El resultado de las últimas dos consultas electorales en Iraq demuestra que la minoría sunita no acepta el liderazgo de los partidos políticos que dicen representarla, como preferiría Estados Unidos, sino el de clérigos religiosos y líderes insurgentes.
Washington menciona la formación en Iraq de una coalición de partidos políticos sunitas con miras a las elecciones parlamentarias de diciembre como evidencia del éxito de su estrategia contra la insurgencia.
Pero este argumento, al igual que el de la elevada participación sunita en el referéndum del 15 de octubre, evita mencionar que la abrumadora mayoría de los votantes de esa comunidad han seguido instrucciones de insurgentes y clérigos islámicos opuestos a la ocupación.
El involucramiento sunita en el sistema político iraquí causará "una gradual erosión del apoyo a la insurgencia", dijo al diario estadounidense Los Angeles Times en Bagdad un "funcionario occidental", término usual para aludir al embajador estadounidense Zalmay Khalilzad.
La fuente de Los Angeles Times realizó tal apreciación luego del anuncio la semana pasada de la alianza entre tres organizaciones políticas sunitas para presentar candidatos con miras a las elecciones del 15 de diciembre.
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Cuando aún estaba en marcha el escrutinio de los votos del referéndum constitucional, Khalilzad sostuvo el 16 de este mes que la alta participación sunita era "una buena señal de los resultados de nuestro acercamiento a los sunitas".
La secretaria de Estado (canciller) estadounidense Condoleeza Rice coincidió. "Los sunitas se están uniendo a la base de este amplio proceso político", declaró.
Vincular a la población sunita con la insurgencia es políticamente conveniente para el gobierno de George W. Bush.
Pero la evidencia indica que la abrumadora mayoría de los sunitas acudieron a las urnas el 15 de este mes no por la convocatoria de los políticos sunitas, sino porque clérigos e insurgentes armados de esa extracción acordaron aliarse para derrotar la reforma constitucional.
La casi total ausencia de violencia en la jornada electoral en territorio sunita, atribuido a la "vigilancia de fuerzas de seguridad estadounidenses e iraquíes" por el portavoz militar de Washington general Rick Lynch, fue, de hecho, resultado de una decisión tomada en agosto por líderes de grandes organizaciones insurgentes.
La decisión de acudir a las urnas con la finalidad de derrotar la reforma constitucional fue apoyada por la influyente Asociación de Académicos Musulmanes y la mayoría de las organizaciones seculares.
Pocos días antes del referéndum, legisladores chiitas y kurdos aprobaron una ley que dificultaba el rechazo de la constitución, al exigir que dos tercios de todos los votantes registrados, y no de los que efectivamente participaran en la consulta, votaran por el "no".
En respuesta a tal medida, un alto miembro del insurgente Ejército de Mohammed informó a la revista estadounidense Time que varias organizaciones consideraban "un cierre total" de las tres provincias de mayoría sunita 10 días antes y hasta 10 días después del referéndum para asegurar el boicot.
Pero el parlamento revirtió la ley bajo intensa presión mundial. Los insurgentes sunitas, entonces, coordinaron un cese del fuego para asegurar una gran participación de su comunidad en las urnas, como lo confirmó uno de sus líderes a la agencia de noticias Reuters el 19 de octubre.
Por otra parte, los jihadistas (extremistas cultores de la "guerra santa") extranjeros, trataron de perturbar las elecciones en áreas sunitas, incluido un ataque contra un circuito de recepción de votos en Ramad.
Las acciones militares estadounidenses, las amenazas jihadistas y la violencia redujeron la votación en la provincia de Anbar, excepto en la ciudad de Faluya.
El anuncio de la alianza de los tres partidos sunitas para participar en las elecciones de diciembre no debería confundirse con la decisión más amplia, de la comunidad sunita en general, de participar en el referéndum de este mes.
El Partido Islámico Iraquí, la Unión del Pueblo Iraquí y el Consejo por el Diálogo Nacional son grupos de elite sin base masiva propia, cuya principal motivación es ingresar en el parlamento, para lo cual están incluso dispuestos a realizar concesiones a partidos chiitas y kurdos… y a los funcionarios estadounidenses que los respaldan.
Apenas cuatro días antes del referéndum, un pequeño grupo sunita, que incluía a dirigentes del Partido Islámico Iraquí, comprometieron su apoyo a la constitución ante representantes políticos de las comunidades chiitas y kurda, con la condición de renegociar en el futuro parlamento algunas cláusulas de la constitución.
Uno de esos políticos sunitas, el magnate televisivo Mishan al Jabouri, aseguró que el voto en favor de la constitución en la provincia de Saladín alcanzaría 80 por ciento.
El resultado final en Saladín marcó un 88 por ciento, pero en contra, lo cual dejaba en evidencia que los tradicionales intermediarios del poder en la comunidad sunita habían perdido su influencia.
En la ciudad de Tikrit, 96 por ciento de los votantes se manifestaron por el "no", en Faluya, 97 por ciento, y en Samarra, 95 por ciento.
No hay cifras aún de los distritos sunitas de Mosul, pero observadores de esa comunidad aseguran que la proporción es similar a la de otras grandes áreas urbanas en las que predominan.
También las elecciones parlamentarias de enero demostraron la falta de apoyo para los partidos sunitas: tanto la Unión del Pueblo Iraquí como el Partido Islámico Iraquí pretendían presentar sus candidatos, pero los líderes insurgentes y religiosos sunitas llamaron al boicot.
El Partido Islámico Iraquí llegó a registrarse antes de la convocatoria al boicot, y finalmente no participó en la campaña. La Unión del Pueblo Iraquí sí, y recibió apenas 15.000 votos.
Según informes de primera mano desde casi todos los centros urbanos de predominio sunita, entre 95 y 98 por ciento de esa comunidad se mantuvo alejada de las urnas en las elecciones de enero. ——— (*) Gareth Porter es historiador independiente y analista en política exterior, además de autor de "La tercera opción en Iraq: una responsable estrategia de salida", en la edición de otoño de Middle East Policy.