Cuando dos ornitólogos franceses entraron al Parque Nacional Diawling de Mauritania en enero de 1994, descubrieron con horror un polvoriento desierto salado con unas pocas vacas que parecían enfermas , y apenas tres pájaros.
El área, en un tiempo poblada por vastas bandadas de pelícanos y flamencos, sufrió devastadoras consecuencias de la construcción de la represa Diama, cerca de la desembocadura del río Senegal en el océano Atlántico. Verdes pantanos fueron reemplazados por una extensión de arcilla reseca y agrietada, sólo interrumpida por pequeñas dunas y manchones de maleza.
Esa represa es llamada una tragedia africana del desarrollo, señaló Olivier Hamerlynck, un consultor sobre humedales a quien la Unión Mundial por la Naturaleza (IUCN) pidió ayuda para reparar el daño.
Estuvimos de acuerdo en que lo mejor era añadir esclusas a la represa para inundar nuevamente la zona, pero estábamos asustados cuando las abrimos por primera vez, porque no es una solución común, explicó en una conferencia sobre preservación de ecosistemas de agua dulce, auspiciada por el Museo Estadounidense de Historia Natural, en Nueva York.
La inundación artificial funcionó a las mil maravillas. La pesca se recuperó en forma impresionante, de menos de 1.000 kilogramos en 1992 a más de 113.000 en 1998, y el delta es actualmente hogar de más de 35.000 aves acuáticas.
Residentes locales también se involucraron en el proyecto de Diawling, un tipo de cooperación habitualmente crucial para el éxito de los intentos de revitalizar ecosistema de agua dulce, según expertos de 21 países reunidos en el encuentro, realizado los días 7 y 8 de este mes.
El biólogo marino Edward Allison, de la británica Universidad de East Anglia, subrayó que se ha producido un importante cambio de actitud acerca del modo de lograr conservación.
La meta ya no es simplemente recrear un ambiente inmaculado, sino lograr su mayor valor posible para los seres humanos que viven en él y deben ser sus principales custodios, afirmó el experto.
Eso significa construir una red con todos los involucrados, sean gobernantes, terratenientes o pescadores, para discutir en forma periódica con un mínimo de jerga científica y con énfasis en cuestiones locales.
En Sudáfrica hay buenas leyes de conservación, pero no contábamos con personas que controlaran su aplicación, tomaran muestras de agua y realizaran otras tareas clave, apuntó Pierre de Villiers, quien fue contratado por el gobierno sudafricano para evaluar la salud de la cuenca del río Orange-Vaal, de 941.000 kilómetros cuadrados, y comenzó con un presupuesto de risible pequeñez acompañado únicamente por dos científicos.
De Villiers buscó aliados entre agricultores y pescadores de la zona, así como en la comunidad académica.
Hay que lograr que la gente quiera conservar. Creamos valor en torno a nuestros peces locales, y un sentimiento de propiedad de las especies. Y cuando se salva a una especie, se salva también a otras del ecosistema, explicó.
Sus esfuerzos dieron resultado, y se formó un grupo de cerca de 500 personas que cooperan para hacer cumplir leyes contra pesca furtiva de peces autóctonos.
Ecosistemas de agua dulce como el de la cuenca del Orange-Vaal son el hogar de decenas de miles de especies de peces, reptiles, aves y mamíferos, sitiados en todo el mundo por la contaminación, la introducción de especies exóticas y acciones humanas asociadas con el desarrollo, como la construcción de represas.
Son considerados los hábitat terrestres más amenazados, pero también muestran notable resistencia. A veces, una modificación simple pero creativa puede volver a la vida incluso a los más degradados.
Así ocurrió con el río Duck, del estadounidense estado de Tennessee (centro-este), quizá el curso de agua más biodiverso de América del Norte, con 652 especies nativas.
Una enorme represa volcaba en ese río, periódicamente, grandes volúmenes de agua muy fría y con escaso oxígeno, y eso había diezmado a su población de mejillones, un problema frecuente en todo Estados Unidos, donde se han extinguido 36 especies de moluscos y más de un tercio de las que quedan están en peligro crítico.
En busca de alguna herramienta para detener ese proceso, los científicos idearon el sencillo procedimiento de instalar mangas para bombear aire hacia el fondo del embalse, para que las descargas de agua al río fueran ricas en oxígeno, relató Paul Johnson, director del Instituto Acuario de Tennessee.
En diez años, el río Duck mostraba una notable recuperación, y en partes de su trayecto la población de mejillones se había multiplicado por diez.
Los expertos coincidieron en que los gobiernos deben dedicar más recursos materiales y atención a los humedales para que las historias de éxito se multipliquen.
* La autora es editora para América del Norte y El Caribe de IPS. Publicado originalmente el sábado 16 de abril por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.