Faustina, indígena de nueve años, abandonó la escuela primaria en la capital de México en 2003, pues era objeto de burlas por sus dificultades con el español y por la vestimenta indígena de su madre.
Ahora se esconde detrás de las piernas de su padre mientras éste toca el acordeón en la calle por unas monedas.
Ya no voy a la escuela, pues no tratan bien allí, se burlan de una y mejor no voy, dijo Faustina a IPS. El padre, algo molesto, relata la llegada con su familia a la capital en 2001, procedente del septentrional estado de Oaxaca, para buscar trabajo.
¿Me das una moneda para un taco (tortilla de maíz)?, repite cientos de veces mientras improvisa melodías en su acordeón. Pegada a él su hija, cuya pequeña talla desmiente sus nueve años, ríe nerviosa.
Son dos personas en un millón de náhuatls, mixtecos, zapotecas y mazahuas, entre otras etnias, que viven en la capital mexicana de nueve millones de habitantes. Unos 340.000 aún hablan sus propias lenguas.
La mayoría son pobres, trabajan en los empleos peor remunerados y sufren el desprecio de una ciudad donde la palabra indio (por indígena) es usada como insulto.
Unas 4.500 niñas y niños indígenas de seis a 12 años criados en sus idiomas maternos no van a la escuela, señala un estudio de la no gubernamental Asamblea de Migrantes Indígenas, que vela por los derechos de los nativos en la ciudad.
Somos muchos (indígenas), pero no todos vivimos de la caridad y estamos asilados de nuestras comunidades y cultura, explicó a IPS Larisa Ortiz, una de las portavoces de la Asamblea.
Ortiz, hija de indígenas, recuerda que muchos de sus hermanos de etnia viven en comunidades creadas dentro de la ciudad.
Estudios oficiales indican que hay barrios y vecindades (conjuntos de departamentos) habitadas exclusivamente por nativos que emigraron o que nacieron en la ciudad, en las que mantienen vivas muchas de sus costumbres.
La Asamblea de Migrantes apoya esas manifestaciones y reclama a las autoridades el respeto a derechos indígenas como el sostenimiento de sus formas de organización y cultura, educación multilingüe y pluricultural, medios de comunicación propios y voz y voto ante medidas que los afecten.
Faustina no tiene la suerte de conocer esos derechos. Vive lejos de los de su etnia, en un cuarto que sus padres rentan en el centro histórico de la ciudad.
Y no voy a la escuela (pública), pero quizá regrese luego, afirmó. Con sus pocas palabras en español explicó las burlas de las que fue objeto junto con su madre, por vestir como en nuestro campo.
Sí, se reían y hablaban cuando me iba a ver (mamá), así que mejor nos salimos relata.
Hay cientos de casos así, reconoció Ortiz. Los indígenas son tratados con desprecio, hacen los trabajos más sucios y pesados y sufren pobreza, abundó.
Noventa por ciento de las mujeres que trabajan como empleadas domésticas en la capital son de origen indígena, igual que la mayoría de los albañiles y hurgadores y recicladores de residuos.
Aunque el distrito federal tiene nueve millones de personas, en el conjunto de la zona urbana habitan 20 millones.
En una población de 105,3 millones de habitantes, 10 millones son indígenas, de los cuales 60 por ciento hablan lenguas nativas, según los últimos datos del Consejo Nacional de Población.
Pero la influencia indígena es mucho mayor, según estimaciones que colocan la proporción de mestizos en 60 por ciento del total de mexicanos.
Cifras oficiales estiman que 75 por ciento de la población indígena no ha terminado la enseñaza básica (lo que duplica la proporción nacional) y más de 30 por ciento es analfabeta, tres veces el promedio nacional.
Veinticinco por ciento de los alumnos de cuarto grado del país dominan las habilidades de lecto-escritura, proporción que cae a ocho por ciento entre los estudiantes indígenas.
La deficiencia de talla por edad afecta a 73,2 por ciento de niñas y niños indígenas, 22,7 por ciento más que el promedio nacional, y la prevalencia de desnutrición en menores de cinco años es de casi 60 por ciento.
La esperanza de vida es de 73,2 años para los indígenas y de 76,2 para el resto del país.
Las niñas y los niños indígenas sufren los más altos índices de disparidad y vulnerabilidad que cualquier otro grupo en México, la mayoría de ellos viven en la pobreza y entre ellos se evidencian altos índices de desnutrición y analfabetismo, aseguró un estudio del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia.
Para las niñas como Faustina la situación es aún peor.
El analfabetismo entre las mujeres indígenas mayores de 15 años alcanza en ciertas zonas pobres del país a 87,2 por ciento.
Sólo 8,9 de las mujeres aborígenes cuentan con alguna instrucción posterior a la escuela básica contra 15,8 por ciento de hombres.
México firmó, junto al resto de la comunidad internacional, las Metas de Desarrollo del Milenio en septiembre de 2000.
Esa plataforma, adoptada por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, contiene objetivos precisos para abatir la desigualdad y reducir la brecha de desarrollo entre ricos y pobres.
Una de las metas básicas es la universalización de la enseñanza primaria y el acceso equitativo de niñas y niños a la educación, con plazo en 2015.
Faustina tiene la esperanza de regresar a la escuela. Por ahora, su padre acordeonista sostiene que lo mejor para ella es acompañarlo a pedir limosna.