Los acontecimientos de esta semana en Iraq parecen indicar que Estados Unidos va camino a convertirse otra vez en el gigante penoso que llevó adelante con obstinación la guerra de Vietnam de 1964 a 1975.
Se suponía que el viernes las fuerzas de la coalición estarían festejando a toda pompa el primer aniversario de la liberación de Bagdad y la caída del gobierno de Saddam Hussein, pero en realidad pasaron enfrascadas en sangrientos enfrentamientos con la resistencia iraquí en distintas partes del país.
Estados Unidos enfrenta en Iraq justamente lo que quería evitar: una guerra urbana con distintos frentes, policías iraquíes desertando para no ser víctimas de la resistencia, toma de rehenes extranjeros y el deterioro acelerado de su plan de reconstrucción de la nación.
Qué desastre, fue la expresión más repetida en los cafés y trenes subterráneos de Washington esta semana, mientras en la Casa Blanca reinaba la sorpresa y, en los programas periodísticos, la guerra de Vietnam era la comparación más usada.
El gobierno de George W. Bush subestimó la dificultad y la complejidad de la tarea en Iraq, admitió el miércoles el senador Saxby Chambliss, del gobernante Partido Republicano y uno de los políticos más leales al jefe de Estado.
En la última semana, 42 soldados estadounidenses murieron combatiendo en el llamado triángulo sunita, en el sur dominado por chiitas y en la propia Bagdad.
También murieron cientos de iraquíes, la mayoría de ellos en la cercada ciudad sunita de Falluja, en el norte.
Al principio, pocos analistas creían que la resistencia iraquí podría llegar a constituir una amenaza real para el poder militar estadounidense, pero este sábado estaba claro para todos que la insurgencia crece y la situación se vuelve día a día más explosiva.
Las implicaciones políticas tanto en Iraq como en Estados Unidos de los combates de esta semana son enormes.
Para empezar, Washington prometió siempre que reduciría su presencia militar de 135.000 a 110.000 efectivos para junio, gracias a colaboración de los 20.000 soldados de la coalición de los dispuestos y a los 80.000 policías iraquíes reclutados y desplegados en todo el territorio.
Pero estos planes se diluyeron con el levantamiento esta semana de los seguidores del líder chiita Moqtada Al Sadr en la capital iraquí y en varias ciudades del sur.
Ante el levantamiento, muchos policías desertaron y gran parte de ellos se unieron a la resistencia, mientras los países dispuestos parecen ya no estarlo tanto.
Se espera para las próximas semanas el retiro de los 1.300 soldados de España, luego de que triunfara en las elecciones de ese país el socialista José Luis Rodríguez Zapatero, opuesto a la ocupación.
Luego de perder un soldado, el contingente de Ucrania se retiró de la oriental ciudad de Kut a una base más segura, dejando todo su arsenal en manos de los seguidores de Sadr.
La consecuencia concreta de la nueva ola de violencia es que el gobierno de Bush no sólo deberá postergar sus planes de repliegue, sino que se siente obligado a enviar al menos 30.000 soldados más para reforzar sus tropas, que parecen cada vez más vulnerables.
Los generales no lo dicen abiertamente, pero están indignados, aseguró Robert Novak, columnista del periódico The Washington Post con varias fuentes en el Departamento de Defensa.
Observadores en Washington consideran muy difícil poder enviar un nuevo contingente a Iraq, debido al gran despliegue de tropas hecho en todo el planeta para la campaña contra el terrorismo lanzada luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington.
Además, un refuerzo de tropas le daría pie a los opositores de Bush para acusarlo de no haber planeado bien la ocupación y confirmaría los temores en la opinión pública estadounidense de que la situación se agrava en forma acelerada, sin solución a corto plazo.
Esto es algo totalmente rechazado por el presidente, que intenta cualquier comparación de la ocupación en Iraq con la guerra de Vietnam, sobre todo cuando faltan apenas siete meses para los comicios en los que buscará su reelección.
Una encuesta del Pew Research Center reveló que la aprobación de la política de Bush en Iraq disminuyó en Estados Unidos de 59 por ciento en junio a 40 por ciento esta semana, y que 57 por ciento de los estadounidenses no creen que la Casa Blanca tenga una estrategia clara para el futuro en ese país árabe.
Otro error en los cálculos de Washington fue considerar a Sadr como una figura marginal dentro de la comunidad chiita.
El líder religioso pudo haber sido marginal, pero la decisión de la Autoridad Provisional de la Coalición en Iraq de cerrar su semanario ûacusándolo de publicar artículos incitando a la violencia û y librar una orden de captura contra él lo consolidaron como la cabeza de la resistencia a la ocupación.
Durante toda la semana, funcionarios estadounidenses en Washington y en Bagdad insistieron en que Sadr y sus seguidores, supuestamente unos pocos hombres y mal entrenados, serían aislados y reducidos fácilmente. Pero, con el pasar de los días, fue quedando claro que la tarea no era tan sencilla.
El gran ayatolá chiita Alí al Sistani, de quien las fuerzas de la ocupación no han logrado obtener apoyo, en ningún momento criticó a Sadr, quien a su vez fue ganando respaldo de los sunitas.
La operación militar estadounidense contra las fuerzas de Sadr en Falluja fracasó y sirvió para unir a chiitas y sunitas en la resistencia contra la ocupación, admitió David Ignatius, columnista de The Washington Post y hasta ahora siempre defensor de la política de Bush en Iraq.
El fracaso de la estrategia de Washington se hizo más evidente el viernes por la noche, cuando los miembros del Consejo de Gobierno Provisional de Iraq marcaron distancia de las últimas acciones de la coalición.
Adnan Pachachi, uno de los miembros del Consejo más cercano al Departamento de Estado (cancillería) estadounidense, calificó la ofensiva contra Falluja de ilegal y totalmente inaceptable.
Mientras, Iyad Alawi, prominente chiita y colaborador de los servicios de inteligencia británico y estadounidense, renunció al Consejo, al igual que el ministro de Derechos Humanos, Abdel Basit Turki.
Las fuerzas estadounidenses en Iraq se convirtieron esta semana en lo que evitaban ser hace un año: un ejército de ocupación peleando una guerra urbana contra una amplia insurgencia iraquí, escribió Ignatius.