CUBA: Renacimiento del Barrio Chino

Hay un lugar bajo el sol caribeño de La Habana donde los calendarios tienen 13 lunas, de vez en cuando suena un gong antiquísimo y se agita un león de papel y tela como si fuera Cantón.

La comunidad china cubana celebra esta semana el VII Festival de Chinos de Ultramar, con danzas típicas y ejercicios de artes marciales, pero sobre todo exquisiteces culinarias de maestros llegados desde ocho países.

”Poco a poco el Barrio Chino comienza a revivir”, opina Luisa Wong, de 75 años, de ojos rasgados y piel cobriza, con ancestros asiáticos y africanos, que hace 15 años daba por muerta esa barriada en el corazón de La Habana.

La vida de Wong es en sí una representación de la de muchos vecinos de la zona, con ancestros asiáticos, africanos y españoles, a menudo de los sectores más pobres y explotados de la población.

Desde el domingo, jefes de cocina de China, Canadá, Ecuador, Estados Unidos, Francia, Panamá, Perú y Vietnam le dan lustre al menú de sociedades del que fuera el barrio chino más populoso de América Latina.

Venido a menos desde los años 60, tras el nuevo proceso de cambios sociales, políticos y económicos de la isla, ese barrio trata de tomar nuevo vigor desde los años 90, con la apertura de pequeños negocios.

”Nunca el barrio será el de antes, cuando proliferaban todo tipo de negocios en el más mínimo espacio, con unos precios tan económicos que casi resultaba inexplicable cómo los chinos podían tener alguna ganancia”, afirma Wong.

En la isla, las especialidades culinarias de esa región son en la actualidad el rostro más visible de una comunidad que se conformó con oleadas migratorias desde 1830 hasta primera mitad del siglo XX.

Como guiada por el refrán de que ”el amor entra por la cocina”, la comunidad trata de revivir ahora los negocios gastronómicos con precios que resultan competitivos con otros de la poca oferta privada autorizada en la isla.

Para Wong, que trabaja en uno de los restaurantes de la zona, ha sido ”un desafío de imaginación equilibrar el menú chino” con las variantes gastronómicas enraizadas en la isla, herederas de España y en alguna medida de Africa.

En el festival, hasta este jueves, un grupo de cocineros llegados de China muestra lo más reciente de la comida de una nación con la cual La Habana fortalece sus relaciones gubernamentales en estos tiempos.

Así la población conoce ”algo jamás visto en Cuba”, dijo la prensa local, en referencia a esculturas de legumbres y vegetales presentadas en estos salones, un milagro en años de estrechez para la cocina de los hogares de la isla.

Los dátiles abrillantados y pastelillos de frutas y cremas son ganchos prometidos por un festival que trata de devolverle bríos al barrio, con ofertas al alcance de los menguados bolsillos de la población.

El festival reafirma la visión atribuida al barrio de optar por bienes y servicios a precios competitivos.

Hay que vender ”barato pero mucho”, sostiene Wong, y recuerda los tiempos en que trabajó en huertas, lavanderías y ”bodegas”, almacenes de provisiones barriales.

”Las personas más jóvenes poco saben de lo que fue esta zona”, lamenta la entrevistada, mientras mira el amasijo de calles que se entrecruzan a medio camino entre La Habana Vieja y el centro moderno de la ciudad.

Cuenta la tradición que la comunidad de origen chino en Cuba fue formada en 1830 por cantoneses que vivían en Filipinas, hablaban castellano, conocían las costumbres españolas y tenían habilidades como domésticos, horticultores y floristas.

Luego desembarcaron en enero de 1847 unos 200 culis, con sus pantalones y camisas anchas, y sus sombrero cónicos de bambú tejido, con la esperanza de hacer dinero en los campos de caña de azúcar y regresar prósperos a su tierra.

A los chinos, traídos bajo contratos casi de esclavitud en la isla en el siglo XIX, se les recuerda por haberse sumado a las gestas independentistas contra el gobierno colonial de España.

”La principal causa de las rebeliones y fugas que se sucedieron desde un principio, fueron los castigos corporales”, sostuvo, en un estudio sobre los culis inmigrantes, el historiador y demógrafo cubano Juan Pérez de la Riva.

Por su coraje, los chinos merecieron altos grados del Ejército Libertador en el siglo XIX. Un monumento habanero les rinde el mejor homenaje a quien fue al frente: ”No hubo un chino cubano traidor, no hubo un chino cubano desertor”.

Los inmigrantes y sus descendientes se fueron organizando en sociedades, generalmente según su lugar de procedencia, pero también las hubo patronímicas, corporativas o gremiales, secretas, políticas, artísticas y deportivas.

No todas sobrevivieron, y es difícil a menudo detectar sus edificios entre las descoloridas fachadas de Centro Habana, una de las zonas más deprimidas de la capital, donde nada evoca su esplendor de otros tiempos.

Las sociedades que han persistido y algunas que se reactivan aún celebran fechas históricas que marcan la relación de China con Cuba, y realizan festejos tradicionales como los de la Fiesta de la Primavera o el Día de la Claridad.

Un pórtico con la altura de un edificio de cuatro pisos, donado en la década pasada por Beijing, marca la zona donde reside la mayor parte de la comunidad china, en la que sólo unas 200 personas nacieron en Asia.

A los chinos que vinieron en el siglo XX de California, al sudoeste de Estados Unidos, se les agradece la introducción a la isla del arroz frito, quizás el único plato de origen chino popular en la cocina cubana, para una cena o almuerzo especial.

Wong contó que en su casa se mantienen tradiciones como la de incluir abundantes vegetales en la dieta diaria y a veces el uso de palitos en vez de cuchillo y tenedor. (

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