CINE-VENEZUELA: El tesoro de bisoños directores

En los pueblos y campos de la América de habla hispana, de Cuba a Chile o de Argentina a México, ¿quién no ha oído hablar del hallazgo de un tesoro de monedas de oro enterrado al pie de un árbol o en las paredes de barro de una vieja casa?

Como las leyendas de La Llorona o El Silbón, también las historias de ”entierros” o ”botijas” nutren la imaginación y los cuentos de misterio que animan noches de conversación a la luz de una débil lumbre en el solar de alguna pequeña población o en un paraje rural.

También es así en Michelena, una diminuta localidad de montaña en los Andes del sudoeste venezolano, a 700 kilómetros de Caracas, que ha acunado la historia fílmica ”La Botija”.

”El tema estaba servido, está en la psique colectiva de un pueblo como el nuestro y decidimos convertirlo en una historia para un cortometraje”, narró a IPS el joven Carlos Uzcátegui, que se estrena como realizador y director en este trabajo.

El corto se terminó en octubre de 2004, ya obtuvo reconocimientos para varias categorías (actuación, dirección, fotografía) en la séptima muestra Zemos, de la Universidad de Andalucía (España) y será llevado al próximo festival de Cartagena, en Colombia.

Hay un detalle entre los cineastas de Michelena: no son profesionales y por primera vez se aventuran a realizar una película.

Uzcátegui y los suyos son colaboradores, casi siempre voluntarios, de la Televisora Comunitaria de Michelena, una estación que desde hace 11 años apenas cubre, con algunas horas de transmisión cada día, el municipio habitado por 18.000 personas.

Puestos a elaborar el guión, fue convocado el cronista del pueblo, Amable Tapias, y se tejió el argumento, mezcla de datos propios de la tradición con un relato en el que subyace el cuento de ”La Cenicienta”.

Es que la historia narra que son varios hermanos y hermanas quienes luchan por el tesoro, pero será la más humilde de ellas, nacida de la unión entre el viudo señor de la casa y una doméstica, la que finalmente se quedará con la riqueza.

Al guión le siguió la actuación y los vecinos acudieron a las audiciones para escoger las caracterizaciones, encabezados por Luis Jaimes, de 69 años, animador de la emisora de televisión, en el papel del dueño de la pequeña finca arada por bueyes que entierra las morocotas (monedas de una onza de oro) cuando sus hijos son pequeños.

La narración se ubicó hacia 1952, y no por casualidad: ese año asumió el poder en Venezuela, un país todavía muy rural, el general Marcos Pérez Jiménez, el más famoso de los venezolanos nacidos en Michelena y referente en las historias del poblado.

”Tratamos de recrear y recoger el ambiente de la época, el habla en nuestro pueblo y la belleza del paisaje. Los campos de Michelena viven del cultivo de flores y de frutas”, dijo Uzcátegui.

Pero también ”la constatación que hicimos de que mucha gente dice que le dijeron o le contaron, pero nadie conoce quién exactamente en verdad se ha encontrado una 'botija' (tesoro enterrado) con morocotas”, agregó. Como en cualquier rincón de América Latina.

El cortometraje formó parte de un programa de adiestramiento en técnicas audiovisuales para los activistas culturales en Michelena, que financió el Ministerio de Cultura con poco más de 2.000 dólares, en tanto pequeñas empresas y particulares de la zona contribuyeron con aportes en efectivo y en especie.

La historia feliz de ”La Botija” ”contrasta con una situación difícil que siempre ha tenido el cortometraje en Venezuela, principalmente porque no existe ley, costumbre ni acuerdo alguno que obligue a los exhibidores de cine a presentar esas producciones junto con los largometrajes comerciales”, observó a IPS el crítico Rodolfo Izaguirre, ex director de la Cinemateca Nacional.

Los espacios que preceden a la exhibición de cualquier filme en una sala comercial ”están copados por publicidad —incluida la de licores y tabaco, proscrita de la radio y televisión— y tampoco existen normas o convenios que le abran espacio a los cortometrajes en la televisión”, señaló Izaguirre.

Más aún, ni siquiera las universidades, ateneos y otras instituciones culturales cuentan con red alguna de cine-clubes que posibiliten la difusión de cortometrajes y estimulen a sus creadores, agregó el experto.

Por contraste, un inventario de la producción documental venezolana, que en la década pasada hizo la Cinemateca, mostró que ese tipo de producciones, en cortos, medios y largometrajes, prácticamente ha cubierto todas las regiones y temas asociados al quehacer venezolano, desde indígenas hasta urbanos y desde el mundo del trabajo hasta el mágico-religioso, recordó Izaguirre.

Lo que tampoco desanima a grupos como el de Michelena, que se apresta a producir ”Caminos de Valientes”, la historia de un grupo de campesinos que se autodenominaron montoneros y se conjuraron para liquidar a un despótico prefecto (alcalde) que gobernaba el pueblo en 1924, en plena dictadura de Juan Vicente Gómez (1908-1935). (

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