Mamerthe Karuhimbi tenía 19 años cuando los asesinos llegaron a su casa, en el poblado ruandés de Nyamata, hace un decenio.
El 6 de abril de 1994, el avión en que viajaban los presidentes Juvenal Habyarimana, de Ruanda, y Sylvestre Ntibantunganya, de Burundi, fue abatido en Kigali.
Pocas horas después, una ola de violencia inundó este pequeño país de Africa central, a manos de soldados y milicias de la mayoría hutu que se ensañaron con la minoría tutsi y otros hutus con posiciones moderadas.
Karuhimbi escapó de numerosos ataques. Incluso huyó del predio de una iglesia donde miles que allí se refugiaban resultaron masacrados. Finalmente, se ocultó en la selva, pero luego de ser violada y de ver cómo mataban a su novio a machetazos.
De los 12 miembros de su familia, solos obrevivieron Karuhimbi y su madre. No tengo futuro porque no tengo familia ni hijos, dijo la joven a IPS.
Así explicó esas palabras Elizabeth Onyango, coordinadora de programas de la organización no gubernamental African Right: Muchas de las sobrevivientes se perciben como si ya estuvieran muertas. Están realmente confundidas, y no saben si deben ser felices o no por estar vivas.
Siempre está la pregunta: '¿Por qué estoy viva?', ejemplificó.
Ruanda conmemorará el 10 aniversario del genocidio con la inauguración este miércoles de un memorial en Kigali. Mientras, muchas mujeres como Karuhimbi aún deben lidiar con el venenoso legado de la masacre, que se extendió por 100 días.
El ministro de Deportes, Juventud y Cultura de Ruanda, Robert Bayugamba, dijo la semana pasada que se recuperaron los cadáveres de 937.000 masacradas en ese periodo, y que esperaban hallar más.
Muchas mujeres perdieron todo durante el genocidio. No tienen casa, son pobres, son muy vulnerables y no pueden encontrar dinero para sus hijos, dijo Aurea Kayiganwa, de Avega-Agahozo, una organización de viudas del genocidio.
Mujeres mutiladas afrontan la carga adicional de la discapacidad física. Lo que agrava el panorama, según Kayiganwa, es que muchos de los genocidas tienen hoy un nivel de vida relativamente acomodado.
Una mujer que pierde al marido y no tiene hijos a los que cuidar no se sentirá bien en su comunidad. La mujer sobreviviente del genocidio es pobre, pero los genocidas están bien: tienen dinero, vivienda, familia e hijos, agregó.
Ruanda es uno de los países más pobres del mundo, con un ingreso bruto por persona de apenas 230 dólares anuales. La mayoría de los ocho millones de habitantes viven con menos de un dólar diario. Las mujeres son los más pobres de los pobres.
El abuso sexual durante el genocidio también dejó cicatrices. Una coalición de organizaciones femeninas ruandesas, Pro-Femmes Twese Hamwe, calcula que 90 por ciento de las tutsis sufrieron violación, aunque la mayoría no denunció la agresión.
La violación fue un arma del genocidio. Las tutsi las sufrieron sistemáticamente, dijo la activista Maria Immaculee Ingabire, portavoz de Pro-Femmes. Muchas mujeres, tanto hutus como tutsis, fueron violadas en campamentos de refugiados ruandeses de República Democrática de Congo, Tanzania y Uganda.
Fuerzas del gobierno entonces dominado por los hutu y las milicias Interahamwe (los que luchan juntos, en ruandés) son responsabilizados del genocidio, pero también se acusa al insurgente Frente Patriótico Ruandés (RPF), mayoritariamente tutsi, que comenzó sus ataques en 1990.
Expertos consideran que la acción del RPF fue lo que enardeció a las fuerzas hutu.
El entonces jefe de las fuerzas de paz de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en Ruanda, Romeo Dallaire, recuerda haber exigido reiterada e infructuosamente al entonces subsecretario general del foro mundial, Kofi Annan, medidas para poner fin al genocidio pocos días antes de que comenzara.
En la conservadora Ruanda, es muy difícil para las mujeres hablar sobre violación. La sociedad no comprende a las víctimas, dijo Ingabire a IPS. Es seguro que una soltera violada pueda casarse luego.
Muchas de las víctimas fueron violadas por pandillas enteras, y no conocen a sus atacantes, lo cual dificultó las denuncias. Para peor, años después muchas resultaron portadoras del virus de inmunodeficiencia humana, lo que atribuyen a la violación.
A medida que los huérfanos e hijos de los violadores y sus víctimas crecen y comienzan a preguntar por sus padres, aumenta la necesidad de ayuda. Lo que queremos ahora es gente que ayude a las víctimas del genocidio, dijo Kayigamwa. (