INFANCIA-URUGUAY: La pobreza es de los niños

Christian tiene 14 años, y pasa toda la tarde vendiendo calendarios en los ómnibus de la capital uruguaya junto a su hermano Jorge, un año menor que él. Cada vez hay más niños como ellos en Uruguay.

Por la mañana van a la escuela pública, pero a partir del mediodía, haga frío o calor, se dirigen a 18 de Julio, la principal avenida de Montevideo, a trabajar por unas moneditas que luego entregan a su madre, que los espera en una vivienda de uno de los suburbios pobres de la capital.

Papá ”no está”, y hay que ir a buscar el dinero para comer, explica Christian, sin revelar más, pero mostrando en sus ojos amables todo su mundo.

”Mamá es la única que sabe cocinar, y entonces nos cocina a nosotros”, añade e interrumpe la charla para subir a un ómnibus recién llegado, de donde bajan tres escolares con uniformes relucientes. Pasa entre ellos y sigue su camino y su trabajo.

En Uruguay, la pobreza infantil aumentó en forma sistemática desde 1986, entre otras razones porque sucesivos gobiernos no supieron aprovechar los mejores momentos económicos, según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).

En 1986, había dos niños pobres por cada adulto mayor de 65 años pobre. En 1995, esa relación pasó a siete niños por cada adulto y en 2003 a nueve niños por cada adulto, señala el informe ”Observatorio de los derechos de la infancia y la adolescencia en Uruguay”, presentado este miércoles en Montevideo por Unicef.

En 2002, 46,6 por ciento de todos los menores de seis años vivían en un hogar pobre. Esto equivalía a 104.000 niñas y niños de esa franja de edad sin acceso suficiente a alimentos, bienes y servicios básicos en este país de 3,3 millones de habitantes.

Mientras, ese año la pobreza afectaba a 23,7 por ciento de la población.

”En Uruguay la pobreza tiende a concentrase en los sectores de población más joven, y particularmente en los niños, presentando uno de los índices proporcionalmente más altos de pobreza entre sus niños”, señala el trabajo, que responsabiliza en gran medida a sucesivos gobiernos, incluido el actual.

”La situación de (vivir en la) calle y el trabajo infantil son caras visibles de la pobreza que reclaman una respuesta más decidida e innovadora que no sólo atienda lo inmediato, sino que articule redes de protección más firmes y duraderas”, añade.

Unicef señaló que ”no se haría justicia” si el aumento de la pobreza infantil se atribuyera exclusivamente a las últimas crisis económicas, como la desatada en 2002, una de las peores de la historia del país.

El dato acerca de que casi la mitad de las niñas, niños y adolescentes uruguayos viven en la pobreza tiene ya más de dos décadas, recordó Unicef.

Uruguay estuvo en recesión entre 1999 y 2001. En 2002 se registró una caída más pronunciada del empleo, del salario, de las exportaciones y de las reservas internacionales. El sistema financiero colapsó y el desempleo llegó a 17 por ciento de la población económicamente activa, máximo histórico desde 1985.

Hoy el desempleo se ubica en torno a 14 por ciento.

El país ”no logró aprovechar los mejores momentos económicos de los años 90 para reducir la brecha existente entre la pobreza infantil y la pobreza de los adultos mayores. Aun más, no sólo no pudo reducir estas disparidades, sino que incrementó la desigualdad generacional”, concluyó Unicef.

Algunos de los aspectos del trabajo fueron acusados de ”parciales” e ”imprudentes” por el coordinador general de la Asesoría Técnica en Políticas Sociales del gobierno uruguayo, Tabaré Vera.

”Cuando el informe parece vincular el aumento de la pobreza infantil con la apertura económica (de los años 90) debe hacerse una aclaración.. Esto no cae en un terreno neutro, y no es la primera vez que aparece algo así en un documento de Unicef. En el futuro se tiene que aclarar o ser más prudente”, dijo Vera en la presentación del estudio.

”Para hacer una afirmación de este sentido hay que hacer una declaración de política económica”, añadió Vera, y lamentó que el informe no hiciera énfasis en mejoras ”que se deben a políticas de largo plazo” del gobierno.

”Esta es una de las limitaciones del trabajo. Es bueno también aprender de los éxitos”, afirmó.

Sin embargo, la representante de la agencia de la ONU en Uruguay, Anne Beathe Jensen, dijo a IPS que ”Unicef no tiene intención de dar opiniones sobre políticas económicas”.

”No está eso en el libro. Lo único que se consigna es un hecho comprobado: que no se logró una mejora real en el período de apertura (de la economía). Creemos que se necesitan políticas activas de parte del gobierno y una mejor distribución”, añadió.

Jensen recordó que Uruguay ratificó en 1990 la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño, pero señaló que, más de una década después, todavía persisten situaciones que afectan el ejercicio de los derechos de niñas y niños.

Unicef sostiene que ”el conjunto de políticas y programas sociales dirigidos a la infancia aseguran la supervivencia, pero no logran cubrir suficientemente las necesidades de bienestar de todos los niños y jóvenes”.

El estudio también subraya que los adolescentes, como los niños, han sido tradicionalmente uno de los grupos más afectados por la pobreza. Prácticamente uno de cada seis adolescentes está fuera del sistema educativo.

”Existe una marcada relación entre el trabajo adolescente y la deserción educativa: siete de cada diez adolescentes que trabajan no asiste a ningún centro educativo”, revela.

El libro analiza también otros aspectos de la situación de la infancia y la adolescencia, como la mortalidad, la nutrición, la cobertura de salud, la educación, la maternidad adolescente y la incidencia de VIH/sida, y compara la realidad uruguaya con los derechos consagrados en la Convención..

Por su parte, la decana de la Facultad de Ciencias Sociales y Comunicación de la Universidad Católica de Uruguay, Cecilia Zaffaroni, señaló que el aumento de la pobreza infantil también se debe a los cambios del mercado de empleo.

La flexibilización del trabajo ha hecho que ”la relación laboral sea ahora mucho más precaria y existan menos redes de protección. Esto también provoca cambios en las familias”, señaló Zaffaroni.

Los crecientes obstáculos para que el jefe de hogar acceda a un empleo, hacen que muchos niños trabajen en la calle para colaborar con su familia, agregó.

Este es el caso de Andrés, de 10 años, y su amigo Johnatan, de 9, que salen juntos a cantar en los ómnibus de la capital a cambio de algunas monedas.

”Tengo una hermana melliza que sale a vender poemas en los ómnibus y otro hermano de 20 que junta cartones en los tachos de basura para venderlos. Vivo con mi papá y mi mamá”, dice Andrés, siguiendo de reojo la llegada de otro ómnibus.

Andrés y Johnatan cantan juntos ”desde hace como dos años”. Salen siempre a mediodía, después de la escuela. No siempre dan todos sus ingresos a sus padres. A veces se compran algo para comer en el centro.

A ninguno le gusta la escuela, y su atención parece estar sólo concentrada en la llegada de otro autobús y en cuánto dinero reunirán cada día. Aunque, claro, sí tienen sueños: algún día cantarán en un escenario.

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