¿Cómo hace un periodista para informar desde un país como Iraq, donde la dinámica de los acontecimientos y los peligros cambian con tal rapidez?
La respuesta no es sencilla, pero hay algunas claves: flexibilidad, cautela, experiencia, juicio. Y calma.
Pocos periodistas determinan sus pasos con un manual para cubrir los acontecimientos en zonas en conflicto. La experiencia y el sentido común son, con frecuencia, las únicas herramientas disponibles para manejar una situación difícil.
Los periodistas primerizos en estas lides necesitan una dosis extra de cautela. Y necesitan ayuda de los colegas. Si usted es un primerizo, no pretenda ser un Rambo.
En una situación de combate, o en circunstancias en que la violencia parece inminente, la primera regla es permanecer tan lejos como sea posible del lugar de donde procederá la próxima bala.
Un ejemplo. En 1982, cuando Israel invadió Líbano y avanzó hasta Beirut, resultaba útil tratar de distinguir los proyectiles que salían de los tanques israelíes y de los que venían de las ametralladoras palestinas.
Después de un rato, el periodista aprendía a identificar la fuente de los disparos y si sería seguro aventurarse a salir a la calle. Este tipo de datos son los que pueden salvar una vida.
La experiencia puede con frecuencia ayudar a predecir si una situación calma puede tornarse violenta. Cuanto más pronto el periodista tome medidas de protección, más posibilidades tendrá de informar sobre el próximo conflicto.
En numerosas ocasiones, los periodistas cubren lo que al comienzo parece una manifestación pacífica, pero pocos minutos después se encuentran en medio del fuego cruzado. Entonces es que la calma importa.
La experiencia no siempre ayuda. El año pasado, me encontraba cubriendo una manifestación en Bagdad en que los seguidores de Moqtada al-Sadr, el clérigo chiita radical que encabeza el Ejército Mehdi, exigían la liberación de uno de sus dirigentes arrestados.
Unos pocos cientos de simpatizantes de Sadr habían bloqueado una carretera. A menos de 500 metros de distancia, tres vehículos artillados estadounidenses apuntaron contra ellos. Era obvio que la situación se tornaría violenta en cualquier momento.
Me dirigí entonces a un lugar equidistante de ambos bandos, con la intención de entrevistar tanto a los comandantes estadounidenses como a los líderes de la protesta.
De pronto, escuché un disparo. No podría decir de qué lado partió el primero ni porqué, y eso no importaba entonces. En cuestión de segundos, ese disparo se convirtió en un incesante fuego de ametralladora. La manifestación se dispersó.
Me refugié en una carpintería a mitad de camino, en un lugar donde podía registrar sonidos para emitir en mi espacio de radio. Algunos seguidores de Sadr me encontraron en el comercio y pretendieron sacarme de allí. Por suerte, el dueño y sus hijos intervinieron.
Los manifestantes pensaban que yo era un espía estadounidense. Ubicarme a mitad de camino entre los dos contendientes no había sido buena idea, después de todo.
Pero el incidente me dejó pensando en cómo cubrir las diferencias entre bandos en conflicto.
Comparemos, por un momento, el Beirut de 1982 con el Iraq actual. En Beirut, las líneas estaban claras. Uno sabía donde estaban los palestinos. Uno sabía dónde estaban las milicias cristianas. También sabíamos dónde se encontraban los israelíes.
Lo más importante de todo, uno conocía los distintos métodos de combate. Uno sabía, por ejemplo, que los diversos bandos tenían en su antagonista al objetivo principal. Los ataques contra civiles eran muy esporádicos.
Eso no sucede así en Iraq. La violencia al azar y el hecho de que nadie respeta reglas en esta guerra hace de la cobertura periodística una actividad mucho más peligrosa que en los conflictos de otrora.
En el Iraq de hoy, no se sabe qué automóvil puede estar cargando explosivos. O qué organización combatiente podría secuestrarte, y, en ese caso, cuál te liberará y cuál te asesinará. Eso dificulta decidir a quién entrevistar o a quién evitar, qué calles cruzar y cuáles esquivar, qué ciudades visitar y cuáles dejar en las sombras.
Muchas comisarías y edificios públicos han sido objetivo de ataques, pero uno debe pasar por ellos todo el tiempo. Si no lo haces, te verás confinado a tu habitación de hotel.
Esta situación convoca a la flexibilidad. Creo en la ética profesional, pero cuando estás trabajando en un área de guerra, algunas normas son menos sagradas que otras.
Los principios más aceptados ordenan que un periodista debe ser claro e inequívoco al manifestar quién es, de qué trabaja y para quién lo hace. Hace poco rompí esa regla, y no me estoy disculpando.
Me dirigí, junto con un colega estadounidense, a la ciudad sagrada chiita de Nayaf, cerca de Bagdad, en el peor momento del asedio a esa ciudad el mes pasado.
Entonces circulaban diversas versiones sobre la creciente cantidad de bajas civiles debidas a bombardeos indiscriminados de las fuerzas ocupantes. Queríamos verlo por nuestros propios ojos, por lo que decidimos visitar uno de los principales hospitales.
El administrador del centro médico era notoriamente antiestadounidense, pero se mostraba amistoso con nuestros colegas de la británica BBC, aunque Londres se había aliado con Washington para invadir Iraq.
Por lo tanto, mi colega y yo decidimos convertirnos en canadienses. Funcionó. Así logramos entrevistar a un niño cuya familia aseguraba que había sido herido por bombas estadounidenses.
Muchas veces, lo mejor para acceder a la información es esperar. Los periodistas deben hacer gala de paciencia en estas ocasiones. Si tuviera un centavo por cada minuto que debí esperar en este trabajo, me retiraría rico.
Aunque se tomen todas las precauciones, el riesgo de morir es real. Si eso preocupa a un periodista, mejor que no ingrese en una zona de conflicto.
La organización independiente de defensa de la libertad de prensa Reporteros sin Fronteras informó que al menos 40 periodistas y colaboradores de medios de comunicación han sido asesinados desde el comienzo de los combates en Iraq en marzo de 2003, 25 de los cuales este año. Otros dos están desaparecidos. (