La tensión diplomática entre Tailandia y Malasia en torno al destino de 131 musulmanes tailandeses que huyeron en agosto de la violencia y la represión en el sur de su país, empeora a medida que empieza a concitar la atención internacional.
Tailandia insiste en que el "escape" de refugiados fue orquestado por militantes separatistas musulmanes, precisamente para arrastrar al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (UNHCR son sus siglas en inglés) al conflicto étnico que tiene lugar en sus provincias meridionales de Narathiwat, Yala y Pattani.
El primer ministro tailandés Thaksin Shinawatra (en el poder desde 2001), quiere que el UNHCR permanezca lejos de los campesinos, que huyeron a causa de la violencia y las operaciones contrainsurgentes de las fuerzas armadas tailandesas dentro y fuera de su aldea, en Narathiwat, y que no les otorgue el estatus de refugiados.
Malasia afirma que se debería permitir al UNHCR efectuar su misión humanitaria e insiste en que Tailandia garantice la seguridad y los derechos de los aldeanos, que ahora están en un campamento de detención de inmigrantes, antes de que puedan ser devueltos a sus hogares.
Las posiciones de ambos países se endurecieron esta semana con declaraciones de las dos partes.
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Tailandia ha acusado a Malasia, que comparte frontera con las tres provincias dominadas por musulmanes, de ayudar y dar refugio a insurgentes separatistas. Malasia rechaza esos cargos.
"Es una disputa seria: los dos países deberían iniciar discusiones y establecer sus diferencias amigablemente", dijo el politólogo Murugesu Pathmanaban. "Hay disponibles muchos mecanismos bilaterales, así como multilaterales", agregó.
Pese a las advertencias de Thaksin de que no "interfiera" en los asuntos domésticos de Tailandia, el UNHCR llevó a cabo entrevistas al grupo de refugiados, que incluye 21 mujeres y 49 menores de entre cinco meses y 17 años.
Por ahora, el UNHCR se ha abstenido de anunciar los resultados de las entrevistas, que incluyeron preguntas como qué los estimuló a huir, si temían por su seguridad y si creían ser aptos para obtener el estatus de refugiados.
Thaksin seguramente reaccionará con furia si el UNHCR decide que son refugiados, como parecen, lo que les permitiría permanecer en Malasia.
Tal conclusión es favorecida por muchos integrantes de la etnia de malayos musulmanes, que constituyen la mayoría en este país de 25 millones de habitantes. El primer ministro Abdulá Badawi es presionado por los sectores islámicos, que lo respaldaron abrumadoramente en las elecciones generales de 2004, para "salvar y proteger" a los "hermanos musulmanes" de Tailandia.
Las relaciones bilaterales se están agriando en gran parte porque ambos países, en vez de hablar en forma directa, prefieren hacerlo a través de sus respectivos medios de comunicación nacionales y a sus propias tribunas.
Como resultado, las temperaturas políticas se han elevado con manifestaciones casi semanales en Malasia, a las que se han unido incluso musulmanes moderados para protestar contra las políticas anti-islámicas de línea dura de Thaksin, y con un boicot a los productos tailandeses.
El problema es todavía más complicado porque casi todos los solicitantes de asilo tienen doble ciudadanía, malasia y tailandesa, una condición común en las áreas fronterizas.
Las similitudes de cultura, idioma y religión, así como intensos vínculos históricos, se suman al problema. Los musulmanes miran a Malasia en busca de ayuda y la mayoría de los malasios esperan que su gobierno los respalde.
Thaksin no ayuda cuando califica a los manifestantes como pertenecientes a "la misma pandilla de villanos" que los separatistas musulmanes.
Como el gobierno malasio, el UNHCR también está atrapado en el dilema de cumplir su misión humanitaria o reaccionar a las amenazas de Tailandia de que no interfiera en sus asuntos domésticos.
"Dada la actual situación sensible en el sur de Tailandia, el UNHCR ha decidido no hacer ningún pronunciamiento público sobre el estatus de los 131 tailandeses que están actualmente en Malasia", dijo Ron Redmond, portavoz del Alto Comisionado.
La semana pasada, el Ministerio de Asuntos Exteriores de Tailandia citó al enviado malasio en Bangkok y presentó una fuerte protesta contra la declaración formulada por el canciller de Malasia, Syed Hamid, de que sólo se devolvería a los refugiados si el gobierno tailandés pudiera garantizar su seguridad y la protección de sus derechos humanos.
Thaksin redobló la apuesta esta semana, rechazando una sugerencia de Hamid de que ambos países iniciaran una discusión sobre el futuro de los 131 aldeanos.
"Las conversaciones son innecesarias", dijo Thaksin antes de partir a una visita de una semana a la Unión Europea. "Las circunstancias no son tan urgentes como para justificar una reunión. Es un asunto de procedimiento".
Hamid cree que un diálogo aclarará el clima. "La situación apremiante de los musulmanes tailandeses se ha vuelto un tema emotivo aquí. (El primer ministro Abdulá) debe equilibrar la presión interna para actuar como protector de los musulmanes y al mismo tiempo mantener una buena relación con Tailandia", dijo a IPS un prominente analista político.
"El problema no es Tailandia sino Thaksin", dijo el analista, que no quiso dar ss nombre, por sus intensos vínculos sensibles con los dos países.
Los modales suaves y paternales de Abdulá contrastan agudamente con los comentarios a veces crueles de Thaksin.
Los analistas políticos ven en esos estilos contrastantes y en las diferencias de edad entre los dos líderes razones para la guerra de palabras y para el rencor que ha aflorado desde que la violencia separatista surgió el año pasado en el sur de Tailandia.
Más de 1.000 personas han muerto por la escalada de violencia, disparos y explosiones, desde el secuestro y asesinato, en marzo de 2004, del destacado abogado musulmán Somchai Neelaphaijit. Se cree que quienes lo mataron fueron los policías que lo secuestraron.
Es difícil determinar quién está detrás de la violencia que está causando dificultades a los seis millones de musulmanes tailandeses, pero atrocidades como el asesinato de Neelaphaijit no han ayudado.
Tampoco lo han hecho las muertes por asfixia, mientras se hallaban bajo custodia, de 78 niños y hombres musulmanes en octubre del año pasado, poco después de haber sido arrestados en Narathiwat por manifestarse contra los abusos policiales.
Por su parte, Thaksin culpa de la violencia en el sur a una mezcla de grupos separatistas, mafiosos y generales renegados.
Casi 80 por ciento de los asesinados eran ciudadanos comunes, mayoritariamente cultivadores de caucho, comerciantes y empleados públicos.. La llegada de turistas, en especial desde Malasia, cayó dramáticamente, muchos comercios cerraron sus puertas, los hoteles están vacíos y las escuelas cerradas.
Los insurgentes se muestran confiados y eligen blancos a su conveniencia, matando y mutilando a policías y efectivos militares con ataques con bombas y emboscadas en las carreteras.
La antipatía de los musulmanes hacia el Estado tailandés creció desde que las provincias del sur, que una vez fueron parte del extinto reino musulmán de Pattani, fueron anexadas por Siam (como se llamaba Tailandia) en 1902.
Su fe islámica y su idioma yawei —un dialecto malayo— los diferencian de los budistas de habla tailandesa que constituyen la comunidad mayoritaria en Tailandia.
Sucesivos regímenes militares y gobiernos democráticos implementaron políticas tendientes a construir una identidad tailandesa unificada, arrasando con las particularidades regionales. Y esto alimentó el resentimiento musulmán.
En los años 70, los movimientos rebeldes de malayos musulmanes se comprometieron a librar una lucha separatista contra el Estado de Tailandia. Ahora están librando una clásica guerra de guerrillas que sólo puede superarse con compasión y entendimiento, algo que, según sus críticos, Thaksin no ha mostrado en abundancia.
El enojo y las sospechas enrarecen la relación entre los dos países, que una vez fue cordial. Los analistas pronostican que empeorará.