MÚSICA-CHILE: Aires populares antes de la TV

Jorge Negrete, el rey de los mariachis mexicanos, fue el primer ídolo de masas en Chile. Una recopilación histórica recoge ahora la apoteósica recepción que tuvo en 1946 en este país, donde sus cinco presentaciones causaron en admiradoras y admiradores ”un éxtasis fuera de todo pudor”, según la prensa de la época.

La única visita a este país del cantante y actor mexicano fallecido en 1953 es uno de los tantos episodios descriptos con rigor documental en ”Historia social de la música popular en Chile, 1890-1950”, obra ganadora el año pasado del Premio de Musicología de la Casa de las Américas de Cuba.

El texto de 630 páginas, del musicólogo Juan Pablo González y el historiador Claudio Rolle, fue presentado y lanzado a la venta este mes por la Editorial de la Universidad Católica, institución en la cual los autores trabajan como académicos e investigadores.

”Es una obra que al leerla, uno puede escucharla”, dijo Isabel Cruz, historiadora del Arte, en la presentación de este libro cuya versión impresa viene acompañada de un disco compacto que documenta de manera acústica el registro histórico-musical.

Pero la afirmación de la experta tuvo también un sesgo metafórico, ya que aludió a la validez testimonial de un trabajo que, junto a sus méritos para la musicología, ofrece una relectura social de la historia de Chile, que se apoya en la música como una de las expresiones más acabadas de lo popular.

”Siempre se ha dejado fuera de la historia a la música. Pero resulta que en lo cotidiano es en donde podemos encontrar la historia, y la música es una nueva forma de verlo”, explicó Rolle.

Los 60 años que están registrados en esta historia parten en las postrimerías del siglo XIX, cuando la vinculación de las personas con la música popular se daba sobre todo en aristocráticos salones de baile o en centros sindicales, cantinas y en las llamadas quintas de recreo para el ”populacho”.

El fonógrafo era una invención muy reciente y casi desconocida en Chile, hasta que avanzado ya el siglo XX se multiplica la producción de grabaciones en discos de vinilo para responder a una demanda de música que crecía también de la mano con la radiodifusión.

En la década del 20 ”se estabiliza la fase experimental de la radio y comienza a masificarse la industria discográfica”, explica González en la obra.

El sello discográfico Víctor, conocido por la clásica figura del perro ante la bocina del fonógrafo y el eslogan de ”la voz del amo”, tenía ya en 1928 unos 70 lugares de distribución de discos ”en los sitios más insólitos” de Chile.

Las influencias de la música popular de aquellos años que llegaban de Europa, Estados Unidos y sobre todo de México y Argentina en el caso de América Latina, dieron alas a la capacidad de asimilación de los chilenos, que reinterpretaron e hicieron suyos esos aires musicales foráneos.

En los campos chilenos, la cueca y la tonada, aires autóctonos daban la batalla contra el bolero e incluso contra el foxtrot, el baile creado en Estados Unidos y que aquí fue rebautizado como ”agarraditos”, según consigna el libro.

Pero fue la ranchera mexicana la que tuvo mayor acogida entre la población rural chilena, mayoritaria en la estructura demográfica de aquellos años, y la que consagró a Jorge Negrete como el gran intérprete, que en la discografía y en el cine abrió camino a Rosita Quintana, Pedro Infante y otros artistas de su país.

De la admiración se pasó a asimilar y a imitar. ”Una de las más famosas películas del cine chileno de fines de los años 30, 'Dos corazones y una tonada', es una especie de tentativa por crear una versión propia de lo que hacía el cine mexicano”, comentó Rolle al diario El Mercurio, de Santiago.

La época que abarca la obra, hasta la primera mitad del siglo XX, sitúa un universo musical-popular en el cual todavía no cobraba presencia la televisión, que comenzó a implantarse en Chile solo en 1962, cuando se jugó en este país la Copa Mundial de Fútbol.

La relación de la gente con la música en su hogar descansaba entonces en la radiodifusión y los pesados discos de vinilo, y desde el punto de vista de las relaciones sociales en los salones de bailes y centros de espectáculos.

La investigación de González y Rolle estableció que en 1936 había en Santiago más de 300 locales con pistas de baile.

”En todos lados había dos orquestas, una típica, otra de jazz y además un conjunto folclórico”, según el veterano guitarrista Pepe Fuentes, cuyo testimonio aparece en ”Historia social de la música popular en Chile. 1890-1950”.

Era el furor por el baile. ”El Rosedal”, la más grande de las quintas de recreo de Santiago, recibía a su público los fines de semana en horarios desde las dos de la tarde hasta las seis de la mañana del día siguiente.

Para González, las quintas por sus características eran espacios multisociales. Damas aristocráticas del balneario de Viña del Mar se desplazaban, una vez terminadas sus fiestas, hasta las quintas de recreo del vecino puerto de Valparaíso para aprender los nuevos bailes con los marinos, apuntó el musicólogo.

El bolero es uno de los protagonistas centrales de esta investigación histórica y social como el ritmo latino que irrumpe a partir de los años 30 y que se consagra en todo el mundo.

Agustín Lara, el famoso autor e intérprete mexicano de boleros, estuvo en Chile en 1941 y cantó durante 12 noches seguidas en el Tap Room, una boite de Santiago ya desaparecida, para resarcirse de millonarias pérdidas que tuvo apostando a la ruleta en el casino de Viña del Mar.

El episodio, recogido por González y Rolle en su libro, consigna que el autor de ”Noche de Ronda” actuó en el Tap Room ”pidiendo a cambio una botella de whisky y un papelillo de cocaína, droga chic de la época, aún sin penalizar”. (

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