La advertencia argentina de endurecer el juego con Brasil llega en mala hora para el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, que programa expectante para la próxima semana la cumbre América del Sur-Países Árabes, ya dañada por la ausencia de los mandatarios de Egipto y Siria.
Las críticas de Argentina a Brasil tienen dos causas, una sicológica y otra objetiva. La sicológica es la más grave, porque se trata de un resentimiento a flor de la piel que se acumuló en las relaciones bilaterales, dijo a IPS Helio Jaguaribe, sociólogo e historiador brasileño, decano del Instituto de Estudios Políticos y Sociales de Río de Janeiro.
La tensión entre los dos países volvió a intensificarse el lunes, ante la divulgación por el diario Clarín, de Buenos Aires, de censuras a la política exterior brasileña por parte del canciller de Argentina, Rafael Bielsa, y otros diplomáticos compatriotas suyos no identificados.
El canciller brasileño, Celso Amorim, trató de aplacar el enojo calificándolo de mucho humo de especulaciones y argumentando que las relaciones bilaterales son buenas y que su país apoya causas argentinas como su derecho de soberanía sobre las Islas Malvinas.
La rivalidad histórica entre los dos países, agravada por el descenso de Argentina que ya estuvo entre los países ricos en el comienzo del siglo XX y el celo ante el liderazgo que asumió Brasil en América del Sur, es apuntada por muchos brasileños como raíz de las reacciones de Buenos Aires.
Pero hay también una dimensión objetiva en las quejas argentinas, pues la alianza estratégica con Brasil se limita a la retórica por parte del gobierno de Lula, admitió Jaguaribe.
Por ejemplo no avanzan la anunciada política industrial conjunta ni los financiamientos del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social, entidad estatal brasileña de fomento.
Brasil tiene condiciones industriales y financieras para promover un impulso significativo en la reindustrialización de Argentina, pero no lo hace, sostuvo el experto.
Argentina cometió un suicidio industrial por su política económica neoliberal de las décadas pasadas, pero ahora que el gobierno centroizquierdista de Néstor Kirchner decidió reindustrializar el país, un apoyo brasileño sería muy eficaz, opinó Jaguaribe.
Para evitar las susceptibilidades, el especialista del Instituto de Estudios Políticos y Sociales de Río de Janeiro recomienda que Brasilia invite públicamente a Argentina a participar de todas sus iniciativas diplomáticas, con consultas bilaterales desde el comienzo.
La ira argentina actual fue desatada por el intento brasileño de influir en la crisis de Ecuador, con Amorim encabezando una misión de la Comunidad Sudamericana de Naciones. Su homólogo Bielsa fue invitado a incorporarse como presidente temporal del Grupo de Río (el foro político más importante de la región), pero no aceptó.
Para el gobierno argentino, es tarea de la Organización de Estados Americanos (OEA) buscar una salida democrática para Ecuador, luego que Lucio Gutiérrez fuera destituido el 20 de abril por el parlamento en mayoría simple, lo cual hace que su legalidad sea cuestionada por sectores de ese país.
Pero la insatisfacción de Buenos Aires se acumula por otras acciones unilaterales de Brasil, que asume así un liderazgo sin consultas a sus socios del Mercado Común del Sur (Mercosur), la propia Argentina, Paraguay y Uruguay.
Es el caso de la cumbre América del Sur-Países Árabes (ASPA), a realizarse el 10 y el 11 de este mes en Brasilia, donde es incierta la presencia de Kirchner, quien tampoco fue a la reunión que en diciembre en la ciudad peruana de Cuzco constituyó la Comunidad Sudamericana de Naciones y tampoco a la del Grupo de Río, llevada a cabo en noviembre en la ex capital brasileña.
Argentina discrepa también con la pretensión de Brasil de ingresar como miembro permanente al Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas y tampoco apoyó al candidato de Brasilia para ocupar la dirección general de la Organización Mundial de Comercio.
Brasil quiere todos los altos cargos internacionales, hasta pretendió elegir al Papa, habría dicho Kirchner, según el diario Clarín y en referencia a las declaraciones de Lula en apoyo del cardenal de Sao Paulo, Claudio Humees, uno de los frustrados papables.
Las quejas se deberían también a trabas económicas y al hecho de que Brasil no respaldó a Argentina en las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI) en estos últimos años de severas dificultades financieras en el país vecino.
Además el entonces representante brasileño en el FMI, Murilo Portugal, denostado por las autoridades argentinas por esa razón, acaba de ser designado por Lula como su viceministro de Hacienda.
Pero por encima de todos estos roces y conflictos, posiblemente el origen concreto de esa tensión, que pone en riesgo la alianza argentino-brasileña y el todo el Mercosur, sea el actual desequilibrio comercial entre ambas naciones.
Argentina, después de disfrutar un abultado superávit comercial con Brasil de 1994 a 2002, cuando alcanzó a 2.401 millones de dólares, vio como el intercambio se hacía desfavorable desde mediados del año siguiente. En 2004, su déficit fue de 1.601 millones de dólares, según datos oficiales brasileños.
Las exportaciones brasileñas a Argentina crecieron casi 100 por ciento en 2003, mientras que las importaciones cayeron 1,5 por ciento.
El año pasado, Brasil vendió a su vecino 61,65 por ciento más que en el año anterior e importó 19,26 por ciento más. Son datos que permiten a los argentinos acusar una invasión de productos brasileños.
El desbalance es también cualitativo. Brasil vende principalmente automóviles y aparatos de telefonía móvil a su vecino, es decir bienes industriales, y en cambio los mayores volúmenes de compra son petroquímica, trigo, petróleo y derivados.