Michiko Suda, ama de casa de 38 años, se atrinchera en la sala los sábados de noche. No permite que nadie la moleste cuando se emite su telenovela favorita en la capital de Japón.
Ni mi esposo ni mis mejores amigas podrían convencerme. Me perdería una boda antes que la telenovela, dice Suda, quien se confiesa por primera vez en la vida fanática de un programa televisivo.
No está sola. Cientos de miles de mujeres japonesas, la mayoría de treinta y cuarenta y pico, se han vuelto ardientes seguidoras de los culebrones producidos en Corea del Sur y transmitidos por canales de televisión que apelan a la modernas tecnologías de la banda ancha.
Y las imágenes que las atraen al borde de sus asientos no están hechas en Japón, sino en la vecina Corea del Sur. Se trata de una tendencia novedosa en la industria del entretenimiento nacional, tradicionalmente dependiente de las producciones occidentales.
Estamos presenciando un auge de la producción surcoreana, dijo Haruko Konishi, productor de So-net, compañía televisiva que transmite su programación por banda ancha (Internet a alta velocidad y gran capacidad de conexión) y que ha realizado fuertes inversiones en Seúl.
El gran éxito de la telenovela surcoreana Sonata invernal es digno de estudio. El programa comenzó a emitirse por el canal satelital BS-2, de la cadena estatal NHK, pero por su éxito pasó a NHK-G, el canal de banda ancha de la red.
Para eso, debió relegar programas producidos en Estados Unidos, e incluso aplazar la emisión en banda ancha de los cuatro últimos capítulos de la temporada de la popular series The West Wing.
La popularidad de las producciones surcoreanas revela una nueva tendencia en la televisión japonesa, que hasta ahora había dependido de Occidente. Y esta tendencia llegó para quedarse, dijo el analista Tomohiro Sagawa, de la principal revista de negocios de Japón, Nikkei Business.
Las telenovelas surcoreanas alcanzaron el éxito a pesar de estar concentradas en el por ahora restringido mercado de la banda ancha, lo cual ha allanado el camino a la penetración de productos culturales de otros países de Asia oriental, sostuvo Sagawa.
El auge de Internet ha sido de ayuda. Ya operan en el país 78 emisoras de televisión por banda ancha y por cable. Los suscriptores de la banda ancha son por ahora entre tres y cuatro millones de los 126 millones de habitantes, pero los analistas pronostican que el número crecerá.
Hasta ahora, la producción japonesa inundaba Asia, pero ahora se registra la corriente contraria. La producción asiática se convierte en una oportunidad de negocios para compañías de comunicaciones japonesas que luchan por sobrevivir, explicó Sagawa.
So-net, creada hace dos años, es un ejemplo de eso. Konishi atribuyó a la transmisión de los 18 capítulos de la telenovela surcoreana Shinjitsu (Verdad) el hecho de que haya triplicado sus abonados a 460.000 desde julio de 2003.
So-net es una subsidiaria de Sony Communications Corp. y tiene tres canales que emiten series televisivas originales, documentales y programas de deportes.
Hemos reinventado nuestra imagen y ahora nos concentramos especialmente en teleteatros surcoreanos, que es nuestro mejor 'gancho', afirmó Konishi.
En abril, So-net invitó al actor surcoreano Ryu Shi Won para promocionar el tercer culebrón que protagoniza. Y en agosto presentará Lavandera, una serie dramática de Taiwán. Estamos aprovechando el auge de la producción asiática. El riesgo vale la pena, según Konishi.
La juventud es nuestro principal objetivo. Los jóvenes son más abiertos y necesitan constante estímulo. Los productos asiáticos colman esa demanda empresaria, pues son más baratos y ofrecen novedad, agregó.
Incluso el mercado japonés de la animación, el más célebre del mundo, afronta ahora la amenaza de los países vecinos de Asia oriental.
Series surcoreanas como Africa, a.F.r.I.c.A tuvieron éxito reflejando cuestiones espinosas como la pobreza y la epidemia de sida.
En abril, un canal de Tokio especializado en animación comenzó a emitir los 26 capítulos de otra serie surcoreana, Animation Lagnarok, protagonizada por seis monstruos.
El avance asiático se percibe también en el campo de la música popular. La nueva estrella es la tailandesa Palmy, de 22 años, contratada por la compañía Universal Music World Japón.
Palmy, de ascendencia belga y tailandesa, tiene la voz y la apariencia que seduce al público japonés, explicó el productor Hiroaki Kaneko.
Los jóvenes japoneses pueden identificarse con ella porque se les parece, por modales y características físicas. Con promoción masiva, puede convertirse en una estrella de la misma magnitud que otros cantantes japoneses, agregó.
El cambio del gusto de los japoneses de lo occidental a lo asiático es el factor que debe observarse, según Kaneko.
La prueba de fuego será convencer al público japonés de que Asia tiene producciones de calidad y música tan buena como la de Japón u Occidente. Debemos concentrarnos en educar a los japoneses de que cambien viejas actitudes según las cuales lo occidental era lo mejor, dijo.