaban Afganistán en los años 80.

"Mientras se servía a los intereses occidentales derrotando a los soviéticos, los paquistaníes heredaban montones de armas y de efectivo, impulsando la cultura de la heroína y de los fusiles Kalashnikov, que aún continúa distorsionando la política y la administración en esta región", dijo Saeed.

"Ese legado de la Jihad (guerra santa) islámica de los años 80 en Afganistán no ha ayudado a Pakistán", añadió.

Esta política estadounidense hacia grupos islámicos armados en Afganistán cambió tras los ataques terroristas contra Estados Unidos de septiembre de 2001. Washington reclamó a Afganistán, entonces dominado por el régimen Talibán, la entrega de Bin Laden y de otros líderes de Al Qaeda. La respuesta negativa dio pie a una invasión y ocupación militar que hoy continúa.

El Talibán fue rápidamente expulsado del poder, pero el movimiento continúa activo en partes del territorio afgano y también en el vecino Pakistán.

"Pakistán sigue siendo escenario de guerra. Lo demuestra el simple hecho de que el Talibán es una creación de las madrasas pakistaníes", señaló el analista Syed Jafar Ahmed, de la Universidad de Karachi, en el sur del país.

"El hecho de que Pakistán continúe gobernado por un general en uniforme prueba por sí solo que no hay un sistema político estable en este país, a pesar de que el régimen de Musharraf es extrañamente fuerte y no enfrenta ninguna amenaza seria a su supervivencia", añadió.

Ahmed señaló que el mandatario goza del pleno apoyo de la coalición internacional liderada por Washington contra el terrorismo, ya que su cooperación es vital para las operaciones en Afganistán, pero añadió que esa actitud de Islamabad contrasta con la "propagada política terrorista que aplica dentro del país".

El analista citó como ejemplo la represión contra rivales políticos como los ex primeros ministros Bhutto y Sharif, a quienes Musharraf prohibió regresar de su exilio.

"La coalición liderada por Estados Unidos aceptó a Pakistán como una democracia adecuada, pues considera que tiene a todas las instituciones de una democracia y una razonable libertad de prensa, pese a que ésta aplica una autocensura por temor a una inexplicable violencia contra los periodistas", indicó.

"El actual sistema de gobierno garantiza la supervivencia a Musharraf como presidente, mientras sigue siendo jefe del Ejército. Se realizan comicios, a pesar de que pocos pakistaníes fuera de los círculos de poder los consideran libres a causa de la interferencia de la inteligencia militar", añadió.

Para Occidente, Pakistán es de vital importancia debido a una combinación de factores, como su ubicación estratégica en el cruce de tres regiones: el cercano Golfo, Asia meridional y central, y su importante arsenal nuclear. Por eso Musharraf cuenta con suficiente apoyo internacional.

Pero la negativa a aplicar su orden sobre las madrasas, así como una creciente insurgencia islamista en Balochistán, son señales de que la situación en esa parte del territorio se está yendo de las manos del presidente militar.

"Las dos provincias occidentales de Pakistán, Balochistán y la Frontera Noroccidental, constituyen un importante escenario en la guerra contra el terrorismo, no sólo por su proximidad con Afganistán, sino también por la presencia en ellas de militantes del Talibán y de Al Qaeda", indicó Saeed.

"Si la insurgencia en esas dos provincias se intensifica, podría hacerse necesario el llamado de fuerzas extranjeras, lo que introduciría nuevos factores con consecuencias impredecibles", alertó.

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