Mientras Estados Unidos mira hacia otro lado, China se cuela en América del Sur. Su desembarco puede favorecer un modelo económico débil, basado en la extracción de materias primas, y aderezar la ya picante corrupción vernácula.
Estos parecen los riesgos inmediatos de la repentina cercanía del mayor país del mundo.
Dado que, según algunos expertos, China tiene el potencial de convertirse en una nueva presencia hegemónica en la región en un par de décadas, su influencia también puede suponer un cambio importante en el equilibrio de fuerzas geopolíticas y económicas del hemisferio.
La importancia de la región para China quedó subrayada por la visita del presidente Hu Jintao a cuatro naciones latinoamericanas en noviembre (Brasil, Argentina, Chile y Cuba).
Por ahora, América Latina y el Caribe representan apenas 3,2 por ciento del intercambio comercial de China con el resto del mundo. Pero el país asiático es un enorme mercado de 1.300 millones de habitantes.
China es el segundo mayor mercado para las exportaciones de Brasil, país que representa la mitad del producto interno bruto sudamericano. Los ventas brasileñas a ese destino aumentaron 153 por ciento en 2003 con respecto al año anterior.
Hu es ambicioso.
Beijing firmó con México un acuerdo de libre comercio, y negocia otro con Chile, con el cual comerció por valor de 3.290 millones de dólares en 2003, un 35 por ciento más que el año anterior.
Los planificadores chinos conocen las fortalezas y debilidades internas y operan anticipadamente proveyendo mercados y plataformas de negocios que garanticen crecimiento a largo plazo, dijo a IPS el argentino Sergio Cesarin, magíster en economía por la Universidad de Beijing.
Empresas y gobierno forman una simbiosis de intereses que es parte del éxito de modelo de capitalismo chino o del socialismo con características chinas, señaló.
China es un formidable motor que necesita de productos básicos para sostener su crecimiento, de más de ocho por ciento anual en la última década. Su voracidad es responsable de la subida general de precios de las materias primas.
De acuerdo con el Banco Asiático de Desarrollo, China es el mayor consumidor de cobre, estaño, zinc, platino, acero y hierro. El año pasado absorbió 40 por ciento del cemento mundial, 30 por ciento del carbón, 30 por ciento del acero y 25 por ciento del aluminio y cobre.
Los economistas vinculan el crecimiento de la economía latinoamericana en 2004 al aumento de las compras chinas de productos básicos.
Además, entre los cinco mayores países inversores, China superó en 2003 por primera vez a Japón y ocupó el cuarto lugar, después de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, según la Organización de Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo.
En su discurso ante el parlamento brasileño, Hu afirmó que su país invertiría 100.000 millones de dólares en América Latina en los próximos 10 años. Y agregó que esperaba relaciones de amigos políticos de confianza en todos los ámbitos, con base en el apoyo mutuo.
China también busca aumentar la influencia política, los mercados y las redes de negocios para sus firmas, sintetizó Cesarin, coordinador de Estudios del Pacífico del Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de Argentina.
Todo el fenómeno (con aparatosas visitas y firmas de acuerdos valorados en decenas de millones de dólares), cuaja en un momento especial.
Varios países endeudados (en especial Argentina y Brasil) encuentran alivio en las ventas agroindustriales a China, mientras buscan algún camino de crecimiento distinto al estilo del ajuste de los últimos 20 años, en gran medida determinado desde Washington.
Los latinoamericanos necesitan liquidez y recursos. En 2003, la inversión extranjera directa a la región descendió 9 por ciento, hasta 36.700 millones de dólares. En 1998 (año pico de las privatizaciones) había sido de 88.000 millones de dólares.
La nueva cercanía china es simultánea al distanciamiento de Estados Unidos. La prioridad de Washington es la guerra contra el terrorismo, y su modelo de integración hemisférica (el Área de Libre Comercio de las Américas) está en el congelador.
Sin un pasado especialmente traumático en la región, China no despierta desconfianzas.
Beijing cuenta con aceitadas relaciones políticas con gobiernos de centroizquierda predominantes en la región, un espacio de vinculación dejado por Estados Unidos, una imagen pública positiva y las redes de chinos de ultramar que operan en la relación bilateral, agregó Cesarin.
Pero América del Sur (o mejor, el Mercado Común del Sur de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay) no muestra una estrategia de desarrollo desde la cual montar negocios con el socio asiático.
A pesar de reuniones de alto nivel entre Beijing y el Mercosur desde 1997 (la última en julio), el bloque está apenas construyendo la forma de acercarse a China, reconoció a IPS en noviembre el subsecretario de integración de la cancillería argentina, Eduardo Sigal.
Mientras el Mercosur construye el acercamiento, el presidente chino consigue con relativa facilidad que Brasil, Argentina, Chile y Perú declaren economía de mercado a su país, categoría que no tiene en la Organización Mundial del Comercio.
Este paso provocó iras de industriales brasileños y argentinos, siempre divididos por disputas comerciales, pero ahora unidos para protestar: peligran las barreras a la competencia desleal de productos chinos.
América del Sur corre peligro si establecemos una relación que aumente nuestra vulnerabilidad en materia de fluctuación de precios de productos básicos, opinó Cesarin.
El error, a su juicio, es no sentarse a reflexionar. Necesitamos que China traccione la mejora en la base industrial y la canasta exportadora de nuestros países, sostuvo.
México es ejemplo que se debe evitar. Algunas de sus industrias del calzado, el vestido y el vidrio no pueden competir con los productos chinos, de precios hasta 60 por ciento inferiores.
Las ventas chinas a México pasaron de 195 millones de dólares en 1989 a más de 4.000 millones en 2002, y 300 maquilas mexicanas (industrias de ensamblaje emplazadas en zonas francas) se mudaron al país asiático.
La venalidad es otra zona gris de la proximidad América del Sur-China.
La corrupción es fuente de 70 por ciento de las operaciones de lavado de dinero en Brasil, donde sólo un tercio de los recursos liberados por el gobierno llega a su destino, de acuerdo con el director del Departamento Judicial Internacional de la Fiscalía General de la Unión, Milton Toledo Junior.
En el Índice de Percepción de Corrupción 2004 de Transparencia Internacional, China aparece con un puntaje de 3,4 en la escala donde el 10 equivale a muy limpio y el cero a muy corrupto. Brasil tiene 3,9 puntos, Argentina, 2,5 y Paraguay, 1,9. Chile y Uruguay son excepciones, con 7,4 y 6,2 puntos, respectivamente.
La opacidad del régimen del Partido Comunista Chino (PCC) es casi completa.
El nivel de corrupción es alto, como en América Latina, dice Cesarin. Los chinos son proclives a lavar dinero, como gran parte de la elite latinoamericana.
Una fuente empresarial vinculada a la promoción de inversiones asiáticas en la región admitió a IPS la sensación de que hay negocios raros o dinero procedente de China o Hong Kong para operaciones en apariencia poco rentables, y que podrían enmascarar lavado de dinero negro.
Como China prohíbe la salida de depósitos, de algún modo hay que lavar el dinero de la corrupción, explicó esa fuente, que no quiso identificarse.
Según un informe del oficialista Diario del Pueblo de 2002, el lavado de dinero equivalía a casi dos por ciento del producto interno bruto de China en 2001 y a 11 por ciento de sus reservas en moneda extranjera.
La cuarta generación de líderes chinos, en el poder desde marzo de 2003, es consciente del caballo de Troya de la corrupción, afirma el libro Los nuevos dirigentes de China: Los archivos secretos, publicado en noviembre de 2002 por The New York Review of Books.
Pero los líderes están divididos sobre cómo afrontarla. Mientras Hu defiende rigurosos reglamentos para reclutar, entrenar y promover a miembros del partido, que incluyen investigaciones, interrogatorios y exámenes, otro grupo de dirigentes no cree que esto sea suficiente.
Estos propugnan ciertas medidas de supervisión popular, que llaman democracia, como elecciones competitivas limitadas y medios de comunicación parcialmente libres, como formas de poner cierta cota al poder.
Pero en China no existe ningún movimiento similar a la perestroika que acabó con la Unión Soviética en 1991, afirman los autores Andrew Nathan, profesor de la Universidad de Columbia, y Bruce Gilley, estudiante de doctorado de la Universidad de Princeton y colaborador de Far Eastern Economic Review.
Cualquiera que hubiera manifestado que el monopolio del poder del partido debía terminar, no habría sobrevivido al proceso de selección para el Comité Permanente del Politburó, señala el libro basado en reportes confidenciales del Departamento de Organización del PCC.
La pregunta es cómo evitar que políticos corruptos en nuestros países hagan negocios con agentes similares que provienen de China, formuló Cesarin.
En su opinión, el problema no son ellos sino quienes nos dirigen y tienen la obligación de definir políticas y estrategias colectivas.
El próximo año será clave, porque los acuerdos y negociaciones en marcha empezarán a delinear el grado de la influencia china. (