Gonzaga, una pequeña ciudad brasileña de unos 2.600 habitantes, paralizó sus actividades este lunes para protestar por la muerte de Jean Charles de Menezes, ejecutado el viernes por la policía de Londres.
Menezes, un electricista de 27 años, trabajaba en la capital británica desde hacía tres años, y enviaba parte de su sueldo a su familia de pequeños agricultores afincada en la zona rural de Gonzaga, en el interior del estado de Minas Gerais, centro de Brasil.
La policía británica le descerrajó ocho tiros a quemarropa, siete en la cabeza y uno en el hombro, según las últimas informaciones que profundizaron la indignación de los manifestantes de Gonzaga, encabezados por el propio alcalde Julio Maria de Souza.
Autoridades policiales británicas afirmaron que los efectivos actuaron como si se hubieran encontrado con un terrorista suicida cargado de explosivos, como los que se presume causaron el 7 de este mes la muerte de unas 56 personas en cuatro puntos del transporte público londinense.
Estamos consternados y perplejos por la pérdida, y la tristeza de familiares y amigos de Menezes se agranda porque no logran recuperar su cuerpo para sepultarlo en la ciudad, dijo a IPS por teléfono Ana Lucia Ferreira, secretaria de la alcaldía.
El gobierno británico prometió una investigación completa de lo ocurrido y una respuesta veloz y comprensiva a cualquier demanda de compensación de la familia, dijo este lunes el canciller británico Jack Straw, en una conferencia de prensa con su par brasileño Celso Amorim.
El ministro brasileño manifestó que la lucha contra el terrorismo debía llevarse a cabo, respetando los derechos humanos.
Menezes era un buen hijo que, con sus ahorros en Gran Bretaña, construyó una casa para sus padres, cumpliendo un sueño y ayudó a su familia pobre a mejorar sus condiciones de vida, dijo la secretaria, quien lo conocía y lo vio por última vez en febrero, cuando pasó las fiestas de carnaval y de su cumpleaños en Gonzaga.
Muchos jóvenes de la zona emigran al exterior, principalmente a Estados Unidos, por la imposibilidad de seguir los estudios y la falta de perspectivas de vida, se lamentó Ferreira, admitiendo que un tercio de la juventud podría estar fuera del país, mientras la prensa habla de la tercera parte de toda la población de Gonzaga.
Se trata de un municipio de economía rural, de pequeña agricultura y ganadería lechera, cuya población bajó de 5.713 a 5.482 habitantes entre 2000 y 2004, según las estadísticas oficiales. Más de la mitad, 53 por ciento, vive en el campo.
La emigración es una alternativa creciente para la juventud brasileña, un movimiento poblacional iniciado en los años 80 en Governador Valadares, un municipio de 255.000 habitantes que perdió buena parte de su población emigrada a Estados Unidos, en un flujo que contagió a Gonzaga, a 90 de kilómetros de distancia.
Un 95 por ciento de las familias gonzaguenses tienen algún pariente en Estados Unidos, el principal destino de los emigrantes locales, sostuvo Ferreira, quien con 18 años y enseñanza secundaria recién concluida, prefiere probar suerte en su país a correr los riesgos de cruzar la frontera mexicano-estadounidense.
La represión contra los inmigrantes sin papeles en Estados Unidos, intensificada después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, desvió parte del flujo migratorio hacia Europa, según indicadores como el aumento de trabajo en los consulados, las consultas de familiares y las repatriaciones de turistas sospechosos de ser inmigrantes indocumentados, admite la cancillería brasileña.
En Gran Bretaña hay cerca de 100.000 brasileños, según una estimación incierta y considerada conservadora, porque algunos hablan ya de 150.000. Los brasileños son a veces mal considerados por delitos como pequeñas trampas financieras y falsificaciones, pero nunca por terrorismo.
Pero son solo algunos los gonzaguenses que viven en Gran Bretaña. La emigración desde esa localidad hacia Europa, con Portugal como puerta de entrada, aumentó poco, evaluó Ferreira. Los atentados y la represión antiterrorista (en Estados Unidos) no atemorizaron a los emigrantes locales, acotó.
Menezes siguió esa ruta. Estuvo en Portugal antes de instalarse en Londres. Sus parientes niegan la versión policial de que residía sin visa en Gran Bretaña, argumentando que viajó a su tierra natal a inicios de este año, y su regreso a la capital británica hubiera sido imposible sin permiso.
Su familia ya sufrió otra tragedia. Dos de sus primos, también emigrantes, murieron en un accidente automovilístico en Portugal en 2002.
Pese a los infortunios, los controles migratorios y las penurias que imponen el terrorismo y las medidas para combatirlo, la emigración juvenil proseguirá, opinó Ferreira. Los factores del éxodo se mantienen, argumentó. Las mejores casas y tiendas comerciales de Gonzaga son de familias sostenidas por el dinero enviado por un pariente emigrado, señaló.
Su propio caso ejemplifica la falta local de horizontes. Con un salario mínimo de 300 reales (125 dólares), ella ni siquiera podría pagarse el transporte diario desde Gonzaga hasta la universidad más cercana, en Governador Valadares. Y como se trata de una institución privada, debería costearse los pagos mensuales de la carrera.
Su sueño de estudiar psicología o asistencia social parece imposible. En tales condiciones, los jóvenes eligen el camino más fácil, emigrar pese a los riesgos de cruzar las fronteras y las dificultades de adaptación a un país lejano, concluyó. (