Un líder israelí confiable y pragmático, duro con la violencia pero dispuesto a hacer sacrificios por la paz. Que no confía en los palestinos pero comprende que la ocupación israelí no puede continuar como hasta ahora. Así se muestra el nuevo Ariel Sharon.
Tras abandonar el Likud, partido de derecha que cofundó y al que hasta ahora representaba en el gobierno, el primer ministro israelí Ariel Sharon se postulará a las elecciones del 28 de marzo por su nuevo partido, Kadima (Adelante, en hebreo), en el centro del espectro político.
Sharon confía en que los comicios se transformen en un referéndum sobre su segundo periodo de gobierno, que estuvo dominado por la sorprendentemente veloz y popular retirada en agosto de los colonos judíos y fuerzas militares israelíes de la franja de Gaza.
Gaza había sido conquistada por Israel en 1967 en la guerra de los Seis Días, al igual que Cisjordania y la meseta del Golán, perteneciente a Siria, y la egipcia península del Sinaí, de la que se retiró luego del acuerdo de paz de Camp David en 1979.
Pero aunque Sharon quiera pintarse a sí mismo como un moderado, no podrá escapar de los riesgos inherentes a su decisión de abandonar el derechista Likud para establecer una nueva base política. Y no es que el veterano general tema a los riesgos.
En 1973, cuando el ejército de Egipto tomó por sorpresa a Israel al cruzar rápidamente el canal de Suez y Siria hacía lo mismo por el norte, abriendo la guerra de Iom Kipur, el entonces general de brigada Ariel Sharon lanzó un osado contraataque.
Al repeler a las fuerzas egipcias y arrancarles la iniciativa estratégica, el militar dio vuelta una guerra que parecía perdida para Israel.
Un decenio, en 1982, Sharon orquestó la malograda invasión a Líbano. En los años 90 planificó desde los ministerios que encabezó el auge de los asentamientos judíos territorios palestinos ocupados por Israel.
Pero hace tres meses comenzó a deshacer su propio trabajo, con la evacuación de todas las colonias de Gaza.
La última apuesta de Sharon no es menos atrevida. A los 77 años, luego de haber triunfado en las elecciones internas del Likud y ante la posibilidad de encabezar el gobierno un tercer periodo, se embarcó en el crepúsculo de su carrera en lo que tal vez su mayor aventura política.
En el proceso, comenzó a esbozar nuevamente el mapa político israelí, con sus tradicionales fisuras políticas entre "palomas" y "halcones".
Más que nada, la decisión de Sharon de abandonar el Likud ofrece la señal más clara de que los asentamientos de Gaza cuya evacuación ordenó no son los únicos que, para él, deberían tener ese destino.
Las sonrisas de sus colaboradores más cercanos esta semana, apenas unas horas después de que la decisión tomada por su jefe cobrara estado público, fueron reveladoras.
Habían persuadido con éxito a 13 legisladores del Likud para que se fueran con ellos. Sumaron así los 14 (contando a Sharon) necesarios para asegurarle al nuevo partido el financiamiento estatal para la campaña electoral.
Pero lo más significativo fue que los seguidores del primer ministro quedaron libres de los "rebeldes" del Likud —los airados correligionarios que se opusieron a la retirada de Gaza—, quienes durante 18 meses le amargaron la vida al gobierno.
Sharon había calculado que, aun ganando la batalla por el liderazgo del Likud y un tercer periodo como primer ministro, se quedaría con un partido rebosante de opositores a cualquier plan futuro suyo para la evacuación de los asentamientos judíos en Cisjordania.
Las encuestas asignan entre 30 y 40 escaños en el Knesset (parlamento) de 120 escaños para el partido que lidera el Sharon post-Likud. Esas cifras se mantuvieron firmes este jueves: Kadima alcanzaría 34 asientos, el Partido Laborista, entre 26 y 28, y lo que queda del Likud, 13. Hoy, el partido derechista posee 40 escaños.
Si las encuestas están del lado de Sharon, la historia no. En Israel, los líderes que abandonaron sus partidos fracasaron, invariablemente.
David Ben-Gurión, primer ministro del periodo fundacional de Israel (1948-1953) y luego entre 1955 y 1963, se separó del Partido Laborista en 1965 y formó su propia lista, convencido de que su condición de padre fundador de la patria judía sería una carta triunfal.
Pero su sector terminó conquistando apenas 10 escaños.
En 1977, el centrista Movimiento Democrático para el Cambio obtuvo 15 escaños pero no tardó en fracasar. En 1999, varias figuras políticas y celebridades se unieron para formar el Partido de Centro. Las encuestas le vaticinaban el éxito, pero logró apenas seis escaños. El partido desapareció.
Pero Sharon goza de algunas ventajas ante estos antecedentes. Además de su popularidad, puede tener éxito en aprovechar lo que parece ser un viraje sísmico en la política israelí.
Desde la firma de los acuerdos de paz de Oslo, en 1993, predominaron los gobiernos de derecha (de los "halcones"), pero el público y los líderes del país se dirigieron, a los tumbos, hacia posiciones más de izquierda (de las "palomas").
El radical cambio de opinión de Sharon sobre Gaza y el masivo apoyo público que recibió su plan de evacuación es la evidencia más notoria de este viraje.
El público israelí comenzó a comprender que una ocupación continuada es inviable desde septiembre de 2000, cuando estalló la segunda intifada (insurgencia popular palestina contra la ocupación). Pero también concluyó que, por ahora, acabar con el conflicto negociando con los palestinos no es factible.
Es este sentimiento el que Sharon catalizó disponiendo unilateralmente la evacuación en Gaza, y espera aprovecharlo de nuevo en las elecciones.
Sharon insiste en que esto no significa que planee otra retirada unilateral, esta vez de Cisjordania.
Esta semana, declaró que la "hoja de ruta", plan de paz respaldado por Estados Unidos, Rusia, la Unión Europea y la Organización de las Naciones Unidas (ONU), estaba en marcha, y que en Cisjordania no habría una retirada unilateral como la de Gaza.
Sharon nunca fue un entusiasta de la hoja de ruta, que implica la aplicación de pasos alternados y sucesivos por parte de palestinos e israelíes.
El unilateralismo del líder de Kadima se ajusta a su punto de vista sobre el conflicto entre israelíes y palestinos. Le permite evadir las negociaciones, que le obligarían a responder a las demandas sobre Jerusalén oriental y las fronteras finales, que no está preparado para responder.
Con su nuevo partido, Sharon intentará captar el electorado centrista y mostrar al Partido Laborista y al Likud como habitantes de los márgenes irreales de la política israelí.
Su alejamiento del Likud dejó a ese partido luchando por mantenerse a flote. Menos de un tercio del Comité Central del partido, que se jactaba de tener más de 3.000 miembros, se congregó en la primera reunión sin Sharon.
Los rostros abatidos de los líderes del partido captaron la atmósfera posterior a la escisión de esta semana.
La amenaza más cierta para Sharon procede de la izquierda. Más concretamente, del marroquí Amir Peretz, un líder sindical de encendida oratoria que en las elecciones internas del Partido Laborista derrotó este mes al ex primer ministro Shimon Peres.
La elección de Peretz rejuveneció a un partido que estuvo luchando por recuperarse desde el colapso en 2000 de siete años de negociaciones de paz. La intifada se desató apenas unas semanas después.
Su énfasis en temas sociales y sus antecedentes obreros podrían convertirlo en una opción más atractiva para quienes tradicionalmente eran votantes del Likud que sus predecesores del Partido Laborista.
El plan de ataque de Sharon será simple: pintar a Peretz como un socialista a la vieja usanza en temas económicos y como un apaciguador imprudente, pronto para hacer peligrosas concesiones a los palestinos en el frente diplomático.
La osada táctica de Sharon desafía la tradicional dicotomía Laborismo-Likud o izquierda-derecha que dominó a la política israelí durante décadas. (