Para algunos, la renuncia en pleno del gabinete de Ucrania es una saludable señal de responsabilidad democrática. Para otros, demuestra que la Revolución Naranja triunfante el año pasado parió un gobierno tan corrupto e incompetente como el anterior.
Las intensas protestas populares por denuncias de fraude que rodearon las elecciones presidenciales de diciembre de 2004 en esta república ex soviética de 50 millones de habitantes derivaron en una repetición de los comicios. Al final, el hoy presidente Viktor Yushchenko resultó ganador.
El gobierno de Yushchenko nació con un considerable apoyo interno e internacional —especialmente de Occidente—, pues surgía como la única alternativa a un régimen corrupto, sólo apoyado por Rusia en el concierto mundial.
Tras ocho meses de escasos logros tangibles, creciente desilusión social y un puñado de escándalos, Yushchenko decidió la semana pasada cesar al gobierno en pleno, incluida su jefa y símbolo de la Revolución Naranja, la primera ministra Yulia Timoshenko.
El reconocimiento de Timoshenko al comenzar el gobierno era unánime. Demostró liderazgo en la convocatoria de las moviliizaciones y logró mantener en las calles a las masas hasta lograr la celebración de nuevas elecciones.
Ella era la única figura política ucraniana capaz de rivalizar con Yushchenko en popularidad.
Los escándalos surgieron apenas inaugurado el gobierno. En el verano boreal, se cuestionó el sospechosamente extravagante estilo de vida del hijo de Yushchenko. El presidente reaccionó, tarde, con agresividad, y luego pidió disculpas públicas.
Los acontecimientos de la semana pasada fueron, sencillamente, demasiado como para que el gobierno pudiera manejarlos adecuadamente.
Varios funcionarios efectuaron insinuaciones sobre corrupción generalizada y vínculos ilegítimos entre el gabinete e intereses privados. Las acusaciones originaron varias renuncias.
Yushchenko celebró una reunión de emergencia del gabinete y, cuando la división parecía irreparable, cesó a todos los ministros con el argumento de que se había perdido el "espíritu de equipo". A pocos les sorprendió la decisión.
La brecha principal corría entre los dos dirigentes más poderosos después del presidente: la primera ministra Timoshenko y el secretario de Seguridad Nacional, Petro Poroshenko.
Ambos habían competido por el cargo de primer ministro, en una puja ganada por Timoshenko a causa de su popularidad. Desde entonces, los desacuerdos públicos fueron frecuentes. La impresión generalizada es que había dos gobiernos paralelos en funciones.
Era notorio que el carácter precipitado de Timoshenko, su supuesto cortoplacismo y su populismo fastidiaban a Yushchenko, quien con frecuencia le prendió luces amarillas. El presidente posee un enfoque más liberal, y la hoy ex primera ministra, uno más orientada hacia el Estado.
El primer choque entre Yushchenko y Timoshenko se refirió a las privatizaciones. La funcionaria sugirió la posibilidad de revisar unos 3.000 acuerdos de privatización ya vigentes. El presidente la detuvo, temeroso de que un proceso así desalentara las inversiones extranjeras.
Luego, Yushchenko cuestionó medidas dispuestas por Timoshenko, como el establecimiento de precios de referencia a los combustibles y el fortalecimiento de la moneda nacional.
Los ucranianos no se mantuvieron indiferentes ante la inestabilidad del gobierno. La inflación parece no tener freno, los precios del combustible se han duplicado, la pobreza continúa siendo generalizada.
Aquellos que apoyaron la Revolución Naranja sienten desencanto con los líderes que prometieron responsabilidad y lucha contra la corrupción y la incompetencia propia del gobierno anterior.
Ésos eran percibidos como los valores centrales de la Revolución, que carecía de una ideología coherente. El cemento de la coalición que la sostuvo fue el rechazo a las prácticas del ex presidente Leonid Kuchma.
"La corrupción no fue una sorpresa", dijo la estudiante Olena. "Todos son corruptos en Ucrania. Los que votamos a Yushchenko no pensábamos en que él era la mejor opción: él era la única opción."
De todos modos, algunos sectores de la prensa muestran optimismo. "La caída periódica de gobiernos, retratado aquí como un fenómeno escalofriante, no es más que democracia", comentó el diario Kommersant.
Otro periódico, Holos Ukrayiny, calificó los acontecimientos de "final lógico". El opositor Kiyevskiye Vedomosti consideró que el entorno del presidente, que "con frecuencia se arrogaba altos principios, está en bancarrota moral".
La caída de Timoshenko puede haber abierto una nueva brecha en la sociedad ucraniana, cuya próxima oportunidad para elegir un primer ministro serán las elecciones parlamentarias de 2006.
La "traicionada" Timoshenko declaró a la televisión que no participará en elecciones "con aquellos que desacreditaron a Ucrania", lo que deja abierta la posibilidad de una candidatura independiente.
Los simpatizantes de la Revolución Naranja deberán decidir entonces quién los representa más, si el moderado Yushchenko o la carismática Timoshenko. Mientras, la oposición prorrusa intentará recuperar terreno explotando esas diferencias.
La decisión de Yushchenko le ofrece un nuevo comienzo, y si la situación mejora podría quedar ante el público por encima de los conflictos políticos menores. Por el otro lado, Timoshenko puede afirmar que no le permitieron completar su trabajo.
Cuando la reforma constitucional entre en vigencia el año próximo, el cargo de primer ministro será el más poderoso del gobierno. El presidente Yushchenko podría sentirse tentado entonces de detener la enmienda. (