AMBIENTE: No se esfuman las nubes sobre Chernobyl

Pasaron 20 años desde el accidente en la central nuclear ucraniana de Chernobyl, el peor de la historia, pero las heridas no cierran.

El desastre continúa acarreando su incesante carga de muertes y enfermedades. Pero un puñado de antiguos residentes de Chernobyl se muestran decididos a regresar a sus hogares y vivir lo más normalmente posible en esas áreas contaminadas.

El 26 de abril de 1986, se registró una explosión en el cuarto reactor de la Planta Nuclear Chernobyl, en el norte de Ucrania. Estalló un incendio que liberó grandes cantidades de polvo radiactivo.

Las autoridades se preocuparon primero de controlar el incendio, pero dejaron de lado a la población cercana a la central, que durante cuatro días careció de toda información sobre la catástrofe.

Luego de que el gobierno de la hoy disuelta Unión Soviética —de la que Ucrania formaba parte— admitió el desastre, fueron evacuados 150.000 habitantes de las ciudades y pueblos cercanos.

La población de Pripiat, la principal ciudad de la región, tuvo la impresión de que retornarían pronto a sus hogares.

Se equivocaban. Hoy, el casco urbano que otrora albergara a 47.000 personas es un pueblo fantasma, edificios y calles vacías invadidas por la vegetación que avanza incesante.

Las casas, bibliotecas, escuelas y recintos deportivos y de recreación en esta ciudad levantada en los años 70, considerada modelo de urbanización socialista, no reciben desde entonces más visita que la de saqueadores, científicos y turistas aventureros.

Ingresar a la escuela hace correr un sudor frío por la espalda del visitante: escritorios desordenados, pianos podridos, libros abiertos y máscaras antigás desparramadas por el piso. Hace casi 20 años que nadie toca nada en este local.

La mayoría de los residentes de Pripiat estaban involucrados, de algún modo u otro, con la planta nuclear. Su mayor desgracia fue estar apenas a un kilómetro de distancia. Priapat nunca verá vida humana permanente en el futuro.

Pero más lejos de la central, aun dentro del área de restricción establecido por el gobierno a un radio de 30 kilómetros de la antigua central de energía, algunos jubilados han ocupado antiguas casas para ahorrar los gastos de vivienda.

Se trata de ocupaciones ilegales, pero el estado mira para otro lado.

No son, por cierto, poblados florecientes. La edad promedio de sus habitantes es de 68 años. La mayoría viven solos, en difíciles condiciones materiales, rodeados de casas vacías y gente extraña. Los riesgos de la radiación les son, en general, indiferentes.

”Algunos expertos consideran que permitir el traslado masivo de personas fue un error”, dijo a IPS Evhen Golovakha, subdirector del Instituto de Sociología de la Academia de Ciencias de Ucrania.

”Aquellos que viven en sus lugares de origen se sienten mejor que aquellos que no”, explicó.

El director del Centro de Conocimiento Social, Yuri Privalov, coincidió en que no resulta fácil mudarse a estos lugares, dadas las complicaciones de ”la adaptación a una comunidad con diferente cultura y hasta idioma”.

Pero el factor económico es determinante, dijo Privalov a IPS. ”Ellos perdieron todo, el gobierno no les pudo encontrar un trabajo a todos ellos y se vieron incapacitados de cubrir todos sus gastos”, sostuvo.

Priapat y sus alrededores semejan una escena post-apocalíptica, pero la antigua planta nuclear bulle de actividad.

Científicos, ingenieros y obreros deambulan por las instalaciones de sencillo uniforme, al parecer indiferentes a la amenaza radiactiva. Una de sus preocupaciones es el posible cierre definitivo de la planta, que amenaza sus salarios superiores al promedio ucraniano.

El gobierno cerró el último reactor en funcionamiento en 2000, obligado por la intensa presión internacional. La actividad en la planta se limita hoy a mantener el ”sarcófago” de concreto que cubre las ruinas de la explosión.

La radiación no es tan intensa hoy, pero la precariedad de la estructura llevó al gobierno a aprobar la construcción de un nuevo confinamiento, más seguro, en torno del viejo bloque de concreto.

El proyecto ya comenzó, pero el costo total es de 1.091 millones de dólares, dijo a IPS Igor Vasilevich, del Ministerio de Combustibles y Energía. ”Las donaciones de países industrializados están lejos de ser suficientes”, agregó.

La mayoría de las gestiones del gobierno se refieren al incremento de la seguridad nuclear. Pero Chernobyl tiene, también, una dimensión social.

Ucrania debió soportar dos traumas a causa de la catástrofe. Uno, el inmediato tras la explosión. El segundo, cuando los medios de comunicación dieron cuenta de sus consecuencias. Se calcula que alrededor de seis millones de personas resultaron perjudicadas, de una manera u otra.

Algunos expertos aseguran que nunca podrá establecerse un cálculo ni siquiera cercano de la cantidad de muertes ocasionadas por el desastre. Las estimaciones indican que, como consecuencia inmediata de la explosión, murieron entre 50 y unos miles de personas.

Los problemas de salud persisten. El más dramático es el de los denominados ”niños de Chernobyl”, que crecieron en áreas contaminadas y hoy sufren cáncer de tiroides.

Muchas más personas debieron lidiar con problemas psicológicos.

El no gubernamental Centro de Iniciativas Democráticas indicó que, 10 años después del desastre, 60 por ciento de los afectados ”asociaban el alimento con el temor, y sufrían insomnio, irritabilidad y sensación de desamparo”. Treinta por ciento ”perdieron interés en la vida”.

Para estas víctimas, el desastre significó ”la ruina de su visión del mundo, sus estilos de vida y sus planes”, indica el informe. La mayoría de los que lograron un nuevo hogar derrotaron, con el tiempo, ese sentimiento, pero otros fueron dejados de lado.

Yuri Privalov admite que las víctimas necesitan más asistencia, pero también que no puede hacerse mucho.

”Es difícil decir qué alcanzaría, pues no existen situaciones similares como para hacer la comparación. Hay muchas demandas al estado, mucha gente enferma, una planta desactivada y la contaminación. El país es pobre y los problemas persistirán”, se lamentó.

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