En el período más turbulento de la historia de Venezuela, el de su independencia de España, el aristócrata Francisco Rodríguez del Toro pudo ser, alternativamente, conspicuo seguidor del rey y líder de los independentistas.
Defender sus prerrogativas y cambiar de bando según los avatares de la política fue una constante de su vida, entre diciembre de 1761 y mayo de 1851, y en razón de ese longevo periplo fue que lo escogió para retratar las características de su clase la historiadora Inés Quintero, en su reciente libro "El último marqués".
El Marqués del Toro "expresa las contradicciones de un sector privilegiado de la sociedad colonial, que inició la independencia pero se vio dividida una vez que los acontecimientos se desbordan mucho más allá de sus previsiones", comentó a IPS la autora de este texto de 236 páginas cuya primera edición, unos miles de ejemplares, ya se agotó en las librerías de Caracas.
La Venezuela del siglo XVIII —el naturalista alemán Alejandro de Humboldt estimó su población llegaba a 800.000 personas en 1800— era una colonia de segunda categoría, agraria, donde un puñado de blancos, españoles y criollos descendientes de conquistadores, dominaban a una inmensa mayoría de pardos (mestizos), mulatos, negros e indígenas.
La historia que narra Quintero comienza en 1734, cuando Juan Bernardo Rodríguez del Toro, de origen canario y dueño de haciendas de cacao, obtiene de Felipe V el título de marqués. En realidad lo compró por el equivalente a dos millones de dólares de hoy día.
Otras casas poseyeron en esa centuria títulos de condes o marqueses, Mijares, Berroterán, Ustáriz, San Javier, de la Granja. Incluso Juan Vicente Bolívar, abuelo del libertador Simón Bolívar, hizo trámites para un marquesado, los cuales quedaron truncos.
En el habla popular venezolana quedó la expresión "grandes cacaos", para referirse a esa oligarquía de descendientes de conquistadores, señores de haciendas y de esclavos, emparentados mediante matrimonios entre ellos y dueños del poder político local a través de los cabildos, del que excluían incluso a blancos peninsulares o canarios.
Francisco, el cuarto marqués del Toro, se destacó como conservador de rémoras y privilegios, y Quintero lo muestra querellándose con el cura de un pueblito aledaño a una de sus haciendas que no lo llamaba "señor", o bloqueando el matrimonio de una blanca y un pardo, a pesar de que la mujer era una solterona empobrecida y enferma.
Por supuesto, era tan fiel vasallo de la corona que estuvo entre los que persiguieron a los patriotas Manuel Gual y José María España, cabecillas de una conspiración republicana develada en 1795, y entre quienes contribuyeron a repeler al precursor Francisco de Miranda, cuando éste intentó un desembarco independentista en 1806.
Pero en 1810, cuando en la América hispana cunden las juntas para encarar la ocupación de España por las fuerzas de Napoleón, Toro está entre quienes desde el ayuntamiento de Caracas asumen el control de la provincia y llaman a un congreso constituyente.
"Los privilegiados de la colonia inician la independencia, pero luego se van a dividir entre quienes siguen adelante con el proceso y quienes, cuando perciben la resistencia a lo que creyeron empresa fácil, buscan devolverse; a este último grupo perteneció el marqués", explicó Quintero a IPS.
"No fue un movimiento uniforme", destacó la historiadora. "En algunos lugares, los criollos se ganaron tempranamente para la separación (de España), como en Quito, pero en otros, como en Perú, se resistieron de tal modo que fueron prácticamente ejércitos invasores, los de los generales (José de) San Martín y Bolívar, los que produjeron la independencia".
Toro, quien venía de ser coronel en las milicias del rey, fue nombrado comandante del ejército que parte al occidente de Caracas para someter la monárquica provincia de Coro. Uno de sus oficiales era el joven Bolívar.
El marqués fue derrotado en las primeras escaramuzas, regresó a Caracas y participó en el congreso que decidió la independencia el 5 de julio de 1811. La más famosa pintura de esa jornada lo muestra junto a Miranda, entre los firmantes del acta independentista.
En 1812 reaccionaron las fuerzas realistas y avanzaron desde occidente sobre Caracas. Miranda, jefe supremo de los patriotas, ordena a Toro buscar reclutas en las llanuras al sur de la capital, pero el ex comandante desaparece y con su hermano escapa a oriente y, de allí, a la isla británica de Trinidad.
Comienza entonces un período de correspondencia con la corona española para exponer su arrepentimiento, su fidelidad a la monarquía y solicitar de ésta su perdón.
Casi lo había logrado cuando en 1820 atiende un llamado de Bolívar —pariente lejano suyo y viudo de una de sus primas— en vista de que la situación en tierra firme ha cambiado y los patriotas van ganando la guerra.
De nuevo vuelve a ser un independentista y un republicano que hace a un lado los títulos y prerrogativas nobiliarias que había tratado de rescatar durante su exilio en Trinidad. Ahora es el ciudadano Toro.
"La independencia no es una afirmación del igualitarismo, pero desaparece, para siempre, el orden jerárquico que sustentaba la sociedad colonial venezolana", afirmó Quintero.
Cuando Bolívar emprende la campaña del sur, hacia 1822, Toro se hace amigo del poderoso general venezolano José Antonio Páez, y desempeña cargos administrativos mientras reconstruye una parte de su fortuna.
Primero partidario con Bolívar de la Colombia unida, que abarcaba el actual territorio de Colombia, Ecuador y Venezuela y que defendió el libertador hasta su muerte en 1830, Toro aceptó luego sin problemas la separación venezolana encabezada por Páez
Durante años debió enfrentar a través de libelos a republicanos liberales que le enrostraron su pasado realista y, sobre todo, su deserción de las filas independentistas en 1812. Un decreto gubernamental, que recordó su condición de primer jefe militar patriota, canceló las controversias, a su favor, en 1840.
Para Quintero, "no caben paralelismos históricos, pero sí analogías, porque nuestros problemas son distintos, pero vienen de las contradicciones generadas en esa época en que los criollos lograron la conquista política de separarse de España".
Autora entre otras obras de "La criolla principal", biografía de María Antonia Bolívar, hermana del libertador y que fue realista, Quintero aboga porque "veamos la historia de un modo más desalmado y no miremos a los próceres como individuos absolutos, sino personas atravesadas por las contradicciones de su tiempo".
Los restos del Marqués del Toro reposan en el Panteón Nacional, junto a los de Bolívar y otros héroes militares y civiles, en el casco histórico de Caracas.