MEDIO ORIENTE: Palestinos sin miedo a la paz

El conflicto entre Israel y Palestina puede resolverse aun sin un cese de hostilidades, a pesar de las exigencias del gobierno de Ariel Sharon y de Estados Unidos, dijo a IPS Marwan Tahbub, ex embajador palestino en México y en América Central.

Tahbub, quien se define independiente en el mapa político palestino, sigue los acontecimientos de su nación desde su actual residencia, la oriental ciudad boliviana de Santa Cruz de la Sierra, donde da clases universitarias y es el secretario académico del Colegio de Politólogos local.

Hoy lamenta no visitar "con la frecuencia que uno desea" Jerusalén, donde nació en 1946, dos años antes de la creación del estado judío. Además, las autoridades israelíes lo obligan a hacerlo con visa de turista. "Creo que volveré a vivir allí, aunque no en lo inmediato, sino cuando se solucione el problema de la ciudad en las negociaciones", dice.

Hasta 1989, Tahbub representó a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en diversos países y foros internacionales, entre ellos agencias de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el Movimiento de No Alineados, el Grupo de los 77 y la Unión Parlamentaria Internacional.

También fue miembro observador del Consejo Nacional Palestino, el parlamento en el exilio, entre 1976 y 1989.

Columnista del diario El País, de Madrid, y de Rebelión.org, entre otras publicaciones, Tahbub asegura que el fallecido presidente palestino Yasser Arafat no fue el "guerrerista" que pintaban tanto Israel como Estados Unidos, y que su sucesor, Mahmoud Abbas (Abu Mazen) tiene con él grandes similitudes y una extensa historia compartida. "La mayoría de los conflictos de liberación nacional se negociaron sin cese de hostilidades. Tenemos, entre otros, los ejemplos de Argelia y de Vietnam", recuerda Tahbub, licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid, entrevistado a través de correo electrónico.

—Israel y Estados Unidos presentan a Abu Mazen como un político conciliador y razonable en contraste con Arafat, al que desacreditaban por considerarlo conflictivo y caprichoso. ¿Es así, en realidad?

—Los hechos demuestran la cercanía entre ambos, no una dicotomía. Los dos son cofundadores de Al-Fatah, primera organización de la resistencia a la ocupación israelí y columna vertebral de la actual institucionalidad palestina. De los pioneros quedan sólo dos más. Arafat y Abu Mazen fueron los que abrieron en los años 70 puentes de diálogo con políticos y dirigentes sociales israelíes, y en los 90 el proceso de Oslo. Los dos rechazaron en 2000 en Camp David (Estados Unidos) la propuesta de los entonces primer ministro israelí Ehud Barak y presidente estadounidense Bill Clinton, que le quitaba a Palestina 20 por ciento de su territorio, lo privaba de su frontera natural con Jordania y lo dividía en tres bantustanes (como se llamaban en Sudáfrica los territorios de población negra autoadministrados pero sometidos al hoy desaparecido régimen racista). El problema del proceso de paz no es la caracterización de Arafat como guerrerista, que nunca fue cierta, sino la intransigente negativa de Israel a reconocerse como ocupante y a reconocer a la otra parte como víctima de su política de tierra arrasada. Israel tampoco acepta las resoluciones de la ONU como base de una solución negociada, pacífica y justa. La estigmatización de Arafat sirvió para justificar le negativa de Israel y Estados Unidos a procesar el final de la negociación hacia la creación del estado palestino independiente.

—Usted conoce a Abu Mazen y también frecuentó a Arafat. ¿Qué diferencias percibe entre ambos en el plano político y en el personal?

—Ninguna persona es igual a otra… Son distintos. Las diferencias personales entre Abu Mazen pueden reflejarse en lo político, aunque a la historia la hacen los individuos en la medida que formen parte de un proceso social, económico, cultural, político… Un individuo, por muy carismático que sea, puede influir dentro de un margen razonable, pero no construye la historia. Arafat era una persona cálida. Le costaba vivir sin el olor a pueblo. Siempre visitaba a los hijos de los caídos. Le gustaban los discursos. Tenía una memoria prodigiosa: recordaba nombres y detalles de cada persona. Abu Mazen es diferente. Tiene un carácter más reservado. Es, aunque sólo en apariencia, más frío. Como ve, estas diferencias no eran un escollo hacia la paz, como Israel y Estados Unidos pretenden hacernos creer.

—El ataque este mes contra un asentamiento judío en Gaza puso en duda la autoridad de Abu Mazen, que acababa de acordar un cese del fuego con Israel. ¿Es posible negociar en medio de atentados palestinos y acciones militares israelíes?

—La mayoría de los conflictos de liberación nacional se negociaron sin cese de hostilidades. Tenemos, entre otros, los ejemplos de Argelia y de Vietnam. Ninguna regla impone el cese de hostilidades como prerrequisito, como pretenden Israel y Estados Unidos. Jurídicamente, el fin de la ocupación es lo que marcará el fin de las hostilidades. Tampoco es cierto que la parte palestina procure mayor hostilidad para mejorar su posición en la negociación. Abu Mazen, cuando era primer ministro de Arafat, logró con el diálogo una tregua de dos meses. Sharon se lanzó entonces a la caza de dirigentes de Hamas y de otras organizaciones y cometió una larga serie de asesinatos. Mataron a familias enteras. Los palestinos ya tienen experiencias amargas al respecto. El ataque de la semana pasada en Gaza es consecuencia de provocaciones israelíes en un periodo de apaciguamiento logrado por Abbas. Por los disparos indiscriminados y a ciegas que suele hacer el ejército israelí murieron dos perturbados mentales, una niña de tres años que desayunaba con su familia y otra niña de 10 dentro de la escuela. Esto no es para justificar la acción de Hamas sino para resaltar que un cese el fuego es, como el tango, cuestión de dos partes. Ahora bien, Israel no quiere un acuerdo bilateral firmado de alto el fuego que imponga obligaciones a ambas partes, con mecanismos de control, verificación y de arbitraje, como propone la parte palestina. En Sharm El Sheij, Abbas declaró verbalmente que ambas partes acordaron poner fin a la violencia. Y la parte israelí declaró que se compromete a poner fin a la violencia mientras la otra lo haga. En fin, en términos jurídicos no hay nada.

—¿Pero, es posible imponer a las organizaciones armadas palestinas una tregua que permita suavizar el diálogo con Israel?

—Hay dos modos de imponer un alto el fuego. Uno es el de Israel y Estados Unidos, que exigen a Abbas desmantelar, desarmar y perseguir a las organizaciones palestinas, a las religiosas y a las laicas. Es decir, actuar como agente de seguridad de Israel y encender una guerra civil. El otro camino es el que plantea Abbas: no sólo dialogar y consensuar sino, también, compartir entre todos las decisiones políticas. Sharon, con todo su poder militar y represivo, ha sido incapaz de poner fin al ciclo de violencia. En cambio, con el diálogo, Abu Mazen parece haber sido bastante más eficaz. Por lo general, el oprimido suele tener bastante más lucidez frente a la ceguera del opresor.

—¿Qué estado o institución internacional podrían ser aceptados por Palestina e Israel como mediador confiable? ¿Acaso Estados Unidos lo es? ¿Una ONU debilitad tras la guerra en Iraq? ¿Una Unión Europea mal avenida con su antiguo aliado trasatlántico? —Desde 1974, los palestinos han insistido en celebrar una conferencia internacional auspiciada por la ONU con participación de todas las partes interesadas: la propia ONU, Estados Unidos, los países árabes, la Unión Europea y Rusia, entre otros. Pero tanto Israel como Estados Unidos han rechazado este marco internacional. Para ellos, la Conferencia de Madrid de 1991 era sólo un paso para trasladar la negociación a Washington y transformarla en bilateral, entre Israel y la parte palestina, bajo supervisión de Estados Unidos. Al imponer negociaciones bilaterales, dada la debilidad de la parte palestina, Estados Unidos e Israel mantienen el derecho de veto. Han mantenido estas negociaciones cuando les convenía y las han congelado cuando les convenía. El esfuerzo israelí y estadounidense por impedir o marginar la participación europea ha sido constante, sin importar el estado del vínculo entre Washington y Europa. Pero la zona de conflicto está en el flanco sur de Europa y de Rusia. Es decir que su legitimidad como participantes en la negociación es mayor que la de Estados Unidos. En cuanto a la ONU, por encima de su debilidad y quizás debido a ello, ha de ser el marco de referencia en esta negociación, como en todas. Frente a la tremenda y real amenaza de un orden internacional unilateral estadounidense, la ONU se transforma casi en la única posibilidad de supervivencia de la convivencia humana.

—¿La creación de un estado palestino con Jerusalén —o parte de ella— como capital y el retorno de los exiliados abrirían un periodo de paz duradera? ¿O una caja de Pandora de nuevas reivindicaciones israelíes y palestinas?

—Habría que añadir la retirada israelí hasta las fronteras existentes hasta el 4 de junio de 1967. Entonces, la respuesta es sí. La primera solución planteada por la parte palestina, en 1968, fue un estado democrático, laico y binacional en todo el territorio histórico de Palestina: el actual Israel, Gaza y Cisjordania. Sólo una minoría de la sociedad israelí apoyó la idea. Así que los palestinos plantearon en 1974 lo que supuestamente se quiere implementar ahora: dos estados nacionales conviviendo pacíficamente. Gran parte de los palestinos partidarios de la segunda solución lo son también de la primera, pues contemplan la convivencia entre dos estados evolucionando hacia un estado binacional o hacia una especie de Benelux que englobaría también a Líbano y Jordania, o en ambas direcciones, que no son contradictorias. No hay que tenerle miedo a la paz. La puerta de la paz puede abrir muchas más puertas de convivencia. Pero en la mentalidad israelí confluyen el complejo de Masada —un complejo de persecución que puede llevar al suicidio colectivo— y el factor discriminatorio de concebir al judaísmo no como religión o como comunidad de fe, sino como etnia, como nación, como pueblo, tal y como lo concibe el antisemitismo occidental. Esto está detrás del concepto de Theodor Hertzl, el fundador del sionismo, de crear en Palestina "un estado tan judío como Inglaterra es inglesa y Francia es francesa”, y al que Sharon actualiza al exigir el reconocimiento del "carácter judío del estado de Israel”. Es decir que no hay cabida para los palestinos. Como ya le dije, no hay que tenerle miedo a la paz. La puerta de la paz puede abrir muchas más puertas de convivencia en pluralidad y descubriendo y respetando al otro.

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