Más de cuatro meses después que su familia política le amputara ambas piernas como castigo por una supuesta relación adúltera, Musarrat Sultana Shaheen yace en una cama de un hospital de Lahore, en el norte de Pakistán.
Su condición es estable, pero no es posible brindarle una terapia completa en Pakistán. Aun después de cuatro meses de tratamiento, sus suturas se sueltan con frecuencia, afirmó un médico por teléfono.
Musarrat, de 24 años, espera que sus victimarios sean castigados pronto. Por ahora, los autores del ataque (su suegra, su cuñado y el esposo de su cuñada) están en la cárcel, acusados de lesiones e intento de homicidio, a la espera de sentencia.
El de Musarrat es uno de los peores casos reportados de violencia doméstica en este país de Asia meridional.
La violencia doméstica es una serie continua de acciones, que van desde las amenazas y el acoso hasta el homicidio, señaló Samantha Lamb, estudiante de derecho de la Universidad McGill, de Canadá, en un informe sobre violencia doméstica realizado para la Comisión de Derechos Humanos de Pakistán.
En un estudio realizado en 1998 por la Asociación de Mujeres Abogadas de Pakistán, 30 por ciento de las mujeres rurales y 17 por ciento de las urbanas denunciaron abusos físicos de sus esposos, aunque los expertos creen que los porcentajes de mujeres víctimas de violencia son mayores.
El caso de Musarrat combina elementos de una cultura patriarcal con actitudes conservadoras y pobreza, reflejada en la ausencia de su esposo, que se fue a trabajar a Grecia.
Grupos feministas y de derechos humanos esperan que el espeluznante caso haga reaccionar a una sociedad que en general ignora la violencia doméstica en nombre de la tradición, considerándola un asunto privado.
Musarrat, que procede de la aldea Chak 75-NB, cerca de la localidad de Sargodha, a tres horas de viaje de Lahore, se casó hace cuatro años con un primo lejano, que partió hacia Grecia un año después.
Seguí viviendo con mi familia política, y todo marchaba bien, aunque había problemas y peleas frecuentes en toda casa, contó la joven a IPS con voz frágil, mientras su hijo de tres años observaba de pie.
Según diarios locales de Sargodha, la relación de Musarrat con su familia política comenzó a deteriorarse cuando su esposo dejó de mandarles dinero, después de haber logrado un ingreso estable un año atrás.
Otros periódicos afirman que los problemas empezaron por la negativa de la familia de Musarrat a casar a una de sus hijas con el cuñado de Musarrat.
El abuso verbal se convirtió en abuso físico, contó la mujer. Su suegra la golpeaba, y sus cuñados la insultaban y fastidiaban continuamente.
Su esposo no podía regresar porque es un inmigrante indocumentado en Grecia. Pagó cientos de miles de rupias a traficantes de personas para que lo llevaran a Europa.
Cuando la familia de Musarrat quiso intervenir para protegerla, sus parientes políticos la amenazaron con el divorcio, que significa un estigma para la mujer en esta sociedad conservadora.
Los pakistaníes, en particular en comunidades rurales tradicionales, hacen cualquier cosa con tal de conservar un matrimonio. Ni siquiera las mujeres víctimas de abusos obtienen apoyo de su propia familia si quieren separarse, afirmó Namoos Zaheer, consultor del Ministerio de Desarrollo de la Mujer.
Las mujeres divorciadas no sólo son consideradas una carga económica por sus familias, sino una carga socialmente injustificable, señaló Namoos, integrante de un equipo gubernamental que viajó a Sargodha para investigar el caso de Musarrat.
Ante las amenazas de divorcio, la familia de Musarrat desistió de intervenir. El pasado enero, los cuñados comenzaron a acusar a la joven de encontrarse con un joven de mañana en el campo, adonde las mujeres van a hacer sus necesidades, en ausencia de instalaciones sanitarias en la casa.
En sociedades tribales, es común acusar a las mujeres de relaciones extramaritales para castigarlas por algo y obtener aceptación social para los ataques contra ellas.
Musarrat negó tal relación, pero no pudo contener la furia de sus parientes políticos. El pasado 7 de febrero, l uego de atarla a la cama, su cuñado, su suegra y el esposo de su cuñada le cortaron las piernas debajo de las rodillas. La joven perdió la conciencia debido a la profusa hemorragia.
Para detener el sangrado, sumergieron sus piernas en aceite caliente. Cuando los vecinos descubrieron la situación de Musarrat, los parientes la llevaron al hospital de Sargodha y dijeron a los médicos que alguien la había hechizado y por eso perdió sus piernas.
Rubina Bhatti, que trabaja con un grupo local de derechos humanos en Sargodha, afirmó que Musarrat y su familia recibieron presiones de su biradari (clan) para que retiraran los cargos y llegaran a un arreglo.
Pero la presión pública y el apoyo que han recibido de la sociedad civil los animaron a proseguir el caso en la justicia hasta el fin, señaló.
Además, el programa de Geo (un canal de televisión privado) sobre la experiencia de Musarrat generó muestras de apoyo de todo el mundo, agregó Bhatti. Médicos estadounidenses intentan llevarla a su país para darle tratamiento y colocarle piernas artificiales.
Mientras, grupos feministas subrayan que el caso pone en evidencia la necesidad de una ley que se ocupe específicamente de la violencia doméstica contra la mujer. Pero hasta septiembre no se presentará ese proyecto al parlamento, anunció la asesora gubernamental sobre asuntos de la mujer, Nilofer Bakhtiar.
Las penas que establecen las leyes vigentes son poco severas. El castigo por atacar físicamente a una persona, sin ser en defensa personal, es de hasta tres meses de prisión, o una multa de apenas 500 rupias (nueve dólares), explicó la abogada Nadir Altaf.
La violencia doméstica, a menos que cause lesiones graves, es ignorada para todos los fines y efectos, afirmó Altaf. (