Nuevos paneles fotovoltaicos dan electricidad a las oficinas de Sayed Abdullah en Kabul. Así debe ser, pues se trata del director del Departamento de Energía Renovable del Ministerio de Agua y Energía de Afganistán.
El hecho de que Afganistán tenga una oficina a cargo de la energía de fuentes renovables resulta más sorprendente para los extranjeros que para los nacionales.
Tuvimos unidades de energía solar en el pasado, pero fueron todas destruidas por la guerra, dijo Abdullah a IPS. La demanda de calefacción para las habitaciones del hospital de Kabul y de otras instalaciones vitales se cubría entonces con energía solar.
Las guerras no dejaron casi nada de esa infraestructura. El sistema de captación de energía solar de Kabul fue destruido dos veces, y luego fue saqueado, dijo el viceministro de Energía, Gulam Jelani Jelis.
El funcionario es uno de los 3.000 participantes de 154 países en la Conferencia Internacional sobre Energías Renovables que se celebra en Bonn hasta este viernes.
La destrucción del sistema de captación representó una pequeña parte de los daños a la infraestructura de energía. En el cuarto de siglo que siguió a 1978, todo lo que tuviera valor militar o económico fue destruido, robado, saqueado o transferido a países vecinos, dijo Jelis.
Eso incluyó buena parte de la infraestructura total de distribución eléctrica, pues apenas quedaron unos pocos kilómetros de líneas principales, explicó.
La Unión Soviética ocupó Afganistán con sus tropas en 1979, y se retiró del país asiático en 1989, en las vísperas de su colapso.
El movimiento islámico Talibán llegó al poder en 1996 y fue desalojado por una operación militar estadounidense en diciembre de 2001, dispuesta en respuesta a los atentados terroristas que dejaron 3.000 muertos en Nueva York y Washington en septiembre de ese año.
En 1994 y 1995, Kabul casi no tenía electricidad, y mantener en funcionamiento los servicios esenciales era un esfuerzo que iba más allá de la imaginación, sostuvo Jelis.
Cuando terminaron los combates, se constató que buena parte de los funcionarios a cargo de la energía eléctrica habían huido del país o muerto, y que quienes retornaban ya estaban jubilados.
La infraestructura de Kabul está en vías de reconstrucción. Algunas calles volvieron a iluminarse. Pero las dificultades aumentan: el regreso de los refugiados implica que, en lugar de dar electricidad a 800.000 personas, habrá que pensar en tres millones.
Apenas seis por ciento de los 29 millones de afganos tienen acceso a electricidad, y prácticamente ninguno en las áreas rurales, donde reside la mayoría de la población.
Es por esa razón que Afganistán necesita apelar a la energía de fuentes renovables, según Abdullah. La alternativa es la quema de estiércol vacuno y de leña, en perjuicio del cuatro por ciento del territorio aún cubierto por bosques.
Por eso hemos organizado muchos estudios sobre el uso de fuentes renovables de energía. Se han instalado instrumentos de medición para establecer la factibilidad de la energía eólica, y analizamos todas las posibilidades de ubicar unidades fotovoltaicas, dijo Abdullah.
También se explora la generación de hidroelectricidad en pequeñas centrales, así como el uso de biomasa en sustitución de los combustibles tradicionales.
Las principales fuentes de energía analizadas en la conferencia en Bonn son la solar, la eólica y la biomasa, combustible derivado de los residuos de la agricultura y la forestación.
Afganistán no podría implementar proyectos en la materia con sus propios recursos. Instituciones y empresas alemanas y francesas desarrollan proyectos descentralizados de energía en todo el país asiático.
No todas son donaciones. Jugamos el rol de facilitadores de negocios sustentables, dijo a IPS Ulrich Stohr-Grabowski, de la Agencia Alemana de Cooperación Técnica (GTZ), una institución financiada por el Estado pero administrada de manera independiente.
Si no es un buen negocio, el proyecto se romperá apenas nos vayamos, explicó.
En Bonn, la GTZ procura poner a funcionarios afganos en contacto con compañías y bancos de microcrédito que puedan financiar proyectos de fuentes renovables de energía, también respaldados por el programa de solidaridad con ese país montado por el Banco Mundial.
Noventa por ciento de la demanda de energía de Afganistán tienen relación con la calefacción. Los últimos esfuerzos se refieren a la denominada arquitectura solar pasiva, serie de elementos de diseño que impiden la fuga de calor de los edificios.
Esas aplicaciones harían una gran diferencia en Afganistán, donde algunas escuelas están cerradas seis meses al año por el frío.
Mientras, el uso de leña y hornos antiguos en esas condiciones tiene efectos devastadores, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), que calculó que en Asia mueren un millón de personas por año a causa del humo de cocinas y estufas.
La violencia en Afganistán concentra la atención de los medios de comunicación internacionales, pero el mayor asesino es el frío. En esas condiciones, las fuentes renovables de energía son tan vitales como el oxígeno.